José Martí

Trémula y sola el alma en Nueva York

Dom, 01/28/2024

I

Nueva York. Ciudad cinematográfica, literaria, pictórica, musical: la de Manhatta, la de Desayuno con diamantes, la de El apartamento, la de West Side Story y Soy leyenda…; la de Poeta en Nueva York, de Lorca, la de El Padrino, de Mario Puzo, la de American Psycho, de Bret Easton Ellis. La del expresionismo abstracto de 1950, la del Museo Metropolitano de Arte y del Nuevo Museo de Arte Contemporáneo. La del renacimiento de Harlem… La de Broadway. La de I Love New York, de Madonna, la de New York, New York, cantada por la Minnelli y luego por Sinatra…

Nueva York. La ciudad funesta de robos, asesinatos y racismo de los años sesenta del pasado siglo. La del Central Park; la del distrito de negocios influyentes que es Midtown Manhattan; la del Empire States; la de las siluetas distintivas por sus rascacielos. La de las torres gemelas del World Trade Center derribadas por el lamentable atentado un 11 de septiembre, hace ya más de veinte años.

Nueva York. Ciudad cultural si las hubo, pero antes ciudad multiétnica protectora de emigrantes, condición que la acompaña desde sus orígenes cuando hubo compras y ventas sospechosas. La Nueva Angulema que luego fue llamada Nueva Ámsterdam hasta definitivamente quedarse con su nombre actual.

Nueva York. Ciudad portuaria. Algodón, harina y carne se enviaban a Europa. Café, té, alcohol y telas se descargaban en los muelles de la bahía. Las instalaciones portuarias llegaban a la calle 70 de Manhattan. Tierra de ingleses, alemanes, franceses, latinos…, quienes al llegar, divisaban en lontananza el regalo simbólico y de fuerte imponencia física de Francia a Estados Unidos por el centenario de su independencia. La estatua de la libertad pronto se convertiría para el emigrado del siglo XIX en el primer impulso que, desde la isla de la libertad, alentaba al recién llegado. En 1887, luego de estar viviendo siete años en Nueva York, José Martí escribe sobre héroes y el júbilo de las multitudes en Fiestas de la Estatua de la libertad.

II

En 1891 publica sus Versos Sencillos. Algunos investigadores dan como fecha probable el 6 de octubre. Había dado a conocer entonces el ensayo Nuestra América y era conocido por sus participaciones al integrar más de una comisión de conferencias monetarias. Pronuncia discursos y escribe sus maravillosos ensayos epistolares. En 1890 menciona a la sevillana Carmencita que está de visita en Nueva York y tiene alborotados con su espectáculo de fandangos y cachuchas a franceses, españoles, alemanes y estadounidenses. Es curioso que no escriba Martí en una crónica sobre La Bella Otero (Agustina Otero Iglesias), la bailarina española de su poema, quien debutó en Nueva York en diciembre de 1890. Martí la vio bailar en el Teatro El Edén Museé de la calle 23 de Nueva York. El impacto, como es sabido, fue enorme. Mas, ¿quién era esta mujer de la que en el siglo XX se escribirían muchas biografías?

Inventándose un pasado con la ayuda del empresario Ernest Jurgens, le confirió a su vida imaginaria la efectividad de su talento para el baile y el canto. Con un pasado muy triste porque fue violada con diez años y tuvo que sobrevivir prostituyéndose, había resurgido como una artista sin par donde su lamentable niñez ni se mencionaba. Al avanzar en el aprendizaje del baile y canto, le añadió su capacidad histriónica. Y así fue como una función distintiva de España se enriquecía con los dotes personales de una mujer. Nunca abandonó su condición de cortesana y, cierto o no, llegó a decir que se acostó con grandes personajes de la realeza como Alberto I de Mónaco, el zar Nicolás II de Rusia… Se habla hasta de siete suicidios de hombres que no pudieron poseerla. La Bella Otero fue pintada, fotografiada y sirvió de musa entre otros a Gabriele D'Annunzio. María Féliz la encarnó en el cine y Ángela Molina en la televisión italiana.

III

Al pasar los años, es que el cubano suele enterarse quién era el personaje zalamero que inspiró a José Martí a escribir en Versos Sencillos X El alma trémula y sola, que casi todos conocemos como La bailarina española. Hay que reconocer que Martí idealiza a una mujer que él desconoce bastante. Pero es que ningún poema se ampara en el testimonio fidedigno e histórico de lo que pretende y puede referir. En todo caso, la referencia primera y última es con su autor. La bailarina del poema es otra mujer, por quien el espectador Martí, intranquilo, se maravilla y deleita.

IV

La lectura de Tulio Raggi del poema martiano le motiva una interpretación supuestamente a contracorriente de los análisis tradicionales. El alma trémula y sola (1983) no lo es, aunque Raggi se distancia de concebir un diseño escenográfico que, a primera vista, parece cómodo por proceder de un texto a todas luces muy cinematográfico. Siguiendo el inicio descriptivo del poema, el director de cine establece y recrea la pujanza del paisaje citadino de Nueva York. Como en el referente martiano, insinúa al flâneur o paseante que a veces quiere o necesita detenerse para centrar la mirada: Hay baile; vamos a ver/ La bailarina española.

En casi todos los versos se ocupa Martí de detallar a la bailarina. Retrato de un baile a través de una mujer atractiva y provocadora. Raggi aprovecha la plasticidad del poema y, en primera instancia, concibe lo cinematográfico de una danza en ejecución. A partir de una descripción verbal, simula el cineasta afectarle solo cómo va a representar un conjunto temático que supera el hechizo del baile y su intérprete. Raggi sospecha y queda convencido de que, cuanto experimenta el sujeto lírico, es una situación emocional imprevista no prolongable. Se trata de algo más que de una activación de la memoria. Los versos: Han hecho bien en quitar/ El banderón de la acera;/ Porque si está la bandera,/ No sé, yo no puedo entrar/ difiere de lo que añora y verá de la bailarina. Lo representativo español es ambivalente.

Si se considera en su totalidad el documento principal, es verdad que a Raggi se le plantea cierta facilidad para por ejemplo visualizar una suerte de planos intercalados en que se advierten incluso posibles angulaciones de lo que pudiera (y de hecho) muestra. Esta pieza bellísima y turbadora —turbar es (una) constante en sus películas— obedece a la aprehensión de lo que acaso es más importante y, por supuesto, figura sutil en el poema martiano. Las escalas de planos detalles necesitan armonizar en el montaje. Porque si ya Raggi ha logrado homologar lo erótico de los versos, busca y consigue contraponer al expresionismo de las imágenes, lo que late en el texto escrito, sobrepasando al baile y a su ejecutante. Esas disolvencias sucesivas para sugerir la ilusión de movimiento, responde a una estetización de la imagen, a una solución narrativa.

El deleite efímero ante la bailarina española suple la condición de un estado anímico consciente. Cifra de dos cualidades en un principio: el alma trémula y sola: la de Martí… y también la de la bailarina. El final del poema no puede ser más anfibológico.