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Eusebio, Alfredo, Humberto: Historia, cine e identidad
Quizá no muchos recuerden que fue Eusebio Leal el encargado de pronunciar las palabras de elogio a Humberto Solás, cuando el Instituto Superior de Arte le otorgó a este realizador el título de Doctor Honoris Causa en Arte el 20 de noviembre de 2001. Por ser más próxima en el tiempo, tal vez sean muchos más los que conserven en la memoria la comparecencia que el propio Eusebio dedicó a Alfredo Guevara el 23 de diciembre de 2015 en el espacio “Dialogar, dialogar”, organizado por la Asociación Hermanos Saíz en el Pabellón Cuba.
Ambos hechos no son fortuitos, sino que patentizan el profundo vínculo que unió a estas tres figuras cimeras de nuestra cultura y las instituciones que representaron. Un vínculo cimentado, entre otros motivos, por el afán compartido de rescatar nuestra historia e identidad, que en los tres casos condujo a la edificación de obras patrimoniales y artísticas fundacionales, como son las del ICAIC, la Oficina del Historiador de La Habana y la filmografía de Humberto.
Confesaba Eusebio en su tributo su inhibición inicial ante tamaña encomienda de ponderar el cine de Humberto Solás, “un artista que, aparentemente, no está o no estaría dentro del alcance de mis posibilidades para hacer un análisis crítico realmente valedero e importante de su obra en un día tan trascendente como el de hoy”.
“Sin embargo —agrega—, en el primer punto de su biografía aparece que Humberto es historiador, y ahí, la tabla salvadora”.
Más adelante, el historiador de La Habana no oculta su sana envidia al valorar los medios de que dispone el cineasta para recrear y escudriñar en tiempos pretéritos: “Detrás del lente solo él, solo ellos, pueden comprender la trascendencia del espacio, el sentido de la tridimensionalidad que tanto preocupó a Leonardo; la belleza del mundo que va a recrearse nuevamente y que siempre será distinto, a partir de esa óptica, de esa mirada profunda y de ese deseo claro de plasmar un sueño, de transmitir a otros una revelación, de dar una idea o hacer una interpretación del espacio y el tiempo”.
Para Eusebio, el doctorado Honoris Causa a Humberto era un homenaje a la cultura cubana, y dentro de ella a la singularidad que encarna el director de títulos tan emblemáticos de nuestra cinematografía como Lucía, Un hombre de éxito, Cecilia y El siglo de las luces: “Humberto es esa singularidad, es ese punto de identidad que llama la atención en la multitud, por su ojo capaz de captar, por su decisión atrevida de crear, por su sueño de poesía y de lealtad en lo que ha creído desde su más temprana adolescencia y juventud, que es la verdad, que es el mundo que le rodea, que es el arte y que es Cuba”.
También la singularidad fue el sello distintivo de “La impronta de Alfredo Guevara”, título del conversatorio que Eusebio Leal ofreció a miembros de la Asociación Hermanos Saíz y público en general sobre el fundador del ICAIC. Fue precisamente en el Pabellón Cuba, en ocasión del Salón de Mayo de 1967, cuando Eusebio, quien por entonces era —según sus propias palabras— “un joven deseoso de conocer mi destino, que no estaba revelado todavía”, vio por primera vez a Alfredo en persona, encuentro que evocó del siguiente modo: “Y apareció ahí de pronto, con su imagen tan especial, Alfredo, invariable en el estilo que él impuso como suyo, y que jamás cedió, ni cambió, ni modificó. Era él”.
Aquel momento marcaría el inicio de una sólida amistad que se enriquecería con sus coincidentes visiones sobre el arte y la cultura, su fascinación por el siglo XIX cubano —tertulias de Domingo del Monte incluidas— como crisol de la identidad criolla, sus respectivos liderazgos en concepciones y tendencias de pensamiento crítico que trascendían La Habana o el ICAIC para insertarse en los más candentes debates de nuestro mundo intelectual, su rechazo militante al mal gusto estético, el formalismo, el conformismo y el burocratismo inepto y oportunista —“Alfredo aborrecía los discursos absurdos, las palabras huecas, los comunicados leídos; todo eso le producía náuseas”— y su pasión sin límites por salvaguardar todo lo que nos identifica como nación, “desde la memoria, el cine o las piedras”.
Asimismo, la Oficina del Historiador se convertiría en facilitador permanente de la Plaza de la Catedral y otros escenarios de La Habana Vieja para muchas películas cubanas. “Me buscaban para hacer las películas del ICAIC —recuerda Eusebio—. Siempre tuvieron en la Oficina del Historiador, y en aquel barrio que iba como renaciendo y en el cual Alfredo invariablemente creyó, un escenario para todas las filmaciones. De ahí Lucía y todo lo que se hizo allí”.
Entre los múltiples momentos que forjaron esa colaboración, uno en particular destaca por la trascendencia polémica de su resultado artístico, y es precisamente el referido a la película de Humberto Solás, Cecilia. En su elogio al cineasta, Eusebio revela un hecho poco conocido: “Y recuerdo vivamente aquellas noches, en mi casa de Compostela 158, donde junto a Alfredo, en el ambiente romántico de aquel rincón de La Habana Vieja, tratábamos de hallar el perfil verdadero de cómo de una forma atrevida y contemporánea llevar al cine, no la reproducción mimética de la obra de Cirilo Villaverde, sino una obra creativa que se metiese de lleno en la realidad intelectual cubana”.
Catorce años después vuelve sobre la anécdota en su “Impronta de Alfredo Guevara”, relatando: “En mi casa, en la calle Compostela, que era para mí como el paraíso perdido, ahí llegaba todas las noches con Humberto, porque se estaba discutiendo el guion y lo que sobrevino después, el armagedón, con la película Cecilia”.
El “armagedón” conmocionó profundamente al ICAIC, que tuvo que batirse con uñas y dientes para evitar su disolución en el tenebroso complot orquestado por los dogmáticos con poder de turno, y llevó a Alfredo a París, como representante de Cuba ante la UNESCO. Allí lo fue a visitar Eusebio, admiraron juntos la belleza de la capital francesa —“Pobre del que no ame a París”, refiere Eusebio que una vez le dijo Juan Marinello— y degustaron marronglacé, pero siempre pensando en su país.
Si para Eusebio Leal, Humberto Solás era “un compañero generacional, un compañero de profesión y un admirado amigo”, Alfredo Guevara se yergue como “paradigma de la lucha contra la decadencia y también el paradigma de la libertad en la lealtad”. Elogiador y elogiados representan en este caso, sin distinciones de méritos, tres nombres, tres trayectorias y tres obras que quedarán para siempre inscritos entre lo más valioso e imperecedero del patrimonio cultural de nuestra nación.
(Tomado de Cartelera Cine y Video, no. 178)