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Del cine al cuidado de un actor (Parte II)
Para Patricio Wood un personaje es una reunión de facetas, una amalgama de saberes que el intérprete debe asumir e incorporar al hecho escénico como suceso único e irrepetible ya sea en el cine, el teatro o la televisión. Reconocido por su talento y la destreza que demuestra en pantalla, este actor sabe concederle la dosis exacta de nobleza, obstinación, rudeza o encanto a cada una de sus interpretaciones.
“Todo el mundo sabe que no existe drama sin conflicto, pero lo importante para un actor no es el conflicto en sí, o sea, no son las fuerzas en pugna, lo importante para el actor es descubrir la naturaleza del conflicto, de dónde viene, qué lo produce exactamente y qué lo promueve”, confiesa a Cubacine en un diálogo que ofreció las suficientes luces creativas para entender la dimensión artística de un hombre que ha regalado momentos especiales a la cinematografía cubana.
¿Prefiere encarnar personajes positivos o negativos? ¿Con cuáles se siente más cómodo?
A veces los actores nos saturamos de tocar la misma nota, de cantar en la misma tesitura. En la música tengo un ejemplo muy presente ―además de Charles Chaplin―y es Barbra Streisand. A ella es imposible encasillarla por su gran valentía, el deseo de renovación…Es un ejemplo de una gran artista. Por su puesto, es un anhelo de cualquier creador tener un diapasón, un abanico lo más amplio posible para colorear su trabajo.
Yo despunto haciendo personajes positivos, que me gusta verlos más como personajes de sentimientos puros. Pero, por ejemplo, tienes un trabajo sobre Chéjov o Tennessee Williams y ahí la naturaleza del conflicto es psicológica, el enemigo lo lleva dentro el personaje por la manera en que ha logrado definir su conducta ante la vida, sus principios y sus pensamientos lo llevan a no encajar.
Como dice Pablo Milanés, “lo bello lo llevo dentro”, y a veces lo feo también se lleva así. Por eso digo que trabajar los personajes negativos detrás de una naturaleza del conflicto poco común, diferente, difícil, oscura y tenebrosa es una tentación para el actor. Ante la pregunta: los personajes negativos sí son bien recibidos, porque conllevan un trabajo diferente, una manera especial de entenderlos.
Tuve una experiencia muy bonita, que guardo como un tesoro, en la película Ciudad en rojo, basada en la novela Bertillón 166, de José Soler Puig. Rebeca [Chávez, su directora] me confía un personaje y yo me remito a la novela, que me fascinó porque tiene un 50 por ciento de crónica y otro 50 por ciento de ficción. Me enamoré tanto de ese personaje... Yo no lo veía malo, y era un hombre que iba a matar y de hecho, mata. Sentí a un militar de carrera con todo lo que conlleva y, lógicamente, estaba entendiendo una realidad bien convulsa en la que se sumergió este país, en los últimos años de la tiranía batistiana.
Nunca me olvido de la obra de teatro La emboscada, de Roberto Orihuela. Me impresionó muchísimo su argumento basado en dos hermanos, uno miliciano y el otro, alzado. En una escena fabulosa se encuentran los dos en medio de la guerra y no se me olvida la canción de ese momento que decía: “Tiene un hijo machete y el otro, maleza”, hablándole a la madre de esos dos. Había un conflicto de vida o muerte, pero había belleza en todo eso.
¿Qué otras complejidades asumió como actor en Ciudad en rojo?
Mi personaje es uno que asume su carrera con toda la ética, el deseo, la vocación de ser un militar. El hecho, incluso, de mi propia fisionomía para ese personaje me gustaba: un santiaguero atípico, de ojos azules. Nuestro instrumento es nuestro cuerpo. Lo que ocurrió me gustó mucho, traté de endurecerlo, recuerdo que me hice un corte de pelo recto y usé espejuelos. Al final me gustaría que calificaran mi trabajo como sobrio, es un calificativo que me encanta que caiga sobre mí, porque implica economía, incorporar lo necesario.
Este personaje muestra un poco de su faceta familiar, se ve en su casa desayunando con su nene, un hombre normal. Con los militares expresaba su faceta profesional y su humanidad, con los reos, con los supuestos presos, las personas que él tenía que ejecutar. Ese revestimiento yo lo respiré enseguida y desde que lo vi en el guion me fascinó.
