Anónimo

Afirmando a Shakespeare

Lun, 01/04/2021

¿Dónde están en verdad los cimientos íntimos primero e intelectuales después que justificaron el orbe William Shakespeare? Más allá de esos aprendizajes de oídas por conversaciones con personajes ilustres e ilustrados, cómo pudo un cuidador de caballos en las afueras de los teatros londinenses, un hombre casi analfabeto o un maestro rural en sus inicios llegar a ser el dramaturgo más importante del teatro isabelino. Incluso, si uno considerara las fuentes antiguas tanto de Inglaterra como de Europa en general que contribuyeron a forjar también al poeta y actor, ¿cómo pudo aprovecharlas en beneficio de creaciones nuevas, en las que más que señalarles hoy algunas inexactitudes históricas, sobresalía —y sobresale aún— el hombre cultísimo y profundo conocedor de la naturaleza humana? El propio Jorge Luis Borges admitiría:

Shakespeare es el menos inglés de los poetas de Inglaterra. Comparado con Robert Frost (de New England), con Wordsworth, con Samuel Johnson, con Chaucer y con los desconocidos que escribieron, o cantaron, las elegías, es casi un extranjero. Inglaterra es la patria del understatement, de la reticencia bien educada; la hipérbole, el exceso y el esplendor son típicos de Shakespeare.1

Existiera un Shakespeare como autor comprobable de sus obras o fuera “simplemente” un alias para esconder a un hombre de Estado o un erudito que pretendió salirse de escena para que ese seudónimo fuera el que se llevara todas las loas, no ha podido esfumarse hasta estos días —más de 400 años para ser justos— el escritor de tragedias, comedias y dramas históricos de relevancia, en los que persisten enormes personajes que casi llegan a bastar por sí mismos y, en rigor, pasaron a la posteridad por cuanto representan en relación con las dualidades y perseverancias humanas: Romeo y Julieta, Hamlet y Ofelia, Macbeth y Lady Macbeth, Otelo, Coriolano, Falstaff…

Si Shakespeare viviera fuera, sin dudarlo, el autor mejor pagado por las puestas en escenas todos los años de sus obras y las adaptaciones y reinterpretaciones de la mismas para el séptimo arte.

Dividiéndose en “stratfordianos" (los de la tesis de que el William Shakespeare nacido y fallecido en Stratford fue el verdadero autor de las obras que se le atribuyen) y “antistratfordianos” (quienes sostienen que la autoría de sus obras corresponde a otro escritor), el Bardo de Avon desataría una enorme polémica que pondría la existencia del hombre Shakespeare en entredicho.

Si bien los de la segunda tesis son minoritarios, no se extinguen esos seguidores que plantean que Shakespeare pudo haber sido, entre otros, Christopher Marlowe, Francis Bacon y Edward de Vere. No sé cuál de los tres es el candidato favorito del genial actor Derek Jacobi, quien es de hecho muy antistratfordiano y el que principia el filme Anonymous (Roland Emmerich, 2011).

Emmerich, quien se sacó un as de la manga con esta película polémica no solo para el Reino Unido, sino para todo el mundo, demostró que podía dirigir más que largometrajes acerca del fin del universo o de iniciaciones civilizatorias: El día de la independencia, Godzilla, El día después de mañana, 10 000 a. C., 2012…

Seguidor de la tesis de que pudo haber sido el destacado cortesano Edward de Vere el autor de la mayoría de los libros shakesperianos, concibe una trama de completa irreverencia hacia la figura del Shakespeare tradicional para revelarnos asimismo un difícil disturbio político que, en definitiva, desbordó las escenas de determinados teatros para influir en o al menos evocar acontecimientos públicos de aquel entonces.

De Vere, Conde de Oxford, es el gran candidato a la autoría de las obras de Shakespeare. Aquí representa a un mecenas y a un autor teatral de bajo perfil que quiere promover cambios culturales y sociopolíticos, pero figura cual si fuera otro espectador más. Emmerich complica más la trama al vincular hechos de la vida de De Vere con intimidades palaciegas. Se alterna por ello y con mucho cuidado pasado y presente de sus personajes.

El director muestra un lucimiento magistral en la puesta en pantalla, en la que la recreación epocal es descomunal. Esta vez no sacrificó el contenido para atrapar al espectador con la visualidad y, no obstante, no le queda de otra que recurrir a efectos especiales generados por ordenador y así reproducir los exteriores del antiguo Londres del siglo xvi y principios del xvii.

El guion es cuidadoso como los pliegues del vestido de cualquiera de las damas de la corte, la selección de actores es un privilegio (Rhys Ifans, Xavier Samuel, Joely Richardson, David Thewlis, Sebastian Armesto, Edward Hogg…, entre los que destaca Vanessa Redgrave, quien interpreta a Isabel I de Inglaterra).

Para los amantes de Shakespeare y sus obras imperecederas, Anonymous es uno de los más recientes estímulos si de conocer un clásico de todos los tiempos se trata.

Referencias bibliográficas:

1 Borges, J.L. (2005). Obras completas, vol. II, Barcelona, p. 624.