NOTICIA
De Frankenstein y su criatura
El propio nombre de la película Frankenstein de Mary Shelley (1994) quiso ser mejor que el tráiler. Desde su idea de adaptar la obra de la legendaria escritora hasta la posproducción, Kenneth Branagh fue tildado de pretencioso. Con sus reapropiaciones de algunas piezas de Shakespeare (Enrique V, Mucho ruido y pocas nueces) se le vio como el director indicado para ajustar continentes literarios a regiones cinematográficas. Los nuevos adelantos de la época ―los pasados años 90― garantizaban una calidad visual sobresaliente. Sin embargo, el querer hacerla estuvo avivado por Drácula, de Bram Stoker (Francis Ford Coppola, 1992). No es casual que fuera el propio Coppola el productor principal del filme de Branagh.
Aunque Frankenstein de Mary Shelley se considera una de las mejores adaptaciones, es distinta de la trama general del libro por razones esenciales: Branagh no quiso competir rigurosamente con la literatura y sabía de antemano que toda puesta en pantalla representa un anhelo demasiado complejo, pues no es el director quien solo decide el conjunto armónico de lo que aquella engloba. Por mucho que deseara corresponderle a lo escrito por Shelley, Branagh estaba haciendo cine. Lo tenía bien claro.
La extensa retrospectiva al pasado de Víctor Frankenstein (interpretado por el mismo director) es el punto de partida para entender por qué y cómo este hombre adquiere una obsesión agresiva que implica a quienes lo rodean. La agresividad se justifica por las muertes imprevistas de familiares cercanos. Frankenstein, inconforme con la memoria y la fugacidad terrenal de los suyos y de él mismo, planea y logra crear vida desde la caída definitiva. Temas acerca de la ética existencial, el intento de emular la creación divina, los adelantos técnicos enfrentados con la humanidad calzan el dueto vida/muerte.
La película, como la novela, aborda además la culpa y el castigo por aquellos actos irresponsables. Asimismo, Branagh entiende cómo el pasado pugna por imponerse o determinar el futuro del protagonista, lo cual es una de las tipicidades de los relatos góticos, junto a los contextos domésticos enormes que se desquitan con sus propios moradores. El director de arte no teme revelar la arquitectura del estudio ―como en el Casanova de Fellini―, pues lo importante no es hacerle ver al espectador lo anacrónico de ciertos espacios interiores, sino dar con la atmósfera opresiva, aunque sutil, que prescribe la actitud de sus personajes.
Otras de las características del gótico es la presencia de lo grotesco que, como categoría estética, comporta trasversales enunciados de diversa índole: deformación del mundo exterior, por ejemplo, una particularidad que el director de Frankenstein de Mary Shelley aprovecha a partir de la imagen de la criatura interpretada por Robert De Niro. Mas, en esta ocasión, el monstruo de Frankenstein se distancia de esa combinación de lo aterrador y ridículo que avala casi siempre lo grotesco. En verdad sigue siendo aterrador para rebelarse y revelar desde lo humanamente comprensible.