Tengo el criterio de que un personaje es una reunión de facetas, por eso no existen personajes largos ni cortos. Para mí un personaje crece o disminuye en la medida que crezcan o disminuyan sus facetas. Es tarea del actor descubrir esas facetas, su funcionalidad, su importancia y su dosis para hacerlo interesante. No se trata de imponerlo a ultranza, pero la tarea del actor es imponer su personaje, con todos los recursos o la vehemencia que pueda.
Eso lo aprendí desde que compartí con grandes actores en El brigadista. Sentí que, en la medida que esos actores desempeñaban mejor su trabajo, me era más fácil creer en todo, porque la actuación, en ese caso, es un pimpón, yo saco y tú recibes; tú recibes y yo reacciono. Ese rejuego hace maravilloso e irrepetible el hecho escénico, pero va con el cumplimiento de cada cual con su rol. El personaje de Ciudad en rojo me permitió disfrutar lo que te comento y da un poco la medida de que no hay ni buenos ni malos personajes, los que son buenos o malos son los intérpretes.
¿Cuán importante fue para usted trabajar con Fernando Pérez en Últimos días en La Habana?
Miguelito Carrasco se llama el personaje que interpreto en Últimos días en La Habana. Tenía un sueño muy grande y viejo de trabajar con Fernando Pérez. Traté de hacerme su amigo, o sea, nos saludábamos y compartíamos en algún que otro evento, siempre con mucho respeto. Pasaban los años y yo veía que no se cumplía la posibilidad de trabajar con Fernando, hasta que un día me llama y me dice que quería que me leyera un guion suyo. La verdad pensé que iba a ser el padre, el abuelo o el esposo del amigo [de Miguel], nunca un personaje de esa magnitud.
Fernando me propone este papel y aquí hay un suceso muy grande. Ese personaje yo pensé que podía ser una persona un tanto subnormal. Le di muchas posibilidades, porque era yo el que le pedía los ensayos a Fernando.
Hay una técnica de artes marciales que se llama Jiu-jitsu, que aprovecha la fuerza del contrario y la revierte para defenderse. Una técnica fabulosa que a su vez puede ser una filosofía de vida. Y yo pienso: “Fernando practica el Jiu-jitsu sin darse cuenta”, porque le hago la siguiente pregunta: “¿Mi personaje siente amor-odio por el otro?”, y él no me respondió enseguida. Sin embargo, al otro día me trajo una respuesta fabulosa: si me hubiera dicho que sí, el personaje era otro. Me cogió por los hombros y me dijo: “Patricio, Miguelito Carrasco es un hombre de sensibilidad limpia”. Fue como si me pusieran una careta cuando uno va a meterse a bucear, la sensación de ver el mar con sus corales, sus peces y las algas, me enseñó la maravilla del fondo. Fue mágico para mí.
A partir de ahí empecé a entender y elaborar el personaje. Dije antes que un personaje es una reunión de facetas, y el actor tiene que conocer cuáles son y descubrir cuál le falta a él como persona. En Miguel Carrasco era a la inversa, había que dotarlo de imposibilidades, de limitaciones, porque donde podía estar su vida social, estaba el televisor, el lugar donde él trabajaba... Era su único contacto social. Sí desbordaba su amistad con Diego, lógicamente siempre desde su angustia. Un hombre frustrado. Donde podía estar una relación íntima existía solo una relación con el mapa y prácticamente, si lo notas, le hace el amor al jueguito con el mapa.
Su faceta familiar tiene que hacerla coincidir con su amigo, se le troca, de manera que no es ni una cosa ni la otra, pero él haría por ese amigo lo que haría por una familia. Se produce una amalgama interesante. Es un hombre que niega la vida y la vida le molesta, es un estorbo para su plan que es partir, o sea, la vida puede contaminarle ese plan. Él trata de no vivir, se enajena en un propósito y el gran obstáculo es el estado de su amigo.
Lo interesante es el rejuego del guion que encontró Fernando de manera bastante fortuita, por lo que él cuenta. Fue un muchacho que le tocó la puerta con cuatro guiones y uno de ellos era ese, un poco autobiográfico. ¿Cuál es el mérito de ese guion: lo artístico, lo valiente? No, es que convierte al protagonista en lo que aportan ambos personajes. Ninguno de los dos es protagonista por sí solo, sino la unión de ambas partes. Si bien Jorge es un mundo de sueños y de querer vivir, Miguelito, que sí se puede mover, niega la vida. Ahí es donde está la unión preciosa de los personajes, que hacen, desde el punto de vista dramatúrgico, un ejercicio muy interesante.
(Foto de la autora)