Colina

Colina, o de cómo monologar la crítica cinematográfica

Mié, 10/28/2020

Por estos días, mientras preparaba una entrevista para el catedrático español Alberto Ruiz de Samaniego, incluí una pregunta relacionada con esos críticos que devienen cineastas y no vuelven a ejercer el criterio, al menos como solían hacerlo. Es como si asistieran a un avance en su vida profesional, ya que de pronto empiezan a considerarse creadores. 

La nueva categoría los hace desdecir de la anterior. Mientras recuerdan parciales opiniones de François Truffaut sobre la crítica, creen anular del todo los estímulos de críticos creativos del nivel de Charles Baudelaire y Oscar Wilde. Pero es que hasta el propio Truffaut seguiría llevado a la par creación cinematográfica y escritura sobre cine. Ahí están sus prólogos a libros de André Bazin y Néstor Almendros y ese, su inolvidable libro de entrevistas El cine según Hitchcock.

El director de Los 400 golpes no sería el único en alternar entre la dirección de cine y la crítica cinematográfica. El estadounidense Peter Bogdanovich y el español Ángel Fernández Santos fueron dos ejemplos bien representativos de que ambas capacidades pueden condicionarse y hasta hallar una inesperada armonía. En Cuba, uno de nuestros nombres más sobresalientes sería el de Enrique Colina.

Colina empezó como crítico en el periódico El Mundo. Luego trabajaría en el departamento de sonido del ICAIC hasta que llegaría 24 x segundo en 1968. Con posterioridad es que vino la realización de aquellos documentales en que la crítica pactó con el humor. 

Para las generaciones de cubanos que nos formamos con el mejor programa televisivo de apreciación del séptimo arte sentimos que hubo un antes y un después. Colina no nos descubría el cine para hacernos cinéfilos. Más bien nos compartía los suministros ideoestéticos que había acumulado. Su propósito era cambiar nuestra mirada hacia las imágenes en movimiento. Compartía su opinión aunque no acostumbró casi nunca a admitir si era mala o buena una película. Era un crítico comprometido con su ética profesional, respetuoso de la obra ajena, amparador de cercanías intelectuales. A pesar de las diferencias o mejor, gracias a ellas, tampoco impuso un criterio. Con la madurez ante las cámaras, dejaría de expresar si era de su gusto o no el material elegido para la ocasión. Es que no tenía que revelarlo. Sus análisis eran notorios al respecto. 

¿Había que haber visto todas esas películas que criticaba para comprenderlo? No hacía falta. Él supo de antemano cómo promocionar una película y crearle a un tiempo expectativas al televidente. El programa también podía hacer gala de su naturaleza didáctica. Sin embargo, Colina se encargaba de que la explicación de una escena o la relevancia de un código cinematográfico fluyeran a modo de conversación. Parecía que uno ya le había preguntado algo concerniente a determinado largometraje. Cuanto quedaba, era escucharlo. El método didáctico hacía de las suyas cuando, de seguida, colaba un fragmento de la película referida. Colina sugería: Sí, has visto cine y lo seguirás viendo en lo adelante. Pero tienes que aprender por tu cuenta a mirarlo bien.

Hoy, cuando se solicitan cada vez más textos para revistas impresas y digitales, cuando van y vienen numerosos estudios sobre el audiovisual de antaño y hogaño, la escritura de textos cortos o de camino extenso se aprecian mucho, cual criterio interpretativo y de valoración. Asimismo, se certifica una posibilidad de permanencia, en la que se prolonga tanto la realización cinematográfica y sus hacedores como la función de la crítica y sus voces. Ello vuelve a indicar que arte y criterio exegético son inseparables. Colina siempre tuvo presente las ventajas de un texto escrito sobre la crítica oral. No es que renunciara a escribir. No obstante, optó e insistió por monologar la crítica.

A los que hemos experimentado en carne propia dirigirnos a una cámara, con ayuda del teleprompter o de manera improvisada, sabemos cuánto arriesgamos. Escribir y hablar median en cuanto a posibilidades adicionales del diario vivir, pero puede ser muy chocante hablar emulando el escribir, sobre todo si este nos ha exigido años para hacerlo decorosamente. A su formación autodidacta con respecto a su valoración del cine, Colina le sumó sus indiscutibles dotes de comunicador. ¿Qué decir y cómo decirlo? ¿Se hablaría solo de cine en 24 x segundo? Por más de 30 años se encargaría de contestar esas preguntas.

Pasado el tiempo, no sabemos con certeza por qué el programa dejó de transmitirse. ¿Acaso era poco ortodoxo? Es verdad. ¿Fue el cine objeto de análisis y, en conjunto, pretexto para abordar el ser humano en relación con los demás, con la época y la política? No se puede negar. En rigor, fue otro de sus méritos. Alguien se atrevió a expresar que él colgó los guantes en materia de crítica cinematográfica cuando 24 x segundo salió del aire. No fue así. Colina se entregó a la docencia en diversas aulas, amén de que importantes festivales conocieron de la modestia y la lucidez de este señor de la palabra.

Pocas veces la crítica dialogada en Hispanoamérica ha testificado un paradigma tan inigualable. Perdemos una de las voces más prestigiosas del cine y de la práctica del debate cultural de nuestro país. Ha muerto Enrique Colina.