NOTICIA
Palabras de agradecimiento de Juan Padrón
Los que me conocen saben que a una de las cosas que más terror le tengo en la vida es a hablar en público. Pero ya un amigo me dijo: “Mira, no te preocupes, si te sale mal el discurso, el premio te lo dan igual… (Risas) y además la gente viene a eso de la música”. (Risas.) Entonces me hice un pequeño discurso.
Antes de la existencia del ICAIC, mi hermano Ernesto, mi primo Jorge Pucheux y yo, éramos dueños de una compañía de cine a finales de los años cincuenta. Alimentados por las historietas, de las que hablaba Reynaldo, y de las series de televisión, no parábamos de hacer películas policiacas, de guerra y de ciencia ficción, con una camarita de ocho milímetros KODAK Brownie. Aunque fueron todas silentes, el nombre de la compañía era: ¡Troya Sono Films! (Risas.)
Una de las películas más logradas se llamaba El capitán Rayo contra la radiación de la muerte. (Risas.) Salieron con la edición y el montaje, créanlo o no, hechos en cámara. Aprendimos a hacer trucos con paradas de cámara, maquetas y animaciones cuadro a cuadro, nacidas en la ignorancia más alegre. En pantalla aparecían saltos en paracaídas, trucados, y explosiones de casi dos metros de altura. Eran el asombro del público. El público eran nuestros padres y abuelos que veían las películas (risas) y no se imaginaban cómo los podíamos engañar de esa manera unos fiñes menores de doce años.
El bichito del cine debe ser eso, el placer de hacerle creer a la gente que lo que ven en la pantalla es verdad. Nosotros lo padecimos desde nuestra más tierna infancia y nos atacó con ferocidad. Ernesto, mi hermano, está haciendo un largometraje de animación, Meñique. (Aplausos). Y está por ahí mi primo Jorge Pucheux. Él fue en su tiempo, cuando había película (aplausos), uno de los camarógrafos de trucaje y de efectos especiales más importantes del cine latinoamericano.
Supe de la animación del ICAIC por una revista INRA, de la Reforma Agraria, cuando vivía en el Central Carolina, allá en Matanzas. Casi me escapé de mi casa para venir a ver esa maravilla. Entré en contacto con el departamento de Animación Especial, donde se hacían animaciones para la Enciclopedia Popular y los créditos de todas las películas del ICAIC. Allí rellené dibujos para hacer la primera cabecera del Noticiero ICAIC Latinoamericano, que no sé si se acuerdan que era un farol de la alfabetización con la camarita que hacía rack, rack. ¿No?
Yo quería ser del ICAIC, pero el ICAIC no se dejaba querer todavía. (Risas.) Así me fui a la recién creada sección de producciones fílmicas del ICR. Aprendí más o menos, a mover personajes y llegué a ser animador diseñador. Animé una sóla película ¡Viva Papi!, del australiano Harry Reade. Años más tarde, cuando trabajaba en Juventud Rebelde, vino una etapa triste para mí. Hacía guiones y diseño de escenas para el estudio de animación del ICR, pero me pidieron que no fuera más por allí… pero no voy a explicar por qué. Tampoco me aprobaban ningún proyecto en el ICAIC. Un ejemplo: “Los vampiros lácteos”. Los vampiros dejan de chupar sangre y se dedican a tomar leche, helados, mantequilla… Ese fue un guión que no me aceptaron en el ICAIC. (Risas.) Al mismo tiempo, me quería ir del periódico porque habían censurado mis series de “Vampiros”, “Verdugos” y “Piojos”. Tampoco explico por qué. (Risas)
La entonces Unión de Pioneros de Cuba, me pidió trabajar en la sección de propaganda. Yo ya había creado, en el setenta, al coronel Elpidio Valdés; y con el equipo de la Unión de Pioneros de Cuba, haciendo cuentos, carteles, juegos de mesa, historietas colectivas, aviones de papel, papalotes ilustrados y lo que hiciera falta, aprendí, creo yo, una parte del riguroso y difícil trabajo con los niños.
