NOTICIA
Donde mueren las que matan
La habitación azul, escrita, dirigida y protagonizada por Mathieu Amalric, hace justicia a su nominación al Cannes de Una Cierta Mirada, en 2014. Basada en la novela del escritor policial belga Georges Simenon, es una película que algunos críticos describen como la historia de un asesinato donde nunca se conoce al asesino. Contada a partir del testimonio, de los recuerdos difusos del protagonista, La habitación azul es mucho más.
El filme lleva la carga de un sueño freudiano donde el sexo y la muerte se equilibran en el miedo a la castración. Una sucesión de escenas, en las que las imágenes se ralentizan o aceleran sin por ello alcanzarle el paso al sonido, a los diálogos, a la palabra, es decir, al sentido. El protagonista, cuya esposa ha sido envenenada, le confiesa al detective su romance adúltero con una compañera de la infancia en una habitación azul que bien puede ser el espacio de sus más íntimos deseos. El hecho de que el autor de la película tome cuerpo en ella y la evocación misma de las situaciones como episodios fracturados, nos llevan a preguntarnos si todo aquello es, más que un recuerdo, la pesadilla de un hombre.
En la habitación azul, el protagonista logra consumar su deseo de niño por aquella compañera de clase que era demasiado alta y tenía un padre demasiado poderoso para él. La posesión de la amante lo consagra como más grande que ella, lo vuelve merecedor de la fortuna del padre, y burla la virilidad del esposo, también un antiguo amigo de la infancia. En las historias freudianas, todos los hombres son uno solo, sometidos al terror de perder su virilidad ante una mujer. Así, la muerte del marido de la amante, por motivos dudosamente naturales, anuncia el fin del protagonista. La amante, la esposa asesinada, la hija huérfana y otras mujeres que dan testimonio parecen confabularse para cerrarle el camino, volverlo culpable ante la ley, mandarlo a prisión.
El movimiento Me Too, que alcanzaría su clímax poco tiempo después de La habitación azul, ha tenido un impacto innegable en la manera en que el espectador interpreta hoy la presencia femenina en el cine y la comunicación masiva, ya que varios de los casos que encendieron la indignación pública (como el de Harvey Weinstein) están ligados directamente al séptimo arte. Podríamos hoy entender La habitación azul desde “una cierta mirada” otra, como la narración diferida de un feminicidio. Aunque ya sé que algunos lectores aquí deben estar levantando las cejas, los invito a pensar en aquello que el protagonista no sueña o recuerda, lo que el director no narra, lo que hiende en el fondo de La habitación azul: el cadáver de la esposa.
El cadáver de la esposa es también el cuerpo sexuado de la amante, una mujer que yace como objeto de dolor o de placer (acaso la misma cosa), como objeto siempre del protagonista o del inspector o de la ley o del propio director, hombres todos. El silencio de estos cuerpos femeninos es una hoja en blanco sobre la que estos hombres derraman sus angustias, su veneno. El protagonista solo da testimonio ante un hombre, el policía, el juez, y acaso también ante un espectador idealmente masculino. Las mujeres aquí son solo el objeto de su discurso. He ahí quizás la pesquisa de un posible feminicidio (simbólico y material) en la película, que queda fuera de la habitación azul, quizás en el subsuelo.
(Tomado de Cartelera Cine y Video, no. 177)