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Los múltiples rostros de Meryl Streep
Desde su aparición en Julia, filme de 1977 de Fred Zinnemann, con un pequeño papel, si algo es seguro en su carrera de más de 40 años es que Meryl Streep no ha dejado impávido a nadie.
Hay muchas otras cosas seguras, sin dudas, por algo Meryl ha sido considerada por la crítica cinematográfica, en encuestas realizadas por importantes revistas, como “la mejor actriz del mundo”. Incluso, más de una vez la han llamado “una de las mejores actrices de todos los tiempos”. Muchos nos hemos quedado embelesados por el histrionismo de esta mujer nacida en Summit, Nueva Jersey, en 1949 (por lo que el pasado 2019 Meryl cumplió 70 años).
Graduada en arte dramático en la Universidad de Yale en 1975 y tras trabajar en producciones teatrales en Nueva York y Nueva Jersey, como Enrique V, La fierecilla domada, Measure for Measure, Happy End y ganar un premio Obie por su participación en Alice at the Palace, Meryl Streep empezó a audicionar sin mucho éxito para obtener algún papel en el cine.
De esos momentos es conocida la anécdota con el famoso productor italiano Dino De Laurentiis, quien le preguntó a su director de casting por qué le había traído a “eso” tan feo en una audición para el rol protagonista de King Kong en 1976 (papel que conseguiría, finalmente, Jessica Lange). Meryl le contestó en perfecto italiano: “Siento mucho no ser lo suficientemente guapa que requiere el papel, pero eso es lo que hay”.
Su verdadero salto a la fama sería en 1978, cuando protagonizó la serie de televisión Holocaust interpretando a la sufridora mujer de un artista judío en la Alemania nazi ―por la que ganó un Premio Emmy―, y participara como la novia de Robert De Niro en la película The Deer Hunter, que supondrá su primera nominación al Óscar y el comienzo de la formación de una de las más grandes leyendas del cine. Desde entonces hasta la fecha, la Streep no ha dejado de iluminarnos.
A partir de ese momento, Meryl Streep no ha parado de darnos interpretaciones en el cine igual de extraordinarias como diferentes: Kramer vs. Kramer (1979), que le dio su primer Óscar; Manhattan, de Woody Allen, ese mismo año; The French Lieutenant’s Woman (1981), del inglés Karel Reisz, y otros más recientes como A.I. Artificial Inteligence (2001), The Manchurian Candidate (2004), Lemony Snicket’s a Series of Unfortunate Events (2005), Rendition (2007), Dark Matter (2007), Evening (2008), Lions for Lambs (2008) y The Homesman (2014). Y como vemos, se atreve con cualquier género: biopics, dramas históricos, historias bélicas, comedias, musicales, melodramas, dramas románticos, ciencia ficción, fantasía, thrillers…
Fue en 1982 cuando alcanzó la madurez interpretativa con Sophie’s Choice, de Alan J. Pakula, papel que le otorgó su segundo Óscar. Su rol como Sophie Zawitowski, una mujer polaca superviviente al Holocausto con un turbulento y trágico pasado y un triángulo amoroso entre un joven escritor y un intelectual judío, es, para muchos, el mejor papel de su filmografía; una Meryl Streep única, inmejorable e irrepetible. No en vano es considerada la tercera mejor interpretación de la historia, según el American Film Institute, por detrás del Lawrence de Arabia de Peter O’Toole y el Terry Malloy de Marlon Brando en On the Waterfront; o sea, como la mejor interpretación femenina de la historia.
A pesar de que en 1985 volvió a sufrir otro “pequeño episodio sexista”, cuando Sydney Pollack dudó de contratarla para el papel de Karen Blixen en Out of Africa por no considerarla suficientemente sexy, el filme fue un triunfo y es, hasta la fecha, uno de sus éxitos.
En cambio, los comienzos de los 90 no fueron una época fácil para la Streep. Su aparición en el género de la comedia con películas como Heartburn (1987), She-Devil (1989), Postcards From the Edge (1990) y Defending Your Life (1991) fueron interpretados como un intento de reponerse tras varios dramas fallidos.
Entonces Meryl no solo cambió sus prioridades al cumplir los 40, sino que empezó a poner en evidencia las políticas sexistas de la industria, denunciando la ausencia de roles femeninos y la falta de paridad en los salarios: “Cuando una actriz alcanza los 40, ya nadie se interesa más por ella”. De hecho, según la propia Streep, la satírica Death Becomes Her (1992) es un clarísimo ejemplo de los que llamó “los muertos vivientes de Beverly Hills”, en el que interpreta a Madeleine Ashton, una superficial diva de Hollywood que, atrapada por la competición tóxica entre mujeres en la industria, acoge el secreto de la eterna juventud con terribles consecuencias. “Era como filmar un documental sobre la fijación con la edad en Los Ángeles”, aseguró entonces la enigmática actriz.
