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“Del cine al cuidado de un actor” (Parte I)
Patricio Wood me recibe en su casa, un hogar luminoso e idóneo para el diálogo. “Si quieres algún día utilizar el espacio me lo puedes decir, aquí se graban programas de televisión”, comenta luego del saludo previo. Minutos después comienza la entrevista, a solo días de su cumpleaños 60, a celebrarse el próximo 31 de enero, y nos adentramos en una dimensión poco explorada del actor: bien pudiera haber sido cineasta, porque conocimientos, ganas y talento tiene. No es de extrañarse, entonces, que haya incursionado en la realización de documentales, uno de los dos “grandes” géneros del cine.
A los 14 años, Patricio hizo su debut en la gran pantalla con El brigadista (1977), película de Octavio Cortázar en la que tuvo el privilegio de actuar junto a su padre, Salvador Wood. Así lo recuerda casi cinco décadas después: “Trabajar con mi padre fue algo grandioso, no solo conocerlo y admirarlo en el marco de la familia, sino verlo como un colega y comprobar su calidad, su ética, su manera de ser profesional y su respeto al trabajo”.
“Fueron ejemplos muy bellos y en esa edad uno capta mucho. Mi padre tiene una excepcionalidad en el mundo escénico de nuestra nación. Fue un actor de un calibre muy alto y un hombre grande, amigo de los mejores y padre de todo el mundo. Mucha gente me preguntaba por él cuando estaba vivo, así que siento que tengo muchos hermanos”, confiesa.
¿Cómo recuerda esa primera vez frente a una cámara de cine?
Lo primero que me impresionó de El brigadista fue la alegría con la que mi padre recibió la noticia. Por supuesto, cómo llegué a la película lo he contado varias veces, y tiene que ver con el hecho de que Octavio Cortázar haya ido a mi casa a proponerle a mi padre el personaje de Gonzalo Izquierdo López, el guajiro que no se quería alfabetizar. En esa conversación aparece el tema de que todavía no tiene al protagonista, de hecho, había probado, creo, que a 70 jóvenes.
Estábamos ensayando con un grupito en el patio, yo era el baterista o, más bien, el que les daba golpe a los tambores. Entonces Octavio le dice a mi padre que le interesa ver al de la batería. No le dijo que yo era su hijo.
Las primeras pruebas fueron en [los estudios de] Cubanacán, nunca lo olvido. Grabé, entre otras escenas, una con mi padre, esa cuando le confieso que tengo miedo. Es un momento crucial en la película, para mí, esencial. Todo llegó de manera tan natural y vi a mi padre tan contento que dije: “Debe ser algo grande lo que me están proponiendo”.
Como ves quería ser músico, pero también cineasta. Tenía una compañía de cine que se llamaba La Cojímar Films. Ahora, con Delso Aquino, le estamos haciendo un documental. Filmábamos en 8 mm cine silente, de aficionados. Fue grandioso, entonces, la oportunidad de hacer cine profesional, y esa oportunidad se multiplicó en beneficio, a partir de lo que fue ocurriendo.
Descubrí un mundo fabuloso en la historia de la alfabetización, cuando el director nos pidió estudiar el año 1961 y todo lo que ocurrió. Fue muy interesante ir a la Biblioteca Nacional, leer las revistas Bohemia… Me permeé del contexto en que iba a desarrollar el trabajo y me creó también la expectativa del estudio y la importancia de la investigación.
Tenía 14 años y sentía que estaba inmerso en un trabajo muy serio, así lo hizo saber y sentir Octavio Cortázar. El brigadista era su ópera prima en la ficción. Él se sumergió en cuerpo y alma en una película compleja por muchas razones: estar realizada en escenarios naturales (todo fue filmado en la Ciénaga de Zapata); también tuvimos que hacer entrenamientos, porque mi personaje aprendía a cazar y tenía que saberlo hacer; hay escenas de guerra y había que manejar armas, o sea, fue un entrenamiento integral; además de saber lo que significó un brigadista en aquel momento.
Con tan poca edad adquirí una responsabilidad grande, pero, sobre todo, a partir de un disfrute. Recuerdo la experiencia con mucho amor. Me doy cuenta de que, en el arte, el disfrute es directamente proporcional a la preparación, y en esa medida el público también disfruta, porque si no lo haces el público se da cuenta. Al final se trata de eso. Fue definitoria la experiencia para este joven que quería ser hasta cosmonauta.
¿Cuán útil resultó la experiencia de trabajar con Juan Carlos Tabío?
