NOTICIA
El Caracol y yo
Los años noventa están en el recuerdo de la mayoría de los cubanos como el ocho por ocho: igual cantidad de luz eléctrica que de apagones, entre otras carencias debido a la peor crisis económica que hemos padecido, generada por el desplome del campo socialista.
El transporte estaba peor que ahora y se llegó a comer “bistec” de toronja; arroz “microyet” y la delgadez pasó a ser el estado natural de la mayoría de cubanos y cubanas.
Y a pesar de esa situación los talleres del Caracol tenían un nivel de convocatoria, que llegaron a celebrarse por medio de invitación en dependencia del tema. Algunos se realizaron en El Castillito, el centro juvenil, otros en la Sala Hubert de Blanck y parte de ellos en la Rubén Martínez Villena de la UNEAC.
Los temas se empezaban a amasar desde el mes de marzo, aunque el Caracol se diera en octubre. Y, aunque los organizara la Sección de crítica, participaban todos: la gente de la radio, de la televisión, los locutores, los cineastas y después se iban armando las mesas.
Asuntos polémicos y del momento como el racismo, su expresión en la escasez de actores y locutores negros en la televisión, o la homofobia como sentimiento existente a pesar de las leyes, podían ser el centro de debates acalorados.
Los escenarios de los talleres fueron testigos de variados hechos: debates intensos y extensos entre el teórico y director, Vicente González Castro y el narrador Héctor Rodríguez, el primero cuestionando aspectos del programa Hoy mismo, el segundo defendiéndolo a capa y espada; una mesa sobre Democracia y medios de comunicación (que armó mucho ruido), integrada de Fernando Martínez Heredia, Isabel Monal, Aurelio Alonso y otro invitado, que no logró recordar; también son memorables los encuentros organizados (y protagonizados) por Gisela Arandia con invitados que hablaban de racismo, y sus manifestaciones en la Cuba de finales del siglo XX.
De aquellos debates del Caracol nacieron los Consejos consultivos del ICRT. Todos los meses sesionaban con un tema y así se invitaba a creadores relacionados con los diversos asuntos. Pero antes quienes fueran invitados al encuentro, al que asistían altos ejecutivos políticos y culturales, se relacionaban entre ellos, decidían qué pregunta formularía cada uno, para aprovechar el tiempo e intercambiar, a camisa quitada, con los decisores. Aquellos topes los lideraba Lizette Vila, la carismática presidenta de la Asociación. De allí salieron acuerdos importantes, como darle potestad a los directores.
Pero los debates acerca de los mundos audiovisual y radiofónico no se realizaban solo en los Festivales de octubre o noviembre. Todos los meses se hacia un Como agua para chocolate, un espacio con buen nivel de convocatoria.
En 1996 Radio Progreso transmitió Cuando la vida vuelve, un melodrama de Joaquin Cuartas y realizamos un encuentro con entrada libre al público. Hasta la UNEAC llegaron círculos de abuelos de La Lisa o jóvenes desde Varadero, que querían conocer a los actores que paraban al país a las 11 de la mañana, con aquella radionovela.
Aquel Como agua para chocolate desbordó la sala Villena, llenó el patio y había personas en la calle 17, tanto que pedimos ayuda a la policía con el tránsito y Abel Prieto se asomó a la terraza para ver qué pasaba. No sé si fue en esa oportunidad o en otra, que al entonces presidente de la UNEAC se le ocurrió realizar un espacio parecido en la Asociación de Escritores.
En esa década también la Asociación de Cine, Radio y Televisión, comenzó a ser la subsede del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano. Organizábamos encuentros, si eran actores extranjeros se realizaban invitaciones personalizadas a actores y actrices de Cuba. Recuerdo a Marisa Paredes, Oscar Martínez, Darío Grandinetti, Antonio Fagundes… y a directores como Costa-Gavras. La sala de video Caracol se convirtió en un lugar para ver filmes que llegaban al Festival. Todas esas visitas se aprovechaban para que nuestros artistas intercambiaran con otros con experiencias diferentes.
Por su vocación inclusiva nuestra Asociación en ese tiempo también realizaba encuentros dirigidos, por ejemplo, a las mujeres para debatir acerca de temas, feminismo, sus tendencias, con especialistas de Cuba o de otras latitudes.
En todas esas acciones la sección de Crítica estaba inmersa, organizando u ofreciendo ideas. Y funcionábamos como un gran clan, en el que se debatía, discutía y sobre todo prevalecía un sentido de pertenencia.
La UNEAC, nuestra asociación, fue en esa época de crisis económica, un lugar para plantear nuestras dudas, inquietudes, compartir con colegas, conocernos y también, ¡cómo no!, bebernos un trago, porque existía poder de convocatoria y los miembros se sentían representados.
Así, quizás edulcorados por el tiempo, recuerdo los años 90 en mi organización cultural. Otros se encargarán de aportar cifras y fechas, pero he preferido echar a volar mis recuerdos, los gratos, los otros fueron sepultados.