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Del teatro al cine: factible recorrido por la cultura cubana
Un buen ciclo de filmes cuyos guiones adaptan obras teatrales, o recrean el mundo de las tablas, se ha diseñado para la “Jornada Triunfo de la Revolución. Cultura, Revolución, Cubanía”, que se proyecta del 23 de diciembre al 3 de enero.
La relevancia de este ciclo se relaciona con el conocimiento de que, desde los primeros tiempos del ICAIC, el cine nacional asumió su cercanía con el teatro, el cual se consideraba una fuente perdurable de actores, temas y estilos.
Entre los primeros filmes cubanos producidos por el Instituto e inspirados en obras teatrales estuvieron El robo (1965), de Jorge Fraga, basado en El robo del cochino, de Abelardo Estorino, y Tulipa (1967), de Manuel Octavio Gómez, basado en la comedia dramática Recuerdos de Tulipa, de Manuel Reguera Saumell.
Después, ya en los años 70, llegaron otros, aunque debe decirse que en la primera mitad de esta década escasearon este tipo de adaptaciones tal vez debido al doloroso proceso de parametración que casi destruyó el teatro cubano.
En 1976, Mario Balmaseda adaptó al teatro el guion del filme De cierta manera (1974) en una pieza titulada Al duro y sin careta. Y en 1979 se realiza No hay sábado sin sol, de Manuel Herrera, basada en la obra teatral San Cleto o El día que San Pedro le vendió a San Pedro, de Julio Medina y el Grupo de Teatro Escambray.
Pero concentrémonos en los filmes del ciclo mencionado. La mayor parte de ellos procede de los años 80, una década en que tanto el cine como el teatro de la Isla intentaron comunicarse con un público mayor a partir del acercamiento a temas y conflictos de la realidad inmediata.
El filme más antiguo del ciclo es Como la vida misma, dirigido por Víctor Casaus en 1985, con guion del director y de Luis Rogelio Nogueras, inspirados en la pieza teatral Molinos de vientos, de Rafael González, que tuvo notable éxito en aquella época en tanto polemizaba en torno al tema del fraude escolar. En la fotografía estuvo Raúl Rodríguez; en el sonido, Ricardo Istueta; en la edición, Roberto Bravo; y en la música, Silvio Rodríguez, con un elenco principal integrado por Fernando Echevarría, Beatriz Valdés, Pedro Rentería, Sergio Corrieri, Flora Lauten, Alberto Pujol y Jorge Félix Alí, entre otros.
Como la vida misma aborda la investigación que se realiza en un preuniversitario para el tema de una obra teatral. El fraude que allí se comete afecta de diversos modos a los personajes centrales del filme, entre ellos a un joven actor, interpretado por Fernando Echevarría, que empieza su labor profesional y debe decidir sobre su vida futura.
En 1989 apareció La inútil muerte de mi socio Manolo, dirigida por Julio García Espinosa, y basada en Mi socio Manolo, de Humberto Hernández Espinosa, porque la marginalidad machista que tal vez sugiere el título de la obra teatral resulta condenada explícitamente, desde el título, en la adaptación de García Espinosa.
Con producción de Miguel Mendoza, fotografía de Livio Delgado, e interpretaciones de Mario Balmaseda y Pedro Rentería, La inútil muerte… cuenta lo que ocurre cuando se reúnen dos amigos de la infancia, después de muchos años sin verse, y descubren que los mitos son más fáciles de intercambiar que la verdad. Entonces, la violencia surge y se impone de forma inesperada y absurda.
A finales de los años 80 aparece otro título esencial, de amplio arraigo popular, relacionado con el homenaje del cine a los artistas del teatro cubano: La bella del Alhambra (1989), de Enrique Pineda Barnet, quien acertó a verificar en pantalla el ejemplo de nostalgia por el pasado y recreación gozosa de la memoria histórica, a pesar de que la película también ostenta rebordes trágicos en torno a la historia de esta vedette teatral manipulada por los hombres.
María Antonia (1990), de Sergio Giral, emprende la adaptación de otro clásico teatral homónimo concebido por Eugenio Hernández Espinosa, de vuelta sobre el tema de la marginalidad, pero esta vez el dramaturgo retrata a la hija de Oshún y de la candela, mujer sensual con un destino marcado por la tragedia y el desafuero.
Ya en el siglo xxi, Juan Carlos Cremata adaptó una trilogía de obras teatrales integrada por El premio flaco (2009), Contigo pan y cebolla (2012) (sobre piezas teatrales de Héctor Quintero) y Chamaco (2010), versión de la también obra escénica del mismo título de su compatriota Abel González Melo.
En el ciclo de marras solo se incluye El premio flaco, que cuenta, en líneas generales, la trágica historia de Iluminada y su esposo Octavio, quienes viven en Luyanó, pero la suerte cambia cuando encuentra una balita premiada dentro de un jabón Rina, que le otorga como premio una casa, y en su afán de ayudar a los pobres, regala todas sus pertenencias.
Lester Hamlet hizo lo propio con Casa vieja, y Ya no es antes, inspiradas respectivamente en originales escritos para la escena por Abelardo Estorino (La casa vieja) y Alberto Pedro (Weekend en Bahía). En el ciclo aparece solamente Casa vieja, con guion coescrito por el director y Mijaíl Rodríguez, y con un reparto principal que incluye a Yadier Fernández, Daisy Quintana, Alberto Pujol, Susana Tejera, Isabel Santos y Adria Santana.
Casa vieja cuenta la historia de Esteban, que regresa a su hogar, al de sus padres, pues su progenitor está muriendo. Acciones, espacios y personajes de la obra de Estorino cambiaron de carácter, esencia y apariencia para ambientar la trama en la primera década del siglo xxi. De modo que fue preciso desplazar hacia otras coordenadas dramáticas el conflicto central que presentaba Estorino entre la vieja moral y el sacudimiento ético, íntimo, espiritual, que significó la instauración de un nuevo orden social.
En la Casa vieja de Hamlet hay mayor proximidad al drama filial, cuya conmoción emotiva se desprende, sobre todo, de la imposibilidad de remover ciertos inmovilismos y prejuicios, y la tragedia que sobreviene cuando se evidencia cuán irreconciliables resultan ciertas posiciones reaccionarias y progresistas a la hora de asumir el crecimiento personal, la libertad y la capacidad de elegir.
Declaró Lester Hamlet en entrevista para Juventud Rebelde: “Esta película juega a ser y a no ser teatral. La no presencia de figuración superflua y un sonido más bien minimalista o despoblado, el linde con lo chejoviano, las numerosas citas intertextuales que propone la escenografía acercan la película a un cierto tipo de teatro, pero los primeros planos, el cambio que hice de muchas acciones, los espacios que inventamos, inexistentes en la obra original, la mirada de la cámara que concentra y subraya, les pertenecen al cine”.
El grupo seleccionado de adaptaciones cinematográficas de obras teatrales expresan la riqueza de un genuino patrimonio fílmico ocasionalmente inspirado en el decurso de un teatro nacional colmado de obras descollantes, de modo que estos títulos prestigiaron las pantallas y los escenarios, parte indisoluble de lo mejor de la cultura nacional.