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Chico hermoso, siempre serás mi hijo
El peso de la pandemia que asola al planeta ha relegado a segundo plano males mayores que parecen condenados a continuar, una vez que la COVID-19 sea superada, o al menos deje de ser el azote cotidiano que nos mantiene en vilo.
Entre esos males se encuentra el consumo de drogas, con sus mil y una historias de desolación y muerte repitiéndose en cualquier punto cardinal.
Solo en Estados Unidos, el país con mayor consumo de estupefacientes en el mundo, se reportan anualmente más de 70 000 fallecimientos relacionados con la adicción directa, aunque hay cifras que elevan esas muertes a 142 000 en personas entre los 15 y 64 años, si se tiene en cuenta que la adicción ha sido determinante en la celeridad de otras enfermedades. Según el Centro para el Control de las Enfermedades, la llamada crisis de los opioides en Estados Unidos marcó récord absoluto en 2017 con 72 000 muertes, una cifra que supera los decesos por vih, que fueron 12 000 ese año, los accidentes de tránsito, 40 000, y las muertes ocurridas por armas de fuego, 38 000. Datos suministrados en 2019 aseguraban que los consumidores de drogas gastaban en Estados Unidos 150 000 millones de dólares al año y que cada día mueren por el consumo de estupefacientes más de 200 personas, con un número apabullante de jóvenes dominando esas estadísticas.
El periodista y escritor David Sheff fue uno de los miles de padres que un mal día se dio cuenta de que su hijo no solo consumía drogas, sino que estaba empantanado hasta el cuello en la adicción. Fue el inicio de una odisea convertida al cabo de los años en un libro testimonio que conmovió a muchos, entre ellos al belga Félix Van Groeningen, un director de cine que había llevado a las pantallas historias europeas marcadas por conflictos de familias en situaciones límites.
En lo que sería su primer filme rodado en Estados Unidos, Van Groeningen encontró en el libro de David Sheff lo que necesitaba para referirse al descalabro de la drogadicción entre los jóvenes. En aquellas páginas se hacía referencia a la lucha de un padre dispuesto a rescatar a un hijo con el que había mantenido una relación muy estrecha; sus pequeños triunfos y grandes decepciones ante las recaídas y promesas incumplidas del muchacho. Una historia terrible por inesperada para sus protagonistas verídicos y que se desarrolla en el entorno de una familia de clase media alta, con un padre divorciado y dos hijos de un nuevo matrimonio.
El título del filme es el mismo del libro, Chico hermoso, siempre serás mi hijo (2018) y queda claro que el director belga busca sensibilizar a grandes audiencias y al mismo tiempo aleccionarlas mientras despliega una narrativa de fuerte impacto emocional.
El ritornelo de la adicción es harto conocido, pero se vuelve a él para entrar de lleno en los sentimientos de la familia involucrada. Te inicias, te vas al fondo, buscas una salida, crees tenerla, un tiempito hacia arriba, el aire, la luz, luego recaes y se reinicia el ciclo infernal con secuelas cada más fuertes.
Una lección social se desprende del filme: no es lo mismo poder pagar costosas clínicas de rehabilitación, que tener que recurrir a los recursos siempre insuficientes destinados por el Estado, y al respecto habría que recordar aquella escena de Joker, la película, el momento en que la siquiatra le dice al enfermo mental que no había más dinero de la Salud Pública para seguir con su tratamiento y, por lo tanto, procurara "resolver" de cualquier otra forma.
Chico hermoso… es un drama desbordado de emociones que podrá verse en nuestra televisión y uno de cuyos méritos mayores radica en hacernos comprender –más bien aleccionarnos desde sus ajustados componentes artísticos– la necesidad de luchar para que la adicción no convierta a lo que más se ama en un deshecho humano.
(Tomado de Granma, 16 de agosto de 2020)