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“Cuba libre”, de Jorge Luis Sánchez: la historia revisitada
El 20 de octubre de 2015 el estreno del filme Cuba libre, del realizador Jorge Luis Sánchez (El Benny, 2006; Irremediablemente juntos, 2012; Buscando a Casal, 2019), era propicio para homenajear la jornada por la cultura nacional. Más tarde, todavía en ese año, el 17 de diciembre se oficializaba su proyección en los cines de la capital durante las sesiones de la 37 edición del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano.
La génesis de esta película, exhibida recientemente en De nuestra América, se remonta a 1998 cuando, según el propio director, concluye la escritura del guion y 14 años después el ICAIC diera el visto bueno para iniciar las labores de producción de la película.
Escollos aparte, el filme de Sánchez, por un azar inexplicable, dialogaría desde la revisitación de la historia con un acontecimiento trascendental del presente insular más reciente: el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos. Casi sin proponérselo, el trazado argumental del filme implicaría los modos en que las articulaciones geopolíticas de ambos países se cruzan para dictaminar la entrada de nuestro país a la modernidad, bajo la tutela de la nación norteamericana.
En Cuba libre el contexto histórico determina los hilos conductores de la trama: la ocupación del ejército de Estados Unidos tras finalizar la guerra hispano-cubano-norteamericana marcará la vida de los cubanos en un pueblo ficticio del interior, como epítome de una nación desorientada ante los cambios políticos que implicará el arrebato de la victoria a las huestes mambisas. La mirada al entramado social de la época quedará planteada desde las asimetrías conductuales de dos niños, Samuel y Simón, quienes, a pesar de su rivalidad y las vueltas que pretende la complicidad que emanan, se las arreglan para sobrevivir en un contexto que marcará definitivamente el futuro de sus vidas.
Samuel y Simón, a pesar de la ingenuidad que caracteriza a la psicología infantil, experimentan prematuramente el dolor, la frustración y la pérdida con los acontecimientos que se suceden en el pueblo ante la llegada de las tropas norteamericanas. Uno y otro se convierten en símbolos de una realidad convulsa, inextricable, donde las loas y la asunción de los códigos de la modernidad se arropan bajo el manto de los ideales norteamericanos mientras solapadamente el destino de la nación cambia de banderas.
Lo que resulta interesante en esta película es, justo, la mirada plural en que se condensa el retrato de una incertidumbre epocal, de laceraciones, inconformidades y camuflaje en el tejido social, un país devastado por el coste económico de tantos años de insurgencia. De ahí que, entre mambises honrados y oportunistas, una profesora proespañola que educa a la vieja usanza a niños pobres, el cura corrupto, yanquis malintencionados y otros amables, generales españoles frustrados, el negro emigrante y la anciana santera y los niños, uno de ellos traductor; el otro, hijo de mambí, se pretende una visión de conjunto a la antesala que prepararía, pocos años después, la república de generales y doctores.
Sin embargo, pudiera enumerar tres elementos, a vuelapluma, que laceran la vitalidad de esta película:
Uno: el excesivo metraje para una historia que tiende a la fracturación, por demás intencional pero ineficaz, del trazado argumental. Es esta la principal dificultad de su guion. La atomización excesiva del discurso coloca en segundo plano el interés por el calado psicológico de los personajes. Demasiado énfasis en personajes-tipo, ilustrar mediante escenas la significación epocal, según el discurso oficial, convierte al filme en soporte para una lección de historia, antes que historia misma. Es por eso que la película desperdicia la oportunidad de condensar su epicentro dramático y todo interés por lograr su huella de hondura se difumina. Personajes interesantes como el cura, la maestra, o la historia de los niños afectados por los sucesos de la ocupación y las pérdidas que les ocasiona a ambos se resienten por la carencia de sustancia dramática.
Dos: los desbalances en la dirección de actores. Aun cuando algunos consagrados derrochan histrionismo —es el caso de Isabel Santos, Manuel Porto, Georgina Almanza, por ejemplo— otros no quedan muy bien parados. Es visible la disparidad en las propias actuaciones de los niños, donde apenas el hijo del mambí consigue discretos aciertos.
Y finalmente: la ineficaz pretensión de echar mano del trucaje, fatídica para la película, para recrear la voladura del Maine con efectos especiales de cuando el Morro era de palo. Faltó, en este caso, el sano juicio de la rescritura sin necesidad de acudir a una obligatoria ilustración, a la manera de un manual de historia.
En 2015 el filme obtuvo el Premio Coral de Cartel, el del Círculo de Cultura de la UPEC y el premio Caracol de edición, en 2016.
Con esta última a cargo de Luis Ernesto Doñas, el sonido de Juan Carlos Herrera, la fotografía de Carlos Rafael Solís y la dirección de arte de Nanette García Vale, el filme de Jorge Luis Sánchez tiene el mérito de ver la luz en un momento de efervescencia sociopolítica en torno al destino de la nación, cuando se pretendía creer en la esperanza de un futuro renovado en la historia política de Cuba y su vecino del Norte.
A modo de recordatorio, Sánchez insistía en que volviéramos al pasado para encontrar allá, en el lejano 1898, las respuestas a lo que vivimos hoy, seis años después de su estreno.