Como la Unión de Pioneros quería hacer películas animadas, logré por fin entrar como colaborador en el ICAIC, donde hice ocho películas, gratis. Entre ellas, las dos primeras de Elpido Valdés. Tres años más tarde, logré ser director en plantilla, y a partir de entonces el ICAIC fue como mi casa.
Lo bueno que tenía la animación de entonces, era que, y a ver… que me desmienta Paco… que de verdad de verdad, palabra de honor y hablando en plata, nadie sabía hacer todavía dibujos animados impecables. A las películas incomprensibles se les llamaba “películas experimentales” (risas), “obras de exploración”. (Risas) Y todos los veteranos logramos hacer muñequitos realizando pésimas, horribles y regulares películas... hasta que aprendimos.
Teníamos muchas carencias: se pintaba sobre el mismo acetato que usa MediCuba para envasar las pastillas. Usábamos vinil para paredes o pinturas que era necesario mezclar con talco Bebito en una batidora para que se pegaran al acetato. (Risas)
Esa energía para hacer las películas, es lo que desde la lucha en la manigua, nos hacía invencibles: el cubaneo, o también lo que llamamos “el misterio de Cuba”. El cubaneo dio como resultado un estilo de animación, que se distingue por historias auténticas y originales. Un montaje (risas) vertiginoso, escenas de gran colorido, una banda sonora alegre, llena de voces, música y efectos impresionantes. Eso es la animación cubana.
Hablo de los viejos estudios donde aprendimos a hacer los muñequitos como en los años treinta: con plumas, pinceles, pinturas, cartulinas… y donde las imágenes se registraban en unas cintas. En ellas, las imágenes se distinguen cuadro a cuadro. Se pueden escribir con un lápiz graso, sobre la superficie, y luego cortarlas, pegarlas, y al final, montar obras audiovisuales, como en video. Se llaman películas cinematográficas; y traje un pedacito, para los más jóvenes (muestra la película)
¡Película cinematográfica! (Aplausos.) Tiene… tiene un olor, que no se olvida nunca, riquísimo… y luego, cuando estás en el cuarto oscuro con ella sola… y quieres saber dónde tiene la emulsión, la besas… y donde se te queda pegado el labio, está la emulsión. Y luego, también suena. Sólo la gente que tiene muchos años manejando películas puede hacer este tipo de ruido. (Se oye un ruido, risas, aplausos.)
No quiero dejar de mencionar a los compañeros de mi viaje por el cine animado. Juntos encontramos nuevas tierras, encontramos paisajes bellísimos. También, arrecifes, faros apagados, sirenas buenísimas y también horripilantes. De todo, como en las películas de aventuras. Quiero nombrar a Miguel González, Tony González, Harry Reade, José Reyes, Noel Lima, Erasmo Juliachs, Juan José López, Santiago Álvarez, Tomás Gutiérrez Alea. (Aplausos) Y a todos los que me dieron el rumbo… o me echaron un cabo, un remo y hasta algún salvavidas durante la travesía.
Quiero agradecerles, de todo corazón, este premio tan importante. Dedicárselo a mis seres queridos, a mi familia fuera de liga, a todos mis compañeros y amigos que se han puesto tan contentos como yo mismo. Y dedicárselo también a mi amigo Frank González, la voz (aplausos) de Elpidio Valdés. (Aplausos)
Una vez estábamos grabando en España un animado y yo dije:
-Son seis personajes, me imagino que con dos o tres actores resolvemos.
Me dicen:
-¡No señor, aquí cada uno hace una voz!
-¡Pues yo en Cuba tengo actores que me hacen ocho voces, como (risas) Frank González, por ejemplo, o Manuel Marín! Ocho voces cada uno.
Y me dicen:
¡Pues serán millonarios, tío! (Risas)
Los millonarios éramos nosotros que los teníamos aquí. Felicidades a ti también Frank. Quiero dedicarles también el premio a los jóvenes picados por el eterno bichito del cine, a los creadores de los animados del futuro.
Pero sepan, que hasta que nos den las paticas a Palmiche, al coronel Elpidio y a mí, seguiremos al galope junto a ellos, para divertir a los niños de nuestro país por siempre jamás y ¡hasta la vista compay! (Aplausos.)
(Tomado de Cine Cubano, nro. 168, 2008)