NOTICIA
El cine es un arte popular: de cinéfilos y cineastas (Parte I)
Sandra del Valle: Querido Littín. Me gustaría que comenzáramos conversando del pasado para pensar nuestro presente. El movimiento del Nuevo Cine Latinoamericano no fue solo un acontecimiento cinematográfico, sino también ideológico, político, cultural, que aportó una imagen propia de nosotros mismos los latinoamericanos y produjo también un pensamiento propio. ¿Se puede hoy seguir hablando de un movimiento de cine latinoamericano y de la existencia de un pensamiento que desde el cine tenga una dimensión cultural y de compromiso social?
Miguel Littín: Sin duda. Ese Nuevo Cine Latinoamericano surge a la luz de grandes acontecimientos históricos, políticos, sociales, y nace ligado al destino de hombres y mujeres que luchan en este continente. Y por eso lo llamamos «nuevo», porque nuestro encuadre, nuestra forma de filmar, era nueva, era distinta en la misma medida que el hombre era nuevo, que la mujer estaba renovándose constantemente en su rebeldía. Y al afrontar la situación para cambiar y transformar esa realidad, el hombre va cambiando y entra en la dialéctica de la historia. Hay una diferencia entre el hombre pasivo, que solo discute o reclama y se queja, y el hombre que es activo y pasa a ser sujeto de la historia porque quiere cambiarla y transformarla.
De aquí entonces es que llegamos a las definiciones estéticas, y se habló de la estética del hambre, de la estética de la ira, de la estética imperfecta, de los movimientos ligados a las definiciones literarias, como el realismo mágico, o cineastas que se acercaron más al mundo de Carpentier, a lo que él llamó lo real maravilloso, o al realismo mágico de García Márquez, o la épica de Neruda. Es decir, no podemos pensar el cine sin relacionarlo con los demás movimientos que se dan en el arte: la poesía, la pintura. Hay una gran influencia de la realidad, pero también del muralismo mexicano (Orozco, Siqueiros, Rivera), que cuenta la historia de América Latina a un solo golpe de ojo, en un gran mural.
Entonces hay muchas películas de esa época que son «horizontales», que cuentan como en un mural, sin profundizar psicológicamente en las razones del individuo. Más bien se refieren a la gran épica masiva. También tremendamente influenciados por la música, por los grandes músicos clásicos latinoamericanos: Villalobos, Pérez Cotapo, y otros.
Pero lo que le da esa fuerza y ese vigor es su relación y su compromiso con la realidad, con los grandes movimientos sociales que son nuevos; y por lo tanto surge una estética nueva, que tiene que ver con la suntuosidad de Humberto Solás, por ejemplo, o el ojo crítico de Gutiérrez Alea, pero asimismo con la espontaneidad, la fuerza y el vigor de Santiago Álvarez que va, cámara en la mano, recogiendo fragmentos, trazos, de este desarrollo histórico.
Entonces surge, nuevamente, lo que a mi juicio se debería llamar la «estética inconclusa», porque producto de estos grandes movimientos y transformaciones uno no alcanza a narrar todo. Entonces narra trazos, fragmentos, de las situaciones epopéyicas que se viven. Y siempre será nuevo, en la misma medida que está comprometido con el hombre. La historia cambia y se transforma porque hay un hombre, un individuo o un grupo humano que toma la decisión de cambiarla y transformarla. Entonces el cine ligado a la realidad y al destino del hombre irá siempre transformándose en sí mismo.
A veces da la sensación de que el cine latinoamericano ha llegado ya a la cumbre. Y cuando llega a la cumbre es como en el mito de Sísifo de la tragedia griega: cae nuevamente el peñasco hacia abajo y hay que volver a subir y volver a empezar. Porque somos parte también de una historia que no ha concluido. Es una estética inconclusa porque hay una historia inconclusa; grandes ciclos históricos de América Latina que nunca lograron cerrarse: la época precolombina, la época de la colonia, la época de la independencia, el modernismo, el posmodernismo… Nunca se han cerrado, siempre es una historia inconclusa.
Y de ahí viene entonces que el latinoamericano mira y filma con ojos deslumbrados, desmesurado frente a los fenómenos que advierte y que reconoce como su esencia matriz, pero que no terminan, no finalizan. Siempre va como una espiral, que es la espiral de la historia, y en la misma medida que el cineasta siga esa espiral y esos movimientos, siempre estará renovado y será nuevo, no es un problema cronológico —pero lo es también.
