NOTICIA
37 segundos: las vidas que importan
La historia de 37 segundos (2020), ópera prima de la japonesa Hikari, propone un acto de rebeldía que no tiene otra finalidad que el gesto inclusivo. El cuerpo se redime para que el espíritu alce su vuelo y con él, todo interés por la vida.
Yuma es prisionera de su propio cuerpo. Una parálisis cerebral adquirida en su nacimiento le ha impedido desarrollar sus capacidades físico-motoras, pero no imaginarse su futuro como una artista famosa del manga. Entre la sobreprotección de la madre y la explotación laboral de su prima, Yuma sobrelleva estoicamente su vida monótona en un sillón de ruedas. Es una mujer que soporta su discapacidad sin ninguna experiencia vital, más allá de los excesos afectivos de la madre.
La película propone una narrativa de aprendizaje que culmina felizmente en un acto de redención. El personaje sacará sus mejores lecciones en el autorreconocimiento de sus vulnerabilidades físicas para convertirlas en fortalezas espirituales y materiales. Entre el ensayo y el error, Yuma elabora su propia estrategia de crecimiento personal, y nada de lo que pueda suceder de negativo en su vida termina por amilanarla. Así comprenderá por sí misma que no necesita ser una mujer “normal” para sentirse libre, sino asimilarse como tal para lograrlo.
Notable: la sobriedad del discurso narrativo, que privilegia las reacciones del personaje cuando añade nuevas experiencias, incluidas las sexuales. Aunque la estructura del guion es bastante lineal, dosifica de manera acertada sus relaciones causales, los motivos que conducen a nuevos giros en la trama —sobre todo en el segmento final, en el que el aprendizaje somático implica también un retorno a los orígenes— consiguen mantener la atención del espectador en torno a las reacciones del personaje. En este punto radica todo su acierto, en la manera en que la narrativa favorece la necesidad de una mirada inclusiva.
Muy buena: las actuaciones de MelKayama (Yuma) y MisuzuKanno ―como la sobreprotectora Kyoko― incorporan registros que tienen sus mejores momentos en los detonantes del conflicto. No hay modo de que el espectador no consiga identificarse con las problemáticas de sus personajes. Aunque a Kanno se le reserva un papel secundario en la trama, es una actriz que sabe de qué forma es preciso estremecer con la naturalidad del gesto.
La cinematografía de Stephen Blaht y la edición de Thomas Krueger son otros de los puntos a favor de esta película. Entre el registro a veces minimalista, que coquetea con la observación documental, la composición del plano acierta en la exploración de las emociones de la protagonista; el punto de vista sabe cuándo se necesita cerrar para el detenimiento en la gestualidad del rostro de Yuma, cuándo se necesita el respiro como metáfora visual de la ansiada liberación del cuerpo y el espíritu.
Te digo mi nota: 3,5.
Lo peor de la película: en su propósito de favorecer una postura inclusiva, de asumir un llamado de atención sobre sectores vulnerables y marginados de la sociedad respecto a un tema necesario y sensible como el que aborda, a veces ese punto de vista descuida la neutralidad que advertimos tan pronto arranca esta película, mientras simulaun estilo cercano al registro documental.
Eso ocurre porque en las escenas en las que Yuma aparece, desalentada ante los fracasos, la banda sonora incorpora acordes melodramáticos para movilizar la emoción del espectador. Un facilismo demodé, que contribuye justo al efecto contrario de lo que persigue, en realidad, esta película: la identificación y no lástima, el gesto inclusivo y no el plañidero.
El plano, sin afeites; la ductilidad en la mirada y ya está.