Rebeca

El caso Rebeca: To remake or not?

Vie, 08/13/2021

La lógica de los remakes en la industria del cine es tan impenetrable como los vaivenes de la justicia divina. ¿Un aniversario redondo: los ochenta años cumplidos desde la primera versión eran justificación suficiente? Ahora, con el resultado a la vista, nadie expresa mejor el chasco que Horacio Bernades, el crítico de Página 12: “A esta segunda Rebeca le sucede lo que a la protagonista: no puede estar a la altura del fantasma que se tiende sobre ella”.

Del todo sí fue comprensible cuando el todopoderoso productor David O. Selznick quiso llevar a la pantalla el libro de Daphne Du Maurier, bestseller del momento en 1938, y concedió el encargo a la batuta de Alfred Hitchcock para garantizar un desembarco exitoso del británico en las realizaciones cinematográficas de este lado del Atlántico. 

Luego, el mago del suspense personalizó en lo que pudo la tarea encomendada. Abrevió a golpe de elipsis el segmento rosa con el que comienza la novela; enfocó su talento para recrear atmósferas enfermizas en toda la parte siguiente que transcurre en la mansión de Manderley y, anticipando resortes dramatúrgicos que más tarde utilizaría en Vértigo, su magna obra de 1958, encarriló ese argumento donde la sofocante presencia espiritual de una mujer muerta hunde los esfuerzos de la esposa sustituta.

Hasta el casting controversial le jugó una buena pasada a Hitchcock. El entrenamiento shakesperiano de Laurence Olivier (Hamlet, Ricardo III) contribuyó a darle matices al encartonado personaje de Maxim de Winter. El nerviosismo de una jovencita Joan Fontaine encajó de maravillas para trasmitir las inseguridades de la anónima heroína. Y Judith Anderson se lució con su Mrs. Danvers, al punto de que todavía hoy permanece en el puesto trigésimo primero de la lista de los cincuenta mejores villanos cinematográficos. 

Además de legar para la historia del cine una secuencia memorable y muy representativa del savoir faire hitchckoniano —aquella en la caseta del embarcadero, donde a puros giros de cámara se ilustra y da vida al relato de Maxim sobre las agrias circunstancias de la muerte de Rebeca—, la película de 1940 brilló tanto en las pantallas de la época que acaparó once nominaciones al Oscar, con dos premios conseguidos: mejor película y fotografía.

Su impacto se extralimitó, incluso, hasta la industria de la moda, acuñando el nombre de “rebeca” para las chaquetas similares a la usada por Fontaine; y a la psicología, que adoptó la denominación de Síndrome de Rebeca para los celos patológicos hacia la expareja de un novio actual. 

Con tanto ruido precedente, debió de antemano preverse que rehacer en 2020 una Rebeca tal cual, en la línea de una lealtad absoluta al original literario, era una misión, más que imposible, innecesaria. Se arriesgó, sin embargo, Ben Wheatley (Inglaterra, 1972) a tomar las riendas en una producción de Working Title Films, para su distribución por Netflix. ¿Qué podía hacer el prometedor realizador de comerciales y elogiadas películas indies, como la cinta de terror Down Terrace (2009) y el thriller criminal Kill List (2010), atragantado con un mayor presupuesto?

De entrada, intenta calcar los tres actos de la novela, bien diferenciados en cuanto a su sustancia genérica. En el opus, un folletín romántico del corte Cinderella, con su chica huérfana y pobre cuya belleza e ingenuidad logran cautivar al pretendiente más cotizado del reino (no príncipe soltero esta vez, sino viudo de raíz aristocrática). Una corriente de gótico escalofrío, a lo Jane Eyre, se desplaza a lo largo del nudo argumental, con el fantasma omnipresente de la esposa muerta haciendo de las suyas y avinagrando la nueva relación, aunque más en plan de clima psicológico que de espectro corporizado y, sobre todo, atizado por la lealtad del ama de llaves y la idealización que moradores y visitantes de la residencia señorial han hecho de la belleza y virtudes de Rebeca. 

Cuando la protagonista, sin saberlo, porta un traje rojo idéntico al de la difunta en el aciago baile de máscaras, el mar devuelve el cadáver de esta; y va a recaer sobre el esposo la sospecha de un asesinato, cuya dilucidación aferra el desenlace de la trama a los tópicos de la ficción de intriga criminal.

Nada nuevo, hasta ahí. Y aunque el fastuoso diseño de producción —nominado en los premios BAFTA 2020— provoca un agradable festín visual, el color que suplanta al expresionista blanco y negro se traga también la visceral emoción y la raigambre terrorífica de la versión primigenia. Para colmo, en el rol principal aparece Lily James, que ya una vez fue Cenicienta (Kenneth Branagh, 2015) y encima imita a su propia damita de época de la serie Downton Abbey; mientras que Armie Hammer repite el papel principesco que antes desempeñara en una enésima traslación de Blancanieves (Mirror, Mirror, Tarsem Singh, 2012). 

En una elección de reparto que luce precocinada al extremo, ni siquiera puede ofrecer algo fresco Kristin Scott Thomas. A la frialdad inglesa, que es su marca de fábrica como actriz desde Gosford Park (Robert Altman, 2001), solo le tuvo que poner el kilógramo de perfidia mostrado ya en su condesa de Cagliostro de Arsène Lupin (Jean-Paul Salomé, 2004), para componer a su señora Danvers.

A favor de esta Rebeca actual hay un par de cosas que pueden ser dichas. En primer término, y acaso para estar a tono con los tiempos que corren, la cinta de Wheatley subraya que esta historia de lo que va es, en definitiva, del alma femenina y de sus contrastantes pasiones. Así, mientras la nueva esposa, con su lealtad a toda prueba hacia el amado reproduce el ideario sentimental de la heteronormatividad, la señora Danvers, por el contrario, en su devoción hacia la mujer fantasma, despliega un intríngulis psicológico susceptible de ser explicado tanto desde el enamoramiento lésbico, como el de la sororidad sin límites, expandida ante una encarnación suprema de la hembra empoderada.

A este trasunto, por el cual pasaría de puntillas la adaptación de 1940 para no chocar contra las represiones morales de su tiempo y las normas de censura impuestas a la industria cinematográfica, hay que adicionarle que el genio de Psicosis no tuvo reparos en trastocar como muerte accidental lo que era un feminicidio, porque el código Hays habría tildado de inaceptable un crimen que a la postre quedaba impune. En cambio, la película del presente restituye el final original de la obra literaria, aún con la carga implícita de cuestionamientos que ello pueda desatar en la mentalidad contemporánea.

Si bien para la mayoría de los críticos y espectadores pasará esta clonación de Rebeca como remake prescindible, los amantes del déjàvu, en cambio, gozarán en sus oídos con la repetición de la frase inolvidable queda inicio a la novela de Du Maurier y que, voz en off mediante, tanto Hitchcock como Wheatley replican en sus películas: “Anoche soñé que había vuelto a Manderley”.

(Tomado de Cartelera Cine y Video, nro. 189)