Y ¿cómo podemos definir hoy el cine latinoamericano? ¿Qué es hoy el cine latinoamericano? ¿Cuáles son —si pueden establecerse— las continuidades y rupturas con el movimiento fundador?
Bueno, yo veo que hay una continuidad, una continuidad llena de rupturas, porque hablamos de ciclos que son inconclusos. Entonces, en la misma medida que se sigue desarrollando, sigue abriendo, sigue lanzando la espiral hacia un lugar del espacio, sigue contribuyendo y agregando cosas nuevas, diferentes, distintas a esa mirada horizontal.
Tenemos ahora que hay una mirada muchísimo más centrada en el hombre y en su destino y que va entrando en él y preocupándose mucho más del individuo que de lo masivo. Pero, claro, si lográramos aislar —entre las grandes películas epopéyicas de los primeros tiempos fundadores— al individuo, también podríamos penetrar en él. Pero es una continuidad: no toda generación hace todo lo que le corresponde en su momento, sino que la posta humana se va transfiriendo, se va haciendo en la dialéctica de la vida.
Yo diría que cada película es una ruptura. Cuando hay una película de autor, cuando hay alguien que está mirando la realidad, cuando hay alguien que está dando un punto de vista, cuando hay alguien que crea una situación, una atmósfera, está rompiendo con lo anterior y se está abriendo hacia un nuevo movimiento. Uno hace una propuesta a la vida y la vida le responde. Y la síntesis es lo que sale en la pantalla, es el momento de capturar un momento de la vida, un momento del tiempo y dejarlo para siempre.
Para capturar el nuevo tiempo no se trata de negar el anterior, porque es imposible negarlo. Deambulamos de tiempo en tiempo, de espacio en espacio. Y hay algo que marca a los latinoamericanos del siglo pasado y de este siglo: la orfandad, la búsqueda incesante de la identidad. ¿Qué somos, qué fuimos, qué seremos? Porque, claro, la América Latina es un continente de grandes creadores. Desde los tiempos inmemoriales en que se escribe y se tiene memoria existen grandes narradores. Los cronistas de la conquista de América eran grandes narradores. Describieron este mundo latinoamericano con ojos desmesurados, porque vieron los ríos más grandes del orbe, veían las montañas más altas, y le contaban a sus reyes lo que veían para que sus reyes los siguieran apoyando. La América Latina moderna nace de una fábula, de una necesidad de mentir, que es narrar, al mismo tiempo: «estos son los ríos más grandes, encontramos hombres de tres cabezas…» Fabulan y fabulan y crean la visión desmesurada que luego da pie a lo real maravilloso y a otras tendencias surrealistas, pero surreales latinoamericanas.
Y, claro, esto conforma una visión desmesurada del ser latinoamericano, en la cual nosotros creemos y partimos desde allí para nuestra creación futura. Pero siempre está lleno de rupturas, la ruptura está en el interior mismo de una orfandad. Es decir, cuando Rulfo comienza a escribir Pedro Páramo dice: he venido aquí porque estoy buscando a mi padre, un hombre que se llama Pedro Páramo. Es la búsqueda que todos los días hacemos los latinoamericanos: buscamos al padre y no logramos aceptar que el padre somos nosotros mismos.
Luego vienen los grandes movimientos literarios. Neruda, por ejemplo, es una ruptura en Machu Picchu, cuando pregunta: Machu Picchu, ¿pusiste piedra en la piedra y en el fondo un harapo? / ¿Carbón sobre carbón y en el fondo el rojo telón de la sangre? / Devuélveme al esclavo que enterraste. ¿Dónde está el hombre?, pregunta. ¿Dónde estamos? Es la misma interrogante que nos hacemos todos los días: ¿Quién fue mi padre? ¿Cuál fue mi pasado?
Wifredo Lam, por ejemplo, en la pintura lanza trazos inconmensurables y crea la conexión, la raíz con nuestro pasado o presente africano, a través de sus trazos desmesurados. Y Roberto Matta, el pintor chileno que llamaban el último surrealista, no es tanto surrealista como más bien latinoamericano. Porque va hacia atrás en las raíces y aparecen de nuevo raíces indígenas en su pintura. Su desmesura es también de África, es de un mundo oculto, consciente o inconsciente, plasmado en su pintura, paso adelante.
