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Agosto y Armando Capó en el mapa del cine cubano
A pesar de acontecimientos infaustos como la carencia del estreno de un largometraje nacional a lo largo del año pasado, el cine cubano verifica una serie de positivas transformaciones de las cuales forman parte una serie de óperas primas, estrenadas durante la última década. Integra esa serie Agosto, debut en la ficción del destacado documentalista, egresado de la Escuela Internacional de Cine y Televisión (EICTV)de San Antonio de los Baños, Armando Capó.
La notable representatividad, y significación, de Agosto, en el contexto del cine cubano actual proviene de varios factores que enumeramos a continuación:
El itinerario académico de Armando Capó es el más típico entre el grupo de los cineastas cubanos más prometedores y talentosos. Se graduóen la especialidad de dirección en FAMCA y en la especialidad de documental en la EICTV, y en ese lugar, donde a veces habita la utopía, Capó encontró a quienes se convertirían en sus principales colaboradores en Agosto: el guionista Abel Arcos, el fotógrafo Javier Labrador, la sonidista Sheyla Pool, los editores Ariel Escalante y Juan Soto, y las productoras Marcela Esquivel y Claudia Olivera.
Precisamente, al amparo de la EICTV realizó Capó sus primeros documentales, aquellos que colocaron su nombre en el mapa audiovisual de la Isla: La marea (2009), que alcanzó una mención en el Festival de Cine de La Habana; luego, Nos quedamos (2010) y más tarde, La certeza (2012), que fue producido por Audiovisuales ICAIC y DOCTV, y cuenta la vida de varios personajes que realizan un viaje desde su cotidianidad hasta un espacio donde recuperar la fe. Independientemente de la dedicación del realizador al género testimonial, cada uno de estos títulos, y de otros que no mencionamos, lo condujeron y prepararon para la incursión en una ficción, muy contaminada de elementos contemplativos y testimoniales, como lo es Agosto.
El primer largometraje de ficción de Capó es también otro argumento para legitimar el mecanismo de las coproducciones, en este caso entre Cuba (Dsafia Producciones), Francia (Paraiso Production y Difussion) y Costa Rica (La Feria Producciones); pero como la producción estuvo erigiéndose muy lentamente, reuniendo recursos y participaciones,a lo largo de varios años, se sumaron también Ibermedia, el Festival de Sundance y una campaña de crowfunding, hasta que llegó el momento en que la película estuvo lista, y ocurrió su estreno mundial, en el multiplex ScotiabankTheatre, del Festival de Toronto. De ahí pasó a San Sebastián, y a una decena de eventos internacionales, incluido el Festival de Cine de La Habana, en el que fue premiada como la mejor ópera prima.
En su largo periplo internacional, los productores vieron reconocida, mayormente, la capacidad de la película para ilustrar un momento muy específico de la historia nacional.
Al igual que otros filmes independientes cubanos, homólogos de Agosto, el guion se dedica a releer la urdimbre psicosocial de los años 80-90, tal y como se percibe en La obra del siglo (Carlos M. Quintela, 2015), El acompañante (Pavel Giroud, 2016) y Un traductor (Rodrigo y Sebastián Barriuso, 2018), todas estas interesadas en revisar el pasado de Cuba y así reivindicar la memoria colectiva, reafirmar alegorías de interés nacional y metaforizar las enseñanzas de la historia.
El filme de Capó se concentra en recontar las pérdidas afectivas de un adolescente durante la crisis de los balseros, a principios de los años 90, en tanto la cámara sigue parsimoniosamente a Carlos (14 años) a lo largo de un verano caótico, porque implica la pérdida o el distanciamiento de varios seres queridos. Todo ello contado con parsimonia, sin sobresaltos melodramáticos, desde la consciente concomitancia de esta ficción con el cine documental de tema cotidiano, y el llamado slow cinema establecido por maestros como el turco Nure Bilge Ceylan, la argentina Lucrecia Martel, o el chino Tsai Ming-liang.
Es posible que se decepcionen algunos espectadores con este modo de narrar, parsimonioso y hasta lento, pero en todo caso será preciso admitir que no todas las películas cubanas deben inclinarse al folclorismo, la dicotomía melodrama-comedia o las narrativas vehiculadas por acciones físicas o por el diálogo.
En cuanto a su diseño de personajes, Agosto también es representativo del cine cubano actual en lo que se refiere al protagonismo de un niño, o adolescente, como ocurre desde Conducta (Ernesto Daranas, 2014) y en las sucesivas Cuba Libre (Jorge Luis Sánchez, 2015), Esteban (Jonal Cosculluela, 2016), El techo (Patricia Ramos, 2016) y Yuli (Icíar Bollaín, 2018). La insistencia en este este tipo de personajes permite a los realizadores, entre otras ventajas, la llamada narración indirecta o tangencial de los principales acontecimientos, además de que a través de su mirada es posible reflexionar sobre la dinámica interna de la familia, y el entorno social se percibe de una manera más fresca, espontánea y natural. En este caso el protagonista es portador de los recuerdos de adolescente del realizador.
En fin, Agosto es una película al mismo tiempo típica e inusual. Parecida a otras muchas y esencialmente diversa de la mayoría. No sé si representa el camino más factible para el cine cubano contemporáneo, pero en todo caso habría que preguntarse si debiera existir un solo camino y una sola manera de contar.
(Foto: Archivo)