Juan Carlos resultó siempre una personalidad interesante, él tenía un trato hacia los actores muy parejo, no establecía jerarquías de ningún tipo. El ser integrante de su película te daba un derecho, un acceso a su manera, su forma y conducta, que fue muy equilibrada.
En Juan Carlos era muy difícil ver el exabrupto o que afloraran las dificultades, que las pudiera expresar de alguna manera, en su forma de ser. Él tenía una fuerza importante en su personalidad para convertirse exactamente en un director de cine, que no es otra cosa que una especie de mediador entre las dificultades y la idea, o sea, la dificultad solo la puedes resolver con ideas.
El cine es un arte que arma el circo diariamente. Los circenses arman la carpa una o dos veces al mes y se la pasan actuando en ese lugar, pero el cine lo hace todos los días, por eso es fuerte, es duro. Es difícil ver a las mujeres cineastas peinadas, no les da tiempo. Cuando quieras saber si una cineasta trabaja de verdad, mírale el pelo, más bien buscan una solución de amarre, un pañuelo o se pelan bien bajito. Es un esquematismo de mi parte, pero así lo he vivido.
En Juan Carlos se destaca el desenfado. Él destilaba libertad y a su vez tenía gran precisión. Fue un alumno importante de Tomás Gutiérrez Alea. En su obra hay equivalencias al cine de Titón, que no se trata de decir si fue cómico o no, hilarante o no, incluso, no se trata de decir si fue profundo o no. Se trata de ofrecer una seguridad hacia dónde quieres llegar y otorgar la libertad necesaria, para que el público obtenga su propia película. Eso se logra siendo poseedor de un ojo muy especial y, en primer lugar, de saber interpretar la vida. A partir de ahí empezamos a saborear a un artista.
La obra de Tabío, con esa sencillez aplastante, expresa la aptitud de un artista. Hablamos de uno de los cineastas a los que más hay que agradecerles. Hay que agradecerle que nos haya devuelto verdades bien contadas, críticas bien hechas, fealdades bien expresadas. Nos dijo que a la belleza solo se llega a través del camino de la agudeza, en el arte. Con la muerte de Tabío el cine pierde una mirada importante hacia lo cubano y una mirada hacia la gracia con la que se puede asumir el arte cinematográfico.
¿Existe alguna película de este director en la que le hubiera gustado participar?
Sí, Plaff…, una gran película. De todas maneras,Se permuta es una película que yo, personalmente, no me canso de verla. Tabío no solo era un hombre de grandes soluciones escénicas, era un hombre de muy buen tino para el estudio dramatúrgico de una película.
Por ejemplo, estaría por estudiar Se permuta desde la concepción de su protagonista. El trabajo de Rosa Fornés es memorable, porque es un personaje bien estudiado e interpretado. Ahora, como ejemplo sublime de película coral habría que estudiar El cuerno de la abundancia, con un guion tan contundente. Por un lado, tiene a un protagonista absoluto que lo interpreta Jorge Perugorría y, por otro, es una película coral, en el sentido de que ningún cabo queda suelto. Lleva la historia de cerca de 40 personajes, en el mismo tiempo de cualquier película normal. La trama se desarrolla alrededor de un conflicto rico y ahí está el mérito de una comedia tan agradable, compleja y difícil.
Cuando se hable de dos pilares importantes del arte, la originalidad y valentía, que se dan la mano para llegar a cumplir el hechizo artístico, habrá que sentar en cada uno de ellos el ejemplo de Juan Carlos Tabío.
Usted parece dominar casi todos los medios en la actuación, dígase el cine, el teatro y la televisión. ¿Tiene alguno de su preferencia?
Pienso que el cine cuida más el trabajo del actor, apunta más hacia una intención de la búsqueda de lo artístico y, en ese sentido, sale beneficiada la actuación. Una propuesta de cine es lo máximo. En mi caso soy un hombre al que le encantan las cámaras, he estudiado el medio y me siento en una zona de confort, en una zona que domino.
Como dije, disfrutar es prepararse. Conozco herramientas de domino del cine, que me ayudan a sentirme bien en él. Sin embargo, he hecho más televisión en mi vida, porque nuestra cinematografía no ha vuelto a tener un ritmo importante. Lo más que pudimos hacer fue 16 filmes al año, en los 80 del pasado siglo. Fue un récord que no se ha vuelto a repetir. Se ha hecho esporádica la posibilidad de hacer cine en Cuba, pero sin duda, para mí es el medio supremo, el medio mayor.
(Foto: cortesía del entrevistado)