NOTICIA
“Manuela”: ayer y siempre
“¿Cómo contener la alegría cuando se descubre una obra maestra? Eso es lo que me sucede con Manuela, mediometraje de 40 minutos del joven cineasta cubano de 22 años Humberto Solás —escribió el célebre crítico francés Marcel Martin en Cinema 66—. Conozco bien el cine cubano y he visto todos los buenos filmes que ha producido. Sin embargo, nunca había sentido una emoción y una admiración tales ante una historia tan sencilla y tan bella, realizada con tanta poesía y con tanta fuerza”.
Un flashback propicia remontarnos 55 años atrás, cuando por estos días de 1966, los cines Payret, Trianón, Ambassador y Alameda estrenaban ese título capaz de suscitar una opinión tan encomiástica. Transcurrieron varios meses desde la convocatoria del ICAIC a un concurso para realizar cortos sobre el tema de las guerrillas y Solás decide participar. Para documentarse mientras escribe el guion de Manuela, visita la sierra Cristal, y cierto día los campesinos lo conducen ante la tumba de una combatiente a quien llamaban con el apodo La China. Su vida daba para todo un largometraje, y El Mexicano, que existió en realidad, era su novio. Ambos murieron en combate. Este antológico mediometraje se inspira en la vida de esa muchacha incorporada a la guerrilla rebelde en las montañas por un deseo de venganza personal contra los asesinos de sus familiares.
El novel realizador descubre a su protagonista, la auténtica campesina Adela Legrá, en Baracoa, y al lado del joven pero ya experimentado actor santiaguero Adolfo Llauradó consigue su objetivo de otorgar la mayor autenticidad y frescura posible a las actuaciones. Solás apela a la improvisación, nunca ensaya las escenas con el ánimo de lograr una estrecha interrelación entre los dos. “Sabía que era una mujer vital, y además había observado que tiene mucha voluntad”, explica en el documental El cine y la vida: Nelson Rodríguez y Humberto Solás (1995), de Manuel Iglesias. Ella se comporta con gran naturalidad ante la cámara. La experiencia es muy interesante, porque la actriz no profesional permanece gran parte de las escenas junto a Llauradó y esto provoca que Solás trabaje con ellos por separado: con el actor las orientaciones tienen un carácter más racional; con Adela es muy diferente, parte ante todo de la pasión que transmite a su personaje: arisco, indisciplinado, de incontenible energía y violentas reacciones.
El guionista y director subraya la contribución imprescindible del fotógrafo Jorge Herrera para una puesta en escena nada preconcebida. Además de explotar en toda la belleza sin artificios el rostro sudoroso de la actriz natural en expresivos primeros planos, cámara en mano se convierte en un participante en la represión de los campesinos por los soldados de la tiranía, del bombardeo al poblado, el acoso al delator o un rebelde que lucha en una emboscada. A su juicio, él realiza un trabajo casi documental, con mucho rigor, inclusive en la batalla, en lo que pretende ser la imagen de un noticiero, como si hubiera sido captada por un corresponsal de guerra.
Manuela, con esa libertad inusitada que aporta la moderna fotografía, el ritmo logrado por la edición de un ya muy diestro Nelson Rodríguez, el aliento poético, la lozanía y emoción que aún hoy se respiran representa una “pequeña” obra maestra muy valorada internacionalmente por su sinceridad y crudo realismo al mostrar el carácter casi romántico de la epopeya revolucionaria. El historiador catalán Román Gubern opina entusiasta en la revista Nuestro Cine sobre este título tan significativo en la historia del nuevo cine cubano: “Es un filme sincero, emocionante, casi turbador, en su formidable humanismo”.
(Tomado de periódico Cartelera Cine y Video, nro. 188)