En América Latina el cine nace neorrealista, pero viene Buñuel, que es surrealista. Buñuel se desmesura en su vida en México, y aporta esa mirada surrealista, que ya no es surrealista europea, sino que es un surrealismo americano, lo aporta al neorrealismo y de esa alquimia surge también nuestra apuesta estética cinematográfica. Rupturas, rupturas, rupturas permanentes. Nuestra historia es historia de rupturas. Y cada vez que alguien salga hoy día con una cámara va a producirse esa ruptura con un pasado inmediato. García Márquez, cuando escribe Cien años de soledad, en el cual reescribe nuevamente Las mil y una noches, realiza una ruptura con todo: con la mirada anterior del criollismo, con el costumbrismo francés, con todo lo que era la herencia literaria del mundo. Aquí renace de nuevo, estas tendencias surgen a partir de que somos una ruptura constante. Somos un volcán. Y cada volcán lanza una llamarada distinta.
Littín, la realidad de los jóvenes cineastas de hoy es otra, por supuesto, marcada por la emergencia de gobiernos con proyectos socialistas en América Latina. ¿Cuál sería el papel de los jóvenes cineastas en este contexto? ¿Crees que los jóvenes no viven el cine desde el compromiso social y político como en el movimiento del Nuevo Cine Latinoamericano décadas atrás?
Pienso que sí. Creo que la gente joven está aportando su mirada, y es su deber hacerlo, no tienen por qué mirar con los ojos de los otros: su mirada es nueva. El desafío es mirar el mundo con ojos nuevos. El desafío es ir hacia adentro, impulsarse uno mismo de adentro hacia fuera y ver el mundo con ojos nuevos. El desafío de la juventud realmente es ser joven, no ser viejo-joven ni jóvenes-viejos; no reiterar y repetir banalidades que no concluyen estéticamente.
Uno de los grandes problemas que tienen los estudiantes de cine es que los trabajos están correctamente realizados desde el punto de vista técnico, pero no dicen nada. Entonces podemos preguntarles: si no tienes nada que decir, deja la pantalla en blanco. Porque hay que decir cosas. Filmar es decir. Cine es expresión. Tengo cosas que decir y las comunico al mundo. Eso es un artista.
Pero yo pienso que la gente joven tiene muchas cosas que decir, pero hace falta darles la oportunidad, y hace falta también que confíen. Porque tienen tanta desconfianza en todo y en todos, y tienen incertidumbres que son válidas, por otra parte, porque el mundo ha sido tan cínico, la sociedad ha sido tan cínica, tan mentirosa, que la gente tiene temor a enfrentar y que le corten el camino, le corten la voz antes de ser. Porque la constante también de América Latina es que el que habla antes de hacer las cosas no hace las cosas. Cuidado: no des a conocer nunca tu estrategia, porque entonces no llegas. Y eso lo saben ellos.
Y yo doy clases en distintas escuelas de cine en América Latina, en Chile, y también en el mundo, en la India, Estados Unidos, etcétera, y me doy cuenta que hay una cosa generacional: la gente no quiere descubrirse antes de ser. Y encuentro que tienen razón. Creo que muy difícilmente yo le cuente a alguien qué película voy a hacer. Yo la hago primero, y después que la hago, la muestro. Porque si no… es decir, las trampas son tantas… lo que se llama la «aldea global», de la que hablaba McLuhan en los 60. Lo que él no advirtió es que era perversa, es global pero perversa. Entonces, la gente joven camina como en un pantano: no sabe cuándo se puede hundir y cuándo no. Caminan entonces con serenidad. Cuando llegue el momento, lo único que puedo modestamente recomendarles es: cuando sientan que tienen el momento, que lo digan. Su obligación es decir. Y sus películas —las películas de los jóvenes— las necesitamos, las necesita la sociedad latinoamericana. Pero con postura, con ruptura, con rebeldía; fuerte, vigorosa e iconoclasta.
Como usted ha dicho, su generación es una generación que ha arriesgado hasta la vida por hacer cine. Hoy la realidad político-social es otra, estamos…
No creas…
…en el marco de nuevas democracias…
Autocracias más bien.
…diferentes a las dictaduras que estábamos viviendo.
Pero son autocracias, son a veces «dictablandas» autocráticas disfrazadas. Pero ¿cuál era el problema del hombre y de la mujer latinoamericanos?: que siguen siendo sometidos. El hombre y la mujer latinoamericanos siguen trabajando como esclavos para mantener un sistema neoliberal de grandes complejos económicos, que ofrecen todo, pero ellos no tienen cómo comprarlo, o pueden comprarlo pero a largos plazos y viven la vida endeudados, pagando su libertad. Si yo tengo que ver televisión en un televisor muy moderno, pero que tengo que pagar tres años de mi vida para poder ver, ¿cómo se llama eso? Si para poder andar en automóvil tengo que pagar diez años de mi vida ¿cómo se llama? Se llama ser esclavo. El consumo ha hecho del individuo un esclavo de la sociedad en que vive.
