NOTICIA
Cómo pintar un cuerpo de mujer
¿Por qué Retrato de una mujer en llamas (Céline Sciamma) constituye una de las películas más relevantes estrenadas en 2019?
Podría decir que se debe al excelente trabajo de dirección hecho por su realizadora, quien logró un ejercicio de estilo relevante, en el que destacan, como mínimo, tres aspectos: la elocuencia y expresividad de la puesta en escena y la dirección de arte para hablar sobre el mundo físico y el ambiente social que habitan los personajes; la belleza de una fotografía que, entre el diseño pictórico del cuadro y los tonos pasteles de la imagen, aprehende y potencia las complejas emociones vividas por los personajes, tanto como los estremecimientos eróticos y las pasiones experimentados por sus cuerpos; así como la sutileza en el trabajo de construcción de las protagonistas, dos mujeres con un portentoso mundo interior, sin culpa alguna por dejar fluir sus sentimientos a contrapelo de los códigos que rigen la cultura de su tiempo.
¡Pero todo eso no sería suficiente!
Retrato de una mujer en llamas es la construcción de un gran amor entre dos jóvenes muchachas en la Francia del siglo XVIII. Marianne, una pintora académica, debe realizar un retrato de Héloïse, a quien su madre ha comprometido en matrimonio con un milanés. El retrato será enviado al pretendiente italiano, con el fin de formalizar el casamiento. Sin embargo, hay un inconveniente: Héloïse se niega a posar ante cualquier artista. Por esta razón, Marianne debe simular ser su dama de compañía, para observarla detalladamente durante los paseos cotidianos que ambas emprenden. Y luego, pintar en las noches bajo la tenue luz de unas velas. En medio de sus recorridos por la playa, en el contacto frecuente, en las actividades que comparten, entre gestos, miradas y diálogos, según van abriéndose una a la otra en el roce diario, comienza a surgir el amor.
Es impactante la horizontalidad y el equilibro con que germina y se consuma el deseo en Retrato de una mujer en llamas. Los paseos, las conversaciones, las más mínimas palabras que se dicen, todo tiene lugar en un absoluto plano de reciprocidad; en puridad, no es solo la pintora quien escruta a su modelo, también la modelo escruta a la pintora, en un adentramiento mutuo que no puede sino estallar en una catarata de pasiones. El vínculo entre ambas se agudizará más cuando la madre de Héloïse emprenda un viaje, al cabo del cual, un nuevo retrato deberá estar listo. Para entonces, ya se conoce la verdad. Durante el tiempo en que permanecen solas, comienzan a ceder entre ellas, a entregarse, a colaborar. De este modo, Marianne ejecuta un hermoso retrato de tintes vanguardistas; la rectitud y el estricto apego a los códigos clásicos que la academia exige no podían penetrar un espíritu tan revolucionario como el de Héloïse. Ese tránsito estético, el crecimiento como artista que experimenta Marianne, su desplazamiento del academicismo a una pintura de vanguardia, es la metáfora que mejor explica la naturaleza del amor entre ambas.
Y justamente es el papel sustantivo del erotismo cuanto respalda la narración del filme. La inteligencia del relato se encuentra en su renuncia a los grandes accidentes dramáticos, en la ausencia de cualquier huella trágica, en la exclusión de toda referencia a un medio social opresivo. Es el gradual crecimiento del deseo —la compenetración de dos personalidades y la entrega de los cuerpos— el responsable del crecimiento de la trama. Insisto en que el modo en que se van conociendo Héloïse y Marianne, cada uno de los instantes que comparten juntas, son parte de un ritual ceremonioso que no tiene otro objetivo que hacer emerger el deseo. Debo llamar la atención sobre las escenas puntualmente sexuales, las cuales están dotadas de una carga de rebeldía, una pátina artística, una exaltación de lo femenino, que incluso se distancian de las formulaciones típicas de lo erótico. El reconocimiento del placer sexual entre dos mujeres deviene menos un acto revolucionario, desafiante de los convencionalismos, que la expresión formal de un amor sin ataduras.
Por lo tanto, lo que verdaderamente dispara Retrato de una mujer en llamas es la eficacia de su discurso y su capacidad para incidir en el panorama cinematográfico contemporáneo. En un momento en que, cada vez con mayor empuje, las féminas resuelven enfrentar el tejido hegemónico y los engranajes de fuerzas que las confinan a una posición de subordinación respecto a la ley sexual masculina, según se agudizan los puntos de resistencia capaces de proponer una reconfiguración de las relaciones y vínculos sociales que ordenan nuestra cultura, se agradece más la emergencia de películas como estas, que ponen de cabeza los presupuestos de la existencia, sin necesidad de militancia alguna. ¿Por qué? Nos deja ver esas brechas, esos vacíos, esas fisuras que durante tanto tiempo han sido excluidos, ocultos, suprimidos, abyectados a favor de la normatividad heterosexual masculina; y con ello, demuestra la irreductibilidad del cuerpo femenino y de la diferencia sexual a ninguna invención cultural.
(Tomado de Cartelera Cine y Video, nro. 174)