Otro claro éxito sería The Bridges of Madison County, un punto de inflexión en su carrera. La cinta del clásico Clint Eastwood de 1995, que relata el romance que se produce entre un fotógrafo del National Geographic y una ama de casa aburrida de su rutina en la campiña en el centro de Estados Unidos, supuso el relanzamiento de Meryl tras varias duras críticas recibidas. La interpretación de una abrumadora y apasionante Francesca Johnson la volvió a colocar en el punto de mira de cineastas y espectadores, y demostró ser la primera actriz de mediana edad en ser tomada en serio en Hollywood como heroína de un filme romántico.
Siguiendo esta estela, vendrían papeles como el de Miranda Prestly en The Devil Wears Prada, la poderosa editora de una revista de moda rodeada de glamour y fortuna; pasando por Donna Sheridan y Jane Adler, en Mamma Mia e It‘s Complicated, respectivamente, dos mujeres que superan la mediana edad y que, sin embargo, poseen varios pretendientes; hasta llegar a su magnífica Julia Child en Julie & Julia, una mujer con un gran espíritu libre y pasional.
Ferviente defensora de la importancia de la formación para aquellos que quieran tomar la interpretación como vía profesional, Streep tiene su propia filosofía sobre el significado de la interpretación y su naturaleza. Para ella, lo más importante ante todo es la curiosidad. Todo actor, según comenta, debería aprender sobre la condición humana y sobre el mundo que nos rodea. Constantemente conecta su arte ―así es como ella se refiere a la interpretación, como un arte― con la vida, enfatizando su importancia como componente necesario de las cualidades humanas.
Meryl no se muestra partidaria de las fórmulas interpretativas provenientes del Actors Studio, las que encuentra excesivas, de hecho, ha llegado a decir que significa “tener que hurgar en tu vida personal de una manera compulsiva y desagradable para uno mismo”, pues “actuar no significa pretender ser alguien diferente. Significa encontrar las similitudes en lo que aparentemente es diferente y, luego, encontrarte a ti mismo allí”.
Considerada “la reina de los acentos” ―el danés en Out of Africa; el italiano en The Bridges of Madison County; el típico de Minnesota en Prairie Home Companion; el irlandés en Ironweed; el polaco en Sophie’s Choice; el del Bronx en Doubt; un híbrido entre australiano y neozelandés en A Cry in the Dark, entre otros tantos acentos del inglés―, Meryl Streep acumula el mayor número de nominaciones a premios de la Academia y Globos de Oro de la historia: más de 20 a los Óscar y 30 a los Globos, de los que ha ganado 3 y 8, respectivamente.
Siempre con una actitud modesta hacia su propio trabajo y logros, Streep comenta que no sigue ningún método concreto a la hora de interpretar. Siendo una actriz mayoritariamente “externa”, que exterioriza a sus personajes antes de comprender su psique, el aspecto camaleónico de Meryl nos ha sorprendido con transformaciones físicas impresionantes, como sus retratos de Margaret Tatcher y Julia Child en los biopics The Iron Lady y Julie & Julia; convirtiéndose en un rabino en la serie de televisión Angels in América; siendo una bruja perseguida por una maldición en el musical Into the Woods, o una madre superiora conservadora en Doubt; transformándose en auténticas divas en Death Becomes Her y The Devil Wears Prada; y, por supuesto, su paso vestida de cuero y llena de tatuajes en Ricki & the Flash. Tampoco debemos olvidar tantas transformaciones emocionales que también nos ha dejado en filmes como The Hours, August: Osage County, Adaptation y Silkwood.
Ahora que repaso la trayectoria de Meryl, a quien vimos recientemente en Mujercitas, de Greta Gerwig, recuerdo las palabras de otro ferviente admirador, Rufo Caballero, cuando, a propósito de Mamma Mia escribió: “…con Meryl Streep sucede que si usted quiere brillar, múdese urgente para otro planeta, porque este ya está copado. El único gran valor de la comedia reside en la comprobación, again, acerca de por qué la Streep está considerada la mejor actriz del mundo hoy día, aunque competencia no es lo que falta. En esta película, Meryl Streep salta, literalmente, y casi más que Annette Delgado o que Rómel Frómeta, baila, canta (no demasiado mal, para nada), actúa en todos los registros que imaginarse uno pueda: de la comicidad más carnavalesca a la interiorización dramática más emocionada. Nadie trabaja la emoción como ella, nadie la domina como ella. Hay que verla en el acantilado, entonando El ganador se lo lleva todo. Hay que verla, hay que oírla, hay que disfrutarla. Eso es actuar y lo demás son aproximaciones, gente”. Y es cierto Rufo, ahí en Mamma Mia, y en buena parte de sus otros filmes, ella, Meryl Streep, la ganadora, se lo lleva todo.