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Mirtha Ibarra

La sonrisa de Mirtha Ibarra

Jue, 02/25/2021

Mirtha Ibarra tiene un elemento peculiar en sus actuaciones. Si sus seguidores ―que no son pocos― vuelven a observar o recordar las películas en las que ella ha participado como actriz, o se detienen en sus fotos, se percatarán de un componente coincidente: una singular forma de sonreír.

No es una risa, es simplemente una sonrisa, que quiero imaginármela nacida de la sinceridad y la sencillez de una niña pueblerina, nacida un 28 de febreroen una de las calles fundacionales de San José de las Lajas, donde pronto fue demostrando que, en su mundo infantil y luego juvenil, ella quería vivir en la piel de otras personas, desdoblarse y recrearlas como personajes.

Ese deseo, acompañado siempre de un carácter vivaz, la llevó a participar en todas las actividades escolares y sociales que le permitieron desarrollar ese don, y así llegó a la Escuela Nacional de Arte (ENA).

Desde entonces, a cada uno de los caracteres asumidos (ya fuera en los escenarios teatrales, la pantalla de televisión y, sobre todo, en las salas cinematográficas) le acompañaba su sonrisa, una de sus herramientas demoledoras en la configuración de sus personajes.

La sonrisa de Mirtha Ibarra está en casi todos sus personajes cinematográficos. No como un comodín o tic superfluo, sino como un acto de sinceridad en las mujeres encarnadas en más de 20 películas,tanto en Cuba como en otras partes del mundo.

La primera vez que me impresionó como protagonista fue en Hasta cierto punto (1983), una cinta todavía no suficientemente valorada dentro de la obra de quien es nuestro más importante director de cine hasta hoy: Tomás Gutiérrez Alea (1928-1996), con quien tuvo el privilegio y el placer de ser compañera y musa creativa de varios filmes nacidos de su ingenio.

 

En Hasta cierto punto ella es Lina, una mujer que trabaja en el Puerto de La Habana, madre de un niño, quien vive además en Regla. Lina es la encarnación de una mujer liberada dispuesta a demostrar que se puede luchar contra el machismo imperante en el país, aunque termina siendo una de sus víctimas, con lo cual se demuestra el eje ideotemático de la obra: la sociedad cubana ha resuelto la contradicción entre sus ideas y la conducta de sus ciudadanos… hasta cierto punto.

A Lina, una mujer que se ha abierto camino sola en la sociedad, primero por ser una emigrante interna (procede de Santiago de Cuba), segundo, por estar decidida a criar a su hijo sin la presencia del padre y, tercero, por su puesto laboral, un lugar eminentemente masculino, Mirtha Ibarra le aportó su sonrisa, con la cual reviste de sencillez a esta mujer valiente, quien en ningún momento pierde su sensualidad.

Unos años después, la actriz encarnaría un personaje similar en un filme dirigido por el también desaparecido Daniel Díaz Torres. Me refiero a Otra mujer (1986). En ese largometraje ella es Eugenia, una mujer de las serranías, quien tiene que asumir la administración de una tienda mixta en esos apartados parajes en los primeros años de la Revolución. Mirtha declaró entonces que para entrar en la piel de ese personaje tuvo que echar mano a las experiencias vividas durante la Campaña de Alfabetización, en la cual participó.

Eugenia, como carácter fuerte en un ambiente agresivo, disminuyó la presenciade la sonrisa como regalo de la actriz a sus creaciones. Parecía que Mirtha iba a ser encasillada para encarnar damas fuertes enfrentadas a su entorno, cuando, a inicios de la década de los noventa, Senel Paz le regaló Nancy.

Nancy es un caso peculiar en la historia de nuestro cine, porque es el primer personaje femenino que pasa de una película a otra por obra y gracia de su guionista1. Su aparición inicial ocurre en Adorables mentiras (1991), de Gerardo Chijona, como un personaje secundario menor, y después encontró su consagración en Fresa y chocolate (1993), dirigida por Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío, en la que, aunque aún es un secundario, su importancia en la historia es imprescindible para el desenvolvimiento de los protagonistas.

 

Nancy le permitió a Mirtha Ibarra enfrentar a una mujer liberal pero en otra cuerda. Sus Lina y Eugenia, féminas batidas por defender un espacio en un proyecto social con un camino agreste, aunque esperanzador, se transformaban, ahora, en una mujer neurótica, buscavidas, propensa al suicidio como solución a cualquiera de sus muchos problemas, pero con muy buen corazón.

