Zelig

Zelig: el falso documental se confiesa

Mar, 07/23/2019

El falso documental o mockumentary, más que género o subgénero fílmico, es una verdadera estrategia de entrampe perceptual, que ha revelado como pocos las connotaciones empáticas otorgadas por los públicos a las formas y maneras fílmicas, a lo largo de las décadas de existencia del séptimo arte; así como los grados de estereotipación alcanzados muchas veces por los pactos de lectura consensuados entre emisores masivos y receptores-masa; al punto de que una estructura narrativa debidamente preconcebida y canónica es lo único que se necesita para legitimar un relato como algo totalmente verídico.

Reforzado queda esto, además, por las relaciones de idealización y sacralidad que el grueso de los públicos mantienen con todo lo reflejado en las pantallas. No olvidar que incluso en plena sociedad de la información en que estamos, el simple intertítulo “Basado en hechos reales” aún es suficiente para mesmerizar a las audiencias.

Entonces, basta para delatar la levedad de los cánones, y la gran diferencia entre verdad y verosimilitud, con una película que rompa los referidos pactos de lectura, salve la brecha formal entre obras dramatizadas y documentales, y asuma desde la ficción la estética más convencional del documental de corte expositivo, reporteril, didáctico.

Woody Allen, que ya en 1983 era Woody Allen, estrena Zelig a una década del considerado primer falso documental del cine: F for Fake (F de falso, 1973), dirigido por el mismo Orson Welles que en 1938 aterrorizara inintencionalmente (*) a los desprevenidos radioyentes de su versión radiofónica de La guerra de los mundos  de H. G. Welles.

Siguiendo la perspectiva de metarrelato de Welles, que versó su cinta “falsa” sobre la ficticia biografía de un falsificador de pinturas de Picasso, Allen hace protagonista de su película a un personaje proteico, quien llega a ser apodado “el hombre camaleón” por su insólita capacidad de transformarse física y conductualmente según el contexto en que estuviere.

Chino, negro, mexicano, aborigen norteamericano, judío, gordo, mafioso, aristócrata, burgués, mesero, irlandés, griego: toda la gama de tipos étnicos y sociales que componen la heterogénea sociedad estadounidense. Imitaciones verosímiles hasta el último detalle que hacían pasar a Leonard Zelig por cualquier sujeto imitado ante los ojos de sus congéneres.

Al igual que las formas y las maneras asumidas por la mayoría de los mockumentaries que sucedieron a este, las epidermis físicas y psicosociales replicadas al calco por Zelig bastan para que sea “leído”, juzgado, taxonomizado y ubicado por los públicos en los correspondientes alveolos del entramado jerárquico de la sociedad. Cuando se delata la naturaleza mutable de Zelig —así como la esencia fictiva del falso documental—, se derrumba el constructo cultural por la revelada debilidad de sus basamentos aparentemente incontrovertibles y seguros.

Woody Allen articula con Zelig una cuidada pieza de arqueología audiovisual, al ubicar la mayoría de las tribulaciones del personaje durante los años veinte del pasado siglo, en los umbrales de la Gran Depresión de 1929, con un desenlace suscitado algunos años más allá.

A la simple aseveración verídica del relato agrega unas contundentes capas de códigos y sentidos contextuales a partir de la recreación epocal en las diversas escenas en las que aparecen él y sus otros actores, mezcladas con pietaje documental proveniente de esos tiempos. Viejos recortes de periódicos, fotos turbias que ayudan a reconstruir situaciones aparentemente solo registradas en deficientes cintas de audio, planos y secuencias filmadas con la impericia de un aficionado. Un omnisciente y solemne narrador en off. Fragmentos de una falsa película dramática filmada en 1935, intitulada ampulosamente The Changing Man, con “falsos” actores de la época.

A pesar de la gran elaboración, Zelig persevera en su perspectiva ensayística sobre la construcción de la ilusión, en vez de consumar el engaño. Algo que sí persiguieron más claramente mockumentaries posteriores como This is Spïnal Tap (Rob Reiner, 1984), La verdadera historia del cine (Peter Jackson, 1995) o The Fourth Kind (Olatunde Osunsanmi, 2009).

Ante el perfeccionismo del exquisito fraude histórico, puede parecer incoherente la aparición de rostros conocidos como Allen en el rol de Zelig, y Mia Farrow como su psiquiatra, Eudora Fletcher. Toda una revelación de la treta. ¿Entonces…? Pues que reducir la raison d'être del falso documental al mero timo sería entonces algo sencillamente frívolo e insustancial. Entonces, Zelig deviene contundente y confeso estudio sobre el poder simbólico de los sistemas de representaciones ergo la subordinación de la realidad a su representación, y la realidad evidenciada como un total constructo cultural.   

 

Nota:

*Por lo que puede afirmarse que el falso documental surgió de manera accidental, como la penicilina.