NOTICIA
Culpable de su singularidad
En el templo del cine hay imágenes, luz y realidad. Parajanov es el principal guardián de ese templo.
Jean Luc-Godard
Creo que un director tiene que nacer. Un director no puede ser entrenado, ni siquiera en una escuela de cine como la VGIK (Instituto Pansoviético de Cinematografía).
Serguéi Parajanov
Cuando Andréi Tarkovski, a petición de Leonid Kozlov, publicó la lista de sus diez películas favoritas resaltaba distintas visiones del séptimo arte. Estaban Chaplin y Kurosawa, Mizoguchi, Teshigahara y Luis Buñuel, Bresson dos veces y Bergman también. Había sacrificado un nombre. ¿Cuál? Serguéi Parajanov. Sin embargo, para que no quedaran dudas de su admiración al cineasta armenio soviético dejó escrito en Esculpir en el tiempo. Reflexiones sobre el arte, la estética y la poética del cine:
Hay pocas personas geniales en toda la historia del cine: Bresson, Mizoguchi, Dovzhenko, Parajanov, Buñuel… A ninguno de estos directores se les puede confundir con otro. Cada uno de ellos sigue su camino. Quizá en ocasiones con largos años de vacas flacas, con debilidades, incluso con ideas fijas, pero siempre en nombre de una meta clara, de una idea coherente.
Había dejado de mencionar a otros cineastas que le gustaban, pero es significativo que señalara a Parajanov. Incluso en el pie de página escribe: «Director, entre otras películas, de La leyenda de la fortaleza de Suram (1984)». En honor a la verdad, entre él y Tarkovski había surgido una amistad entrañable desde que Parajanov apreciara La infancia de Iván (1962). Ya había dirigido ficción y documental, pero con la primera película del cineasta ruso sintió que se autodescubría como artífice.
A partir de entonces hubo una relación y respeto mutuo entre ambos. Llegó hasta renegar de todo su cine anterior a 1964. Es el año de su película Los corceles de fuego o Sombras de los ancestros olvidados, la cual marcó su ruptura con el realismo socialista. Antes de que fuera encarcelado una vez más por ser acusado de homosexualidad y propagación de pornografía, Tarkovski escribió una carta para el Comité Central del Partido Comunista de Ucrania en defensa de su amigo, en la que, además de ser evidencia de su admiración por el artista armenio, representa un documento de repaso y afirmación culturales. En esta se lee:
En los diez últimos años Serguéi Parajanov solo ha realizado dos películas, Sombras de los ancestros olvidados y El color de la granada. Han influido primero en el cine de Ucrania, segundo en el del país entero, y tercero, en el del mundo. Artísticamente, hay poca gente en el mundo entero que pudiese reemplazar a Parajanov. Él es culpable, culpable de su singularidad. Nosotros somos culpables de no pensar en él a diario y de alcanzar a comprender el significado de un maestro.
¿Pueden apreciarse sus películas como nuevos espectáculos pictóricos? Por supuesto. A propósito de Sayat Nova o El color de la granada (1968) la investigadora María Tenor Gómez recuerda:
La frontalidad de la puesta en escena y una gestualidad forzada y críptica dominan todo el largometraje como si de la filmación de una obra de teatro se tratara. Mezcla de cine primitivo y cine moderno, la obra de Parajanov está marcada por la influencia de la pintura prerrenacentista y del teatro japonés kabuki, dando lugar a una condensación cuya belleza plástica captura al espectador.
A diferencia del Tarkovski de Andréi Rubliov (1966), el personaje principal de Parajanov, que es un poeta, motiva una cadena de imágenes, en principio tableaux vivants en los que se destaca la falta de profundidad, sobre la base (y buscando) consecuencias de profusiones sensoriales.
Parajanov era también dibujante, autor de collages y muñecos. Puede que no tuviera problemas con que lo tildaran a veces de trabajador manual. Eso sí, llegó a decir: «Cualquiera que intente imitarme está perdido». En el fondo estaba consciente que no iba a tener tantos reproductores. Una vez, en 1988 —año en que erigen el museo que lleva su nombre en Ereván—, se le preguntó si se consideraba un artista gráfico o un director y respondió que era un artista gráfico y, al mismo tiempo, un director que buscaba dar forma a las imágenes: «Savjenko, nuestro mentor, nos animó a esbozar nuestros pensamientos y a darles forma plástica».
Seguidor de Pasolini («[…]es como un dios para mí, un dios de la estética, maestro del estilo, que creó la patología de una época»), contó con la admiración de Orson Welles, Federico Fellini, Bernardo Bertolucci, Bela Tarr, Scorsese… Fue increíble si bien esperado cómo numerosos directores y escritores de todo el mundo se unieron en el llamamiento escrito para que lo liberaran finalmente en 1977.
Luego de dirigir El color de la granada, otro de sus largometrajes más raros y bellos rodados por un poeta de la imagen, estuvo quince años sin volver a colocarse detrás de una cámara. En 1982 volvió a ser encarcelado. Tres sentencias de prisión del «monstruoso sistema artístico» lo habían despojado de su libertad. En menos de un año salió para dedicarse a otra de sus relevantes obras: La leyenda de la fortaleza de Suram.
Basada en una historia de Mijaíl Lérmontov, dirigió en 1988 Ashik Kerib. La dedicó a su amigo Tarkovski. Fue una película muy bien recibida. Con la salud deterioradísima, moriría en Armenia el 20 de julio de 1990. Serguéi Parajanov estuvo trabajando en un film que no logró terminar. Lo había llamado "La confesión". Su libro de memorias tiene igual título. Muchos quieren leerlo pero no dan con él. Sus películas sí se encuentran.