NOTICIA
Juan Ramón Ferrera, in memoriam: entre el cine cubano y la literatura
Un timbrazo, poco después de las siete de la mañana del pasado 16 de enero, me despertó con la infausta noticia. La noche anterior le había enviado un mensaje con la esperanza de que pudiera contestarlo, pues tenía información de que mostraba señales de mejoría y que lo peor había pasado. No dudaba de que nos volviéramos a ver en la facultad para continuar con las tareas cotidianas pendientes, tal como me había solicitado días antes.
Su partida repentina nos tomó por sorpresa, tuvo el mismo efecto de un porrazo estridente en pleno rostro del que aún nos cuesta recuperarnos. La vida no deja de sorprendernos con sus infinitas e incomprensibles paradojas: Juanra, como le decíamos, había desistido de viajar a su natal Santiago por temor a la pandemia y a un posible contagio durante el trayecto; días antes, cuando nos despedimos, nadie podía suponer que el destino le iba a jugar una mala pasada, aquí en La Habana.
Juan Ramón Ferrera Vaillant ya era profesor adjunto de Literaturas no hispánicas —antes Literatura universal— en la entonces facultad de Ciencias Sociales y Humanísticas de la Universidad de Oriente, cuando yo matriculé en la carrera de Letras. Durante varios cursos alternaba el ejercicio docente en los grupos de Filología, Periodismo y Comunicación Social con la meticulosidad, el rigor y la disciplina de un monje benedictino. Sus clases destacaban por su interés de promover lecturas actualizadas de los clásicos de la literatura universal, el contacto del estudiante con la obra activa, bastante escasa por esos años en las bibliotecas; y solicitaba, conditio sine qua non, el repaso íntegro, profundo de los textos y sus autores con valoraciones exhaustivas que emanaran del raciocinio del alumno y no de las consultas de textos de la historiografía literaria.
Con un rigor bastante inusual, pues se trataba de un profesor en aquellos años muy joven, fue forjando su prestigio entre los estudiantes que recibíamos sus clases. Poco después, en el 2000, si no recuerdo mal, ganaría por oposición una plaza como profesor a tiempo completo en el Departamento de Letras, contra una aspirante de mayor experiencia. Ese sería el primer paso para enfrentar un desafío mayor, su tesis doctoral sobre literatura y cine cubano, tema al que vincularía todo su magisterio en aulas universitarias.
Fue justo esa pasión por el cine cubano lo que validó sus cualidades como investigador incansable de sus nexos con la literatura. El estudio de la obra de Senel Paz adaptada al cine desplegaría en él un vasto horizonte de posibilidades para estudiar los motivos, estéticas y variantes de traslación de obras de escritores cubanos al celuloide del período revolucionario.
Tanto en la Universidad de Oriente como en la Universidad de La Habana movilizaría varios grupos científicos estudiantiles a los cuales dedicaba gran parte de su tiempo para transmitirle esa misma pasión que lo caracterizaba por el cine cubano; de igual modo, los trabajos investigativos orientados servían como una especie de termómetro para validar una metodología de análisis creada por él, con el propósito de dilucidar las articulaciones entre la obra literaria y la fílmica.
Esos resultados de su experiencia investigativa en la academia aparecen recogidos en varios artículos científicos de revistas nacionales y extranjeras, en ponencias presentadas en eventos locales y foráneos, pero sobre todo, en estos libros que considero medulares para la comprensión de su legado en torno al tema: El discreto encanto de las adaptaciones (Ediciones Santiago, 2007); Senel Paz: de la literatura al guion de cine (Ediciones Luminaria, 2008); Ojos que te vieron ir… La literatura cubana regresada en cine (Ediciones Matanzas, 2010); Escritos sobre celuloide (Reina del Mar Editores, 2010); y Adaptación. De la novela cubana al cine (Ediciones Santiago, 2014).
Hasta el momento de su fallecimiento había desarrollado otras líneas de investigación vinculadas a las adaptaciones del teatro, el testimonio y la narrativa corta al cine, cuyos resultados permanecen ahora inéditos. Poco más de medio centenar de tesis de grado y maestría cuentan con su rúbrica de tutor y en ellas privilegió el interés y el estudio, en estudiantes nacionales y extranjeros, en torno al maridaje de los nuevos cineastas de la isla con la literatura producida en los años más recientes. Así consolidó, hasta donde sé, uno de los pocos proyectos institucionales dedicados al tema en las academias universitarias cubanas, y el único —doy fe de ello— asociado a un programa nacional que se ha hecho extensivo al cine latinoamericano más reciente.
No sería un despropósito afirmar que la obra de Ferrera Vaillant resulta de indispensable consulta para quienes pretendan adentrarse en estas investigaciones. En lo personal, considero que las mayores utilidades radican en sus aportes conceptuales, con los que intentó de manera exhaustiva definir las particularidades de cada tendencia adaptativa en cualesquiera de los géneros literarios llevados al cine, y sobre todo la posibilidad de aplicar sus presupuestos teóricos a objetos de estudio fuera del ámbito insular, como parte de la universalidad estética del texto fílmico y la obra literaria.
Sin embargo, ese corpus valioso precisaba de una reactualización que complementase los presupuestos teóricos construidos hace varios años, pues a mi juicio el resultado del análisis debía rebasar el estudio descriptivo para desplegarse, en toda su extensión, en los posibles juicios de valor que emanasen de la deconstrucción semántica de los textos, del hurgamiento en los rizomas del discurso profundo de las obras. Esto es: no bastaba el cómo, sino el por qué, el para qué, más allá de las formas que hibridan los nexos entre la literatura y el cine.
Un par de veces habíamos conversado sobre esto y se había mostrado receptivo y dispuesto, pero su desempeño como vicedecano de la Facultad de Español para No Hispanohablantes, donde ejercía la docencia de Cine Latinoamericano y Sociedad y se encargaba también de coordinar toda la enseñanza en posgrado, así como la dirección del Consejo científico, entre otras cosas y sinsabores, ocupaban buena parte de su tiempo. Le había sugerido la posibilidad de llevar a un nuevo libro los nuevos aportes investigativos logrados en los últimos años.
Rara vez Juan Ramón se dedicaba a la crítica puntual de una película, pero sus juicios estéticos sobre los filmes de que conversábamos merecían el registro de la posteridad en el papel y de igual modo trasladaba sus inquietudes estéticas a los estudiantes en clases. A ellos los incentivaba a asistir a otra de sus grandes pasiones: el Festival de Cine de La Habana. No faltaba a ninguna cita y, mientras lo veía de sala en sala, era muy fácil advertir la felicidad que experimentaba como un pez dentro del agua.
Aun cuando muchas veces discrepábamos sobre algún tema determinado o maneras de solucionar problemáticas laborales a las que nos enfrentábamos diariamente, admiraba en él la perseverancia, la meticulosidad con que asumía las tareas propias de su desempeño como directivo, la paciencia que demostraba cuando no todo salía bien, y me honraba mientras compartía conmigo aquellas preocupaciones que limitaban la dedicación de su talento a otras actividades profesionales más nobles.
Sus colegas y amigos, estudiantes y profesores, muchos ahora diseminados por toda la isla y fuera de Cuba, siempre hemos coincidido en resaltar el mejor legado de Juan Ramón para quienes tuvimos la oportunidad de conocerlo: su humildad. Ajeno a las ambiciones profesionales, dispuesto siempre a tender la mano amiga y solidaria, fue esa su mejor virtud y su más imperecedera huella.
En pocas palabras, su carta de triunfo ante la vida.
(Imagen tomada de Claustrofobias)