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Una noche con los Rolling Stones: cuando menos lo esperas
El segundo largometraje de ficción, escrito y dirigido por Patricia Ramos (única cubana que ha conseguido tal hazaña) ha llegado tranquilamente, sin alharacas promocionales ni festivaleras. Porque muchas veces la belleza y la trascendencia hay que buscarlos cerquita de uno, y siempre vivieron al lado sin que nos diéramos cuenta. Algo así, reinterpretado por este escribiente, le ocurre a Rita la protagonista del filme, y pudiera pasarle a muchos espectadores que confundan esencia y apariencia en esa pequeña y gran película que es Una noche con los Rolling Stones.
Pequeña y grande, al igual que su anterior filme El techo, esta película se ambienta en La Habana del 2016, y se concentra completamente en la vida cotidiana, común, de una mujer madura, y cuatro necesarios acompañantes: un hijo adolescente que quiere vivir en el extranjero, una madre anciana que quiere morir tranquilamente, un amante casado y mentiroso que se empeña en seguir con ella, y una amiga de toda la vida, actriz frustrada que no quiere envejecer. Rita es una sobreviviente, probablemente en busca de algo que no sabe nombrar ni mucho menos definir. En medio de todo, y sin esperarlo particularmente, llega la noche de fiesta y agitación que acompañó el magno concierto con los Rolling Stones en la Ciudad Deportiva.
La película resulta ser, entonces, un delicado relato de situaciones cotidianas, en contraste, o a la espera, de una ciudad que, en aquellos meses, recibió una serie de acontecimientos tremendamente publicitados en el mundo entero como la visita de Obama, el desfile de Chanel, el rodaje de Rápido y furioso y el concierto de los Rolling Stones. Pero la mirada de Patricia permanece imperturbable ante todo el esplendor del contexto, y mantiene su película, en términos narrativos y visuales, atenta a Rita y a los personajes que la rodean, en este momento cuando ocurren ciertos estremecimientos que quizás fortalezcan sus expectativas de encontrar lo que busca.
Además de todas las alegrías y tristezas que la película puede comunicar, muchas veces al unísono, mediante los códigos combinados de la comedia y el drama, o de la dramedia como le llaman ahora, se trata de un producto muy profesional, que mancomunó los esfuerzos de la productora independiente Mar y Cielo S.A. y de Audiovisuales ICAIC, para mantenerse a flote en un rodaje que ocurrió en tiempos de pandemia; la delicada fotografía de Alexander González, alguien capaz de demostrar en cada plano la expresividad de la composición y el encuadre ajustados a la historia; la música que apenas se nota (y ellos saben que esto es un elogio en el cine) de Magda Rosa Galván y Juan Antonio Leyva, y por supuesto de un elenco iluminado, en estado de gracia.
Patricia Ramos reveló en una entrevista que estaba muy agradecida con el elenco (y todo ello parece un lugar común de las ruedas de prensa para presentar películas) pero explicó las causas muy convincentemente cuando aseguró que los intérpretes, todos, se dejaron llevar por la historia y fluyeron con ella, particularmente Lola Amores en el papel de la medio distraída y generosa Rita; Doris Gutiérrez y Santi Estupiñán, ambos perfectamente ensamblados con sus personajes de la madre y el hijo de Rita; Maité Galbán es todo un descubrimiento en el papel de la amiga Cleo: Jorge Martínez nos regala excelentes momentos de comedia, mientras que Roberto Espinosa y Kristell Almazán rinden cumplidamente sus papeles de galanes henchidos de posibilidades amatorias. ¿Qué me gustó Una noche con los Rolling Stones? Mucho. Pocas películas cubanas recientes me han dejado, en su final, con una sensación tan compleja de melancolía y satisfacción.