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A 30 años de La inútil muerte de mi socio Manolo
Partiendo de una obra teatral del dramaturgo y Premio Nacional de Teatro Eugenio Hernández, Julio García Espinosa se lanza a escribir el guion cinematográfico de La inútil muerte de mi socio Manolo, que en su puesta en escena tuvo un muy buen éxito de público. La película no sería exactamente la obra teatral, se basaría en ella, pero enfatizando el carácter dramático de la historia.
Para ese momento, Julio era presidente del ICAIC [1983-1991], pero estaba sintiendo una necesidad tremenda de continuar su trabajo como cineasta. Así fue que escribió el guion teniendo en cuenta la dificultad para llevar adelante ambos trabajos: durante el día cumplía sus obligaciones como presidente y en la noche filmaba la película. Cada día Julio salía del ICAIC y daba un giro de 180 grados a su cabeza y a su atuendo, se iba a Cubanacán, comía en el comedor de los trabajadores y de inmediato se dirigía al set. Ya para entonces había dejado de fumar.
El plan de producción tuvo 21 días de filmación programados, que se convirtieron en 23 por un tema de insatisfacción con una de las escenas fundamentales.
Los días de rodaje fueron muy duros para todos: para esas fechas los estudios de Cubanacán no contaban con equipos de aire acondicionado, de manera que el calor era intenso, más las luces cuando se comenzaba a rodar y, obviamente, lo que significaba para los dos únicos actores mantener su apariencia. Mario Balmaseda (Manolo) tuvo por vestuario como unas diez camisetas rojas para cambiarlas cuando la fuerza de la actuación y el intenso calor lo hacían sudar más de lo que requería el momento de la escena.
El único set, como en el teatro, era el apartamento de Manolo, que Derubín Jácome, escenógrafo y vestuarista de la película, tuvo que inventarse con mucha imaginación y soluciones sencillas. El excelente director de fotografía Livio Delgado se creció de una forma espectacular, dándole vueltas y sacándole partido a cada orificio que permitiera meter la cámara; en más de una ocasión nos reímos mucho porque Livio es muy alto y prácticamente él y la cámara no entraban en la locación.
El equipo de sonido, encabezado por Carlos Hernández, necesitaba de un silencio absoluto para seguir a dos actores en una conversación de amigos que va subiendo el tono según transcurre el día. Sí, porque toda la película se filmó tal cual la progresión de ese único día en la vida de estos dos hombres que, por cierto, tomaban todo el tiempo hasta emborracharse totalmente, aunque, desde luego, nunca tomaron bebida alguna que no fuera un líquido traslúcido, sin sabor y no refrigerado que provocaba más sudoración que otra cosa.
Todo el equipo estaba en función de la película, creo que la disciplina de los equipos humanos de rodaje va en la sangre misma de cada uno, porque la fuerza del cine es la creación colectiva y todos velan por ella. Julio incluyó a tres estudiantes de la escuela de cine de San Antonio en el grupo de los asistentes, Ayumo Akamine, Walter Rojas y Alejandro Widenman.
La inútil muerte de mi socio Manolo es la que Julio siempre llamó “mi película”, porque en ella estaba presente prácticamente todo lo que amaba, creía, deseaba y entendía necesario para lograr una nueva dramaturgia que considerara al espectador como el elemento fundamental, no solo al que estaba dirigiéndose, sino a la persona que cada película, cada obra creativa le significara crecimiento, disfrute, acercarse a la realidad para verse a sí mismo.
Varios premios recibieron los dos actores, en el caso de Balmaseda con muchas más películas realizadas; en el de Pedro Rentería, no utilizado suficientemente por el cine cubano, significó, sino la mejor, una de sus más estelares y aplaudidas interpretaciones.
Desde el guion, Julio escribió La inútil muerte de mi socio Manolo como un tributo al viejo teatro vernáculo, del que había disfrutado tanto con los actores, con la relación puesta en escena-público, donde él mismo se inició como actor y hasta dirigió pequeñas obras. Era una de sus deudas.
En el 2006 tuvo la gran satisfacción de rendirle homenaje a uno de sus maestros e inspiradores: Bertolt Brecht. Durante los días 14 y 15 de octubre se celebró en Berlín la conferencia internacional “Brecht y el comunismo”, convocada por la Fundación Marx-Engels, en homenaje al cincuentenario de la muerte del famoso dramaturgo, poeta y director de teatro alemán. Allí se presentó La inútil muerte de mi socio Manolo y Julio leyó su texto Mi relación con Bertolt Brecht, con motivo del reconocimiento que se le otorgó por haber sabido aplicar en el cine las ideas del gran dramaturgo alemán.
Frente a 30 años de la película transcribo el final de dicho texto que espero les haga pensar en nuestro cine, en el cine cubano de estos tiempos y del futuro.
“El teatro es producto de un largo proceso cultural. No es el caso del cine, esclavo de un implacable proceso mercantil. El cine no ha tenido el nivel de exploración artística que ha tenido el teatro. No es exagerado decir que hoy el cine puede considerarse como la más atrasada de todas las artes. No se lo merece. El cine, como nueva tecnología, surgió perturbando el concepto tradicional del arte. Potencialmente sigue siendo el portador de una conciliación entre un arte culto y un arte popular. Las teorías de Bertolt Brecht pueden contribuir mucho a que el cine no siga confundiendo las innovaciones tecnológicas con las innovaciones artísticas. Sus teorías pueden llegar a favorecer un destino mayor para el cine”.