En Fresa y chocolate, nuestra cinta más vista y aclamada internacionalmente, es nuevamente la sonrisa de Mirtha Ibarra la que le propicia el encanto a Nancy. El sonreír con sinceridad y voluptuosidad fueron las piezas claves para que ella encajara en el triángulo con Diego y David.

Después vino Guantanamera (1995), el último largometraje de su compañero Tomás Gutiérrez Alea ―mucho más enfermo que cuando dirigió Fresa…―, quien recreó y se autocitó con el tema de la muerte y la burocracia nacional durante la crisis económica de los 90. Mirtha es Gina, la esposa del burócrata que ha tenido la genial idea de llevar un cadáver desde la región oriental hasta La Habana, en un relevo de carros fúnebres con el objetivo de intentar vencer la limitante que supone la carencia de combustible.

Me atrevo a evaluar a Gina como la representación frustrada de los ideales de las mujeres encarnadas por Mirtha en la década de los 80. Ella es Lina y Eugenia, vencidas por las circunstancias socioeconómicas, pues, a pesar de haber logrado convertirse en una profesora de economía, ha terminado casada con un funcionario tronado, quien le impone una subordinación contra la cual, a su manera y en tiempos diferentes, estaban luchando Lina y Eugenia. No obstante, le queda una chispa del espíritu de Nancy, que le permite revelarse en una nueva búsqueda hacia la felicidad.

El último lustro del siglo XX y los primeros años del actual le permitieron a Mirtha Ibarra seguir madurando como actriz fuera de Cuba, principalmente en España2. Nunca ha reposado en un “lecho de rosas” para vivir de lo hecho. Al contrario, se ha crecido y agregado a su don de la actuación el riesgo de la escritura escénica y de la dirección, sin perder su sonrisa y su glamour.

Esa gracia otoñal y su prestancia la tuvo en cuenta Arturo Santana para seleccionarla dentro del reparto de su ópera prima, Bailando con Margot (2015). Sin embargo, yo prefiero evocar hoy a Basilia Mirtha Ibarra Collado como Dulce Rodríguez, la acomodadora del cine “Maravilla”, protagonista de la pieza teatral de su autoría Neurótica anónima (2014)3: una mujer humilde, soñadora, amante de lo imposible, con una boca que no se calla, una lengua muy larga, fiel a sus ideas, aunque el cine y todo lo que le rodea se derrumbe, pero con ella adentro.

Notas:

1 Esto no ocurre por primera vez con Nancy, pues desde Una novia para David (Orlando Rojas, 1985), Senel Paz había creado personajes que volverían a aparecer en Fresa y chocolate.

2 En ese país ha actuado en Mararia (Antonio Betancourt, 1998), Cuarteto de La Habana (Fernando Colomo, 1999), Sobreviviré (Alfonso Albacete y David Menkes, 1999), Sagitario (Vicente Molina Foix, 2001), el cortometraje Ruleta (Roberto Santiago, 1999). Para la televisión actuó en Quia (Silvia Munt, 2001), y en 2002 protagonizó la serie de Televisión Española La verdad de Laura.

3 Neurótica anónima es una obra teatral de una hora de duración, estrenada en España en octubre de 2014. Mirtha Ibarra escribió el guion e hizo la dirección en compañía del actor cubano Joel Angelino (Germán en Fresa y chocolate). En la pieza teatral, ella es Dulce Rodríguez, exprofesora de literatura, acomodadora del Cine “Maravilla”, el cual derrumbarán muy pronto. Dulce se ve reflejada en las divas mundiales de las películas vistas, que ya estudió e impartió en clase y piensa que pudo ser tan famosa como ellas, pero nunca tuvo esa oportunidad. En el desespero por el naufragio de ese sueño, el día anterior a la destrucción del “Maravilla”, convoca a esas luminarias internacionales: Bette Davis, Joan Crawford, Vivien Leigh, Audrey Hepburn, las cubanas Daisy Granados, Eslinda Núñez, Beatriz Valdés y ella misma. Dulce quiere que la asistan, aunque sea por una vez, para realizarse como artista.

(Mirtha Ibarra junto a Carlos Cruzen en Adorables mentiras. Foto tomada de Juventud Rebelde)