NOTICIA
Suspenso rebuscado, hotel embustero
Segunda experiencia como director del guionista estadounidense Drew Goddard, Malos tiempos en El Royale es una película de estética noir y visualidad clásica, que no ahorra recursos para impresionar con un trabajo escénico impecable y cautivar con una atmósfera de emboscada. Es uno de esos filmes que te enganchan desde el primer cuadro (la secuencia inicial es de lo mejor que tiene), que parecen preconcebidos para llamar la atención y convertirse en productos de culto antes de tiempo, incluso antes de que emocione a los espectadores entusiastas o provoque recelo entre públicos más sosegados. Entusiasmo y recelo pudieran ser las dos sensaciones en competencia que genera este filme inclasificable de 140 minutos de crucigrama, donde un grupo de piezas inconexas van ocupando su lugar a medida que transcurre el metraje en una única locación, un hotel misterioso.
Narrado como un puzle, la base de este filme es precisamente esa, provocar ansiedad por la pieza ausente, crear zozobra a través del escamoteo de contenidos y del disimulo con que los esconde. Aunque por momentos parezca mucho más que eso.
El hotel donde transcurre la acción está construido sobre la frontera entre Nevada y California (una franja roja con los nombres de los dos estados a cada lado atraviesa el parqueo y el vestíbulo), división que recuerda la barrera entre norte y sur de la cabaña de Los ochos odiosos. Sin embargo, aquella raya de Tarantino tenía una intención clarísima: era juguetona, maleable e invisible. La del hotel, subrayada y pretenciosa, trazada más como imposición que como juego, es rebuscada y equívoca.
La franja roja es frontera o indicación de otras cosas. Quizás, principalmente, alude al límite donde se mueven el carácter o los motivos dudosos de los personajes y, en general, a la época en que ocurre el relato: finales de los años 60 en Estados Unidos (el filme es también representación de ese momento histórico). Malos tiempos en El Royale intenta retratar uno de los períodos más complejos de ese país, pero el resultado, artificioso y poco revelador, no tiene a la larga demasiada sintonía con el relato principal, y lo que es más grave, consume un tiempo que le resta vitalidad al argumento y eficacia a las peripecias de los personajes.
No obstante ser un relato coral, la película edifica abundantes subtramas para cada personaje (que se elevan alternativamente a la categoría de protagonistas), y está dividida en capítulos donde se narra la historia de cada uno. Sugerentes y construidos con prolijidad, sin embargo, son más interesantes mientras menos se conocen; es decir, sus historias de vida, una vez reveladas, resultan insustanciales, y son como grandes promesas que se van incumpliendo a medida que consumen su turno de desarrollarse.
En general, la factura de Malos tiempos en El Royale es una gran promesa incumplida. La eficacia de sus estrategias narrativas se queda muy por encima de lo que se narra, lo que hace más notable la fragilidad de sus contenidos y lo pretencioso de sus presupuestos. El suspenso bien manejado, la variedad de focos narrativos, el progreso no cronológico del relato, la mezcla de géneros, los planos secuencia, los montajes paralelos están utilizados aquí con virtuosismo, pero con la intención exclusiva de crear efectos constantes, llamadas de atención e impactos en el espectador que luego se realizan a medias, o se resuelven con soluciones superfluas, en sucesión de acciones que no trascienden el mero ajetreo, con desenvolvimientos contradictorios de los personajes, con piezas desorientadas que no acaban de encajar en el rompecabