NOTICIA
Rosita Fornés y dos rostros de la Cuba de los 80 en la pantalla
Tardó demasiado el ICAIC en brindarle la oportunidad de demostrar sus reales aptitudes interpretativas para la pantalla grande, más allá de las que ya había exhibido en una prolífica carrera cinematográfica mexicano-cubana en la que, sin embargo, sus actuaciones fueron esencialmente una prolongación de su versátil desempeño en los escenarios.
Prejuicios culturales ―los mismos que durante una época hicieron tabula rasa de todo el cine realizado en Cuba antes de 1959― fueron el motivo principal de esa demora, que afortunadamente llegó a su fin cuando Julio García Espinosa, contraparte y complemento de la misma estatura artística e intelectual que Alfredo Guevara en la dirección del ICAIC, pero sin duda un cineasta más vinculado e identificado con el mundo del espectáculo, aprobó la proposición de Juan Carlos Tabío de darle a Rosita Fornés el papel protagónico de Se permuta (1984).
Era ciertamente un cine muy distinto del que ella había hecho hasta entonces, si bien se trataba de un género que le resultaba muy familiar: la comedia. Nos revela, entonces, una contundente prueba de su rigor profesional y entrega artística cuando la vemos despojarse de todo vestigio de divismo para encarnar con absoluta autenticidad a una mujer de a pie ―esa buena vecina del barrio que dicen sus allegados nunca dejó de ser, aunque la localidad en cuestión fuera el alguna vez exclusivo Nuevo Vedado― enrolada en una laberíntica madeja de permutas para proporcionarle a su hija un “mejor porvenir”.
En Se permuta, Rosita Fornés da rostro y voz al lado más visible de la realidad cotidiana habanera y nacional de los años 80: la de la fiebre de intercambio de casas ―con sus correspondientes “corredores” de permutas―; la de la revista Opina; la Coronilla con agua de coco junto al dominó, las microbrigadas y los sueños de resolver los problemas de la vivienda; los “Chevys” de alquiler que van para donde les da la gana a los taxistas ―insólitamente el que sale en la película está “al servicio del pueblo”―; las guaguas repletas pero que pasan ―como para trasladarse sin sobresaltos de El Vedado a Guanabacoa―; y los barcos llenos de mercancías de los países socialistas que arriban al puerto de La Habana. Es la Cuba de las “vacas gordas” del titulado Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME).
Con la impronta de la época de oro de la comedia cinematográfica italiana, el toque del cine de Titón y el sobradísimo talento de Tabío para el género, Se permuta no solo divirtió al público, sino que nos permitió conocer y admirar a otra Rosita Fornés, terrenal, mundana, capaz tanto de recogerse como quiera el pelo suelto y revuelto, como de desplazarse por las calles de Centro Habana con la misma destreza con que guio sus pasos de baile en escenarios del mundo.
Otro registro muy diferente fue el de la actriz en Papeles secundarios, bajo la dirección de Orlando Rojas. Allí fue protagonista de un país distinto, o de otra cara del mismo, que aunque subterránea, no por ello dejaba de hacer sentir sus efectos. Era la Cuba en la que aún resonaban los ecos del tristemente célebre Quinquenio Gris y su devastadora huella en la vida artística y cultural de la nación. Era un ajuste de cuentas tardío ―pero aun así, necesario― con aquella oscura etapa de nuestra vida intelectual marcada por la “parametración” impuesta por comisarios políticos de la actividad cultural en ejercicio de un poder inmerecidamente otorgado.
Rojas devuelve a la Fornés a su medio natural, el mundo del espectáculo, específicamente el teatro, pero esta vez sin lentejuelas ni oropeles, sin fastuosidad ni glamour. La actriz asume nuevamente el desafío de reinventarse a sí misma y convertir a la vedette por antonomasia de Cuba y América en una diva trágica, contenida, sombría, a tono con un entorno viciado por el recelo, el oportunismo y el arribismo, un mundo de máscaras y frustraciones que la fotografía de Raúl Pérez Ureta plasma con tintes claustrofóbicos.
Rosa Soto es la antítesis de Rosa Fornés, y he ahí que la actriz emprende sin reservas un viaje interpretativo a su polo opuesto. Lo que no deja dudas sobre su voluntad de rebasar estereotipos e imágenes públicas, para entregarse en cuerpo y alma a la sagrada profesión de crear otras vidas y otros conflictos dramáticos, ya sea mediante el humor, como en Se permuta, o como en este caso, mediante el drama, con igual acierto en el desempeño de ambos géneros.
Para Rosita Fornés, la célebre frase devenida lema del mundo en el que se desenvolvió a lo largo de su carrera artística, “El espectáculo debe continuar”, fue enriqueciéndose en el curso de su trayectoria con los verbos ampliarse, diversificarse, innovarse e, incluso, contradecirse.
Sin proponérselo, y amén de otros filmes en los que posteriormente intervino, Rosita Fornés protagonizó en Se permuta y Papeles secundarios dos películas claves para entender la realidad y el cine cubanos de la década de los 80. Y para entender, más allá de cualquier fecha, las convicciones e inquietudes creativas, durante mucho tiempo ocultadas tras las exigencias de la farándula, que animaron su inconmensurable obra artística.