Ahora, ¿democracia en América Latina? Yo andaría con mucho cuidado, porque no conozco ninguna. Conozco un régimen autocrático, donde hay en el poder un grupo o un partido o dos, o alianzas partidistas, una elite, y ellos dominan y controlan todo. Están en el punto más alto y miran hacia la aldea lejana.
Los problemas, ahora con la crisis económica, se van a agudizar, y las sociedades que han vivido con un falso brillo, van a llegar a lo que son verdaderamente. Se va a acabar el crédito de consumo, el crédito individual. ¿Y qué es lo que va a quedar? La dura realidad de gente que tiene que levantarse todas las mañanas por su sustento, nada más que por su sustento, sin derechos. Los derechos humanos son atropellados constantemente en América Latina. Los derechos civiles, la sociedad civil son atropellados constantemente. Hay liderazgo y liderazgo. Hay el líder que realmente interpreta las necesidades masivas y transforma la sociedad en que vive, abre cauces; y otros líderes que son diques, que detienen y se alimentan de las ansias y necesidades de los pueblos y se convierten ellos en líderes, pero no representan nada más.
La historia de este continente es muy dura en ese sentido. Decirse socialista no es lo mismo que ser socialista. Es absolutamente diferente, totalmente distinto. Creo en el socialismo cuando lo veo, pero no creo cuando lo dicen. Normalmente los que han hecho socialismo no lo han dicho antes. Véase el caso de Cuba: aquí en la Sierra Maestra no dijeron que eran socialistas. El comandante Fidel Castro no dijo que era socialista, se hizo socialista en la realidad, porque la vida llevó a este proceso cubano a adquirir forma socialista. Que tampoco es una cosa religiosa. Uno puede ser muchas cosas, pero somos humanos en definitiva. En definitiva es interpretar la condición humana. ¿Qué necesitamos, qué somos, cuáles son tus derechos, cuáles son los míos? El respeto a la tierra hoy en día. ¿Hay algún régimen latinoamericano que tenga realmente una vocación ecológica, que respete la tierra y sus necesidades, o están todos contribuyendo a destruir la tierra? El problema ecológico, el problema de la atmósfera, el problema de la respiración. El aire está contaminado.
Hace años Neruda escribió un poema llamado «La oda al aire», que decía: Aire, no dejes que te vendan, que te compren, que te metan en una botella. Y él no se daba cuenta que estaba haciendo una proyección hacia el futuro. Hoy día el aire prácticamente está embotellado y el agua y la atmósfera están contaminadas. Y los grandes bosques son talados, y la Amazonia está en peligro de desaparición. Hay un calentamiento global, estamos destrozando la tierra, hay problemas que son más importantes aún que los sistemas políticos o económicos.
Y el socialismo a mi juicio puede ser muchas cosas también. No es solamente una categoría económica. No quiero que a mí como hombre me pongan en una categoría o en una estantería socialista. ¿Qué ocurrió en la Unión Soviética? Se derrumbó. ¿Y por qué? Porque no tuvo en cuenta, entre otras cosas, al hombre como espíritu y al hombre en sus necesidades esenciales. Y entonces esa categoría de socialismo, que era la más importante de la historia humana, del transcurso de la historia, se derrumbó de un día para otro. Gorbachov se puso un sombrero de cowboy, se puso a hacerle propaganda a la hamburguesa y desapareció en el espacio, en el tiempo y en la memoria. ¿Qué fue de todo eso? ¿Por qué? Porque el basamento no era profundamente humano. Era solamente una etiqueta.
Yo tengo mucho cuidado en ese sentido. O sea, estoy dispuesto a participar en los procesos, a participar a costa de mi vida (la vida, como dice un corrido mexicano, «no vale nada», la vida vale en la misma medida en que uno la vive verdaderamente). Pero no soy hombre de creencias, soy hombre de ideas, y por lo tanto nadie me puede hacer levantar la mano porque me proclame desde un balcón determinado anhelo y sentimiento. Tiene que demostrarlo. Y creo que eso está impregnado en toda nuestra sociedad.
Tu generación y la mía están impregnadas de incertidumbre, de dudas y vacilaciones; porque son naturales.
(Tomado del libro Por la izquierda. Dieciséis testimonios a Contrarriente. Tomo III. Selección y prólogo: Julio César Guanche y Ailynn Torres Santana. Ediciones ICAIC, 2013)