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Ámame como soy
Reencontrarse, volver a ver Una novia para David, 35 años después de su estreno, puede ser tan gratificante como disfrutar de nuevo esas otras películas nacionales que Rufo Caballero y Joel del Río definieron acertadamente como “comedias costumbristas urbanas”1, frutos de aquellos años ochenta en que las cubanas y los cubanos vivimos una “sensación de prosperidad” por breve tiempo.
La película es un producto genuino de lo que ocurría en la década y la selección de la temática juvenil responde a un fenómeno socioeconómico que comenzaba a tener repercusión política en el país.
El cine cubano de los ochenta vivía un momento de auge productivo, directamente relacionado con los progresos económicos, resultados de la unión, a través del Consejo de Ayuda Mutua Económica (C.A.M.E.), al campo socialista desde 1972.
Son años en que el ICAIC logra un promedio anual de cinco largometrajes de ficción, lo cual posibilitó la promoción de 10 nuevos directores hacia esa producción, provenientes de la realización de documentales y del Noticiero ICAIC Latinoamericano.
En ese grupo está Orlando Rojas (1950), director de Una novia para David, quien, al contrario de lo que había sucedido con algunos de sus compañeros de promoción, no encuentra el argumento de su ópera prima en un documental hecho con anterioridad, si no que se une al entonces novel guionista Senel Paz.
En la dirección del ICAIC se había producido la sustitución de Alfredo Guevara (presidente fundador) por Julio García Espinosa en 1982. Con él, se refuerza la tendencia de un cine que va dejando atrás los temas históricos para concentrarse en el devenir contemporáneo y el rescate de géneros como la comedia, con estructuras narrativas más lineales, apegadas a lo aristotélico, cuyo objetivo estaba en la pretensión de alcanzar una mayor porción del público nacional. Sin embargo, como escribieran Rufo Caballero y Joel del Río:
“… dichas películas eluden el riesgo y apelan a rasgos consabidos y discutibles de la cubanidad, como pueden ser la manera de expresarnos, el choteo, los prejuicios… sin que evidencien un punto de vista genuinamente crítico”2.
La ópera prima de Orlando Rojas y Senel Paz encaja perfectamente en esta caracterización y responde a los rasgos del cine predominante en este período.
No obstante su simplicidad narrativa, logró una buena comunicación con el público, gracias al carisma de una camada de nuevos actores que comenzaba a “refrescar” la pantalla de la televisión y el cine nacional, y por la concepción de su guion, a través del cual Senel Paz aportaba un nuevo giro al tratamiento del tema de la juventud como componente de la construcción de la nueva sociedad, dentro de la filmografía nacional.
Pero, tanto la aparición de esos talentosos rostros de estreno, como las variaciones sobre el tema juvenil estaban relacionadas con un fenómeno sociodemográfico que comenzaba a manifestarse en la Cuba de entonces.
En ese decenio y posiblemente un lustro antes se estaba posicionando en el ámbito socioeconómico de la isla una nueva generación conocida como la del “disparo demográfico”, resultadode los logros obtenidos por la Revolución en la salud pública3.
Jóvenes entre 18 y 24 años, edad considerada como la de la “juventud media”, comenzaban a presionar, a hacerse sentir en la vida nacional en esferas como el empleo, la vivienda, el arte. Nacidos después de 1959, traían una nueva visión ideológica que, en su versión política más moderada, tomaba como estandarte la siguiente pregunta: “¿Cuál era la misión de los jóvenes en las nuevas circunstancias de la construcción del socialismo?”, pues ellos no habían participado en los hechos epopéyicos que habían propiciado la Revolución cubana, con lo cual reiniciaban la lucha intergeneracional.
Precisamente en el arte serán más evidentes las diferencias de pensamiento, sostenidas por una nueva oleada de artistas jóvenes. Forjados dentro del sistema de enseñanza artística, entraban al ruedo con nuevas propuestas estéticas y temáticas. Ellos se manifestaron a través de movimientos muy sólidos en las artes plásticas, la música, la literatura. En el cine, es el comienzo de las muestras de cine joven, amparadas por el Taller de cine y video de la Brigada “Hermanos Saíz”4.
Una novia para David formó parte de las respuestas, desde lo temático, hacia esta preocupación intergeneracional con un punto de vista diferente de la representación de los jóvenes y su compromiso con los ideales revolucionarios.
Si echamos un vistazo a la producción del cine nacional en esos años, comprobaremos que la contestación a dicha interrogante se elaboraba desde filmes como El brigadista (1977), Guardafronteras (1980), ambas de Octavio Cortázar, o Tiempo de amar (1983), de Enrique Pineda Barnet, en los cuales sus protagonistas eran jóvenes que debían funcionar, por su entrega y sacrificio, como paradigmas para esta nueva generación.
Este grupo de cintas ya significaba un cambio en el tratamiento del papel de la juventud desde la mirada de la filmografía cubana, pues anteriormente el modelo reforzaba la importancia de la inmolación por la causa revolucionaria, desarrollado en obras como David (1967), Mella (1975) o Aquella larga noche (1979), todas dirigidas por Pineda Barnet.
Una novia para David marca un giro en las respuestas intergeneracionales. Su trama tiene que ver también con los cambios que la Revolución ha introducido a favor de la juventud, específicamente, en la posibilidad de estudiar, de serle útil. Sus personajes no se enfrentan al peligro de perder sus vidas, sino a tareas importantes de la cotidianidad civil. Ya no son siquieralos jóvenes de Tiempo de amar, que deben posponer o renunciar a su amor, a sus aspiraciones profesionales, porque él debe partir hacia una movilización militar. Ahora la decisión es qué carrera van a seguir.
En la historia del poblano David, venido del interior de la isla hacia La Habana para estudiar en el sistema de becas creado por el gobierno revolucionario, lugar donde va a conocer la convivencia a veces difícil entre jóvenes de su generación y las decisiones amorosas entre el ser y el parecer, están claros los principios que deben primar en la moraleja final: los valores humanos son más importantes que la belleza física, unida a la banalidad y hasta la traición (como se deja ver en la escena final de la cinta con el cambio de pareja hecho por la novia bonita de Miguel).
Sin embargo, en el filme hay un cierto “relajamiento” en el entorno que rodea a los personajes, un degustar de los espacios urbanos, que se refieren más a esa “sensación de prosperidad” de los ochenta que al ambiente de transformaciones y confrontaciones de los sesenta, durante los cuales, supuestamente, transcurre la historia.
El tema principal de la película: Ámame como soy, compuesto por Pablo Milanés e interpretado por Elena Burke, tiene un significado ambivalente en el filme, porque matiza, se convierte en la voz interior de Ofelia frente al conflicto que enfrenta David en su atracción hacia ella y las expectativas de sus compañeros con respecto a sus posibilidades de conquistar a Olga; pero, al mismo tiempo, representa la solicitud de aquellos jóvenes arribantes, reclamadores de un espacio en la sociedad cubana5.
Notas:
1 Caballero, R. y Del Río. J. (1998). No hay cine adulto sin herejía sistemática. Cine Cubano (140), p. 94.
2 Ibídem
3 Eran fruto de una tasa de natalidad que se incrementó de un 35% entre 1959 y 1964 hacia una oscilación sobre el 29% hasta 1972.Martin, J.L (1990). La juventud en la Revolución cubana: notas sobre el camino recorrido y sus perspectivas. Cuadernos de Nuestra América. Vol. VII.(15), p. 139.
4 Orlando Rojas era el más joven de su generación, y su participación dentro del movimiento de jóvenes realizadores ya había sido reconocida con la presentación de su corto de ficción La espera (1983) en una de las secciones paralelas de las muestras.
5 Ese mismo año, 1985, Pablo Milanés se escucharía interpretando dos temas suyos en el serial televisivo producido por los estudios cinematográficos de las F.A.R., Algo más que soñar (Eduardo Moya). Específicamente el titulado No ha sido fácil estaba dirigido, desde otras aristas, a señalar, también, el lugar que reclamaba aquella generación.