Chavela

¡Ay de mí, Chavela Vargas!

Jue, 07/23/2020

Por una casualidad de muertes, tengo un amigo común con Chavela Vargas, vaya; él la conoció bien joven, en un bar donde fue cantinero y que ella frecuentaba. “Se peleaba con ceniceros de vidrio”, “salía a cantar después de hacer gárgaras con el dolor y se emborrachaba hasta el delirio”, me contó. Y mi amigo tenía que llevarla sujeta hasta al escenario, para que no tropezara.

Y bueno, que un día de tantos, Chavela le pidió recoger por ella alguien en el aeropuerto, “pues yo no podré”, le dijo. Y mi amigo fue. Y hubo un avión demorado. Y una escalerilla que tocó tierra. Y una rubia que descendió vestida de rojo, con gafas de sol y maletas de leopardo. Había sobrevolado el Atlántico para verla, a la Chavela. Y dice mi amigo que cuando la tuvo en su automóvil, agarró el timón con las dos manos y pensó, “entre un olor a mentas y flores”, que era la rubia más linda que vería en su vida.

“Para que veas una verdadera belleza”, me dijo otro amigo acabado de llegar desde Barcelona; me traía de regalo el documental Chavela (México-España-Estados Unidos, 2017), de Catehrine Gund y Daresha Kyi sobre la cantante mexicana, que se había estrenado ese año en el Festival Internacional de Cine de Berlín. Y el documental (nominado al GLADD Media, premio del público al mejor documental del Inside Out Film 2017 y el premio del público a mejor película femenina, Cine Queer North 2018) me acercó otra vez a aquella mujer de la que había escuchado tantas historias, un mito mexicano traído a la gran pantalla tal cual. Un espíritu excepcional que rehusó de lo gregario y encontró su libertad en la música. Híjole.

En el velorio de José Alfredo Jiménez, cuando la viuda vio a Chavela pateando harta de rones junto al cadáver de quien había sido su cuate de cumbanchas y amoríos, dijo a los que intentaron apartarla: “Déjenla, está sufriendo tanto como yo”. Escribí “mexicana” y no “costarricense”, aunque Chavela Vargas nació en San Joaquín de Flores, Costa Rica, el 17 de abril de 1919, porque según ella “los mexicanos nacen donde les da la gana”. Y no solo nacen, sino que hacen. Chavela lo hizo. Y en el documental, que perfila contrastando voces de amigos y conocidos de la cantante (Pedro Almodóvar, Elena Benarroch, Natalia Cuevas, Miguel Bosé, Patria Jiménez y Eugenia León) se logra un equilibrio que retrata a la mujer que se vio en “los ojos encendidos cual cerezas en un pastel” de los que habló Rex Reed describiendo a Ava Gardner, el animal más bello del mundo.

Ya había leído la biografía de María Cortina sobre Chavela, Dos vidas necesito. Las verdades de Chavela, donde se cuenta casi todo sobre sus amores, la vida en México, el alcoholismo, los traumas, su música de pedestal y aquel carácter de pistolera. Digo “casi”, porque, bien parados, sobre el amor siempre es más lo que no se dice que lo que sí. Cantaba en las calles desde los catorce años, abandonada por sus padres. Siempre con una pistola, para verse bonita, pues. Y el jorongo. Tuvo las mujeres que quiso y hasta otras. Dicen que hubo una princesa. De las de verdad. Corona y todo. A los ochenta y un años contó en una entrevista de televisión que era lesbiana. Soy lesbiana. Y soy Chavela Vargas. Pedro Almodóvar ha dicho que antes que cineasta desea ser reconocido como su presentador oficial.

Siempre digo que de Chavela Vargas puedo escuchar dos canciones seguidas, pero tres no. A dos balazos puede sobrevivirse, ya tres es desangrarse. Sin embargo, podría volver a Chavela para escuchar en su voz entequilada sobre esos sitios donde amó la vida. Qué mujer, Dios mío. Y hubo un avión demorado. Y una escalerilla que tocó tierra. Y una rubia que descendió vestida de rojo, con gafas de sol… Ay de mí, llorona, llorona…

(Tomado de Cartelera Cine y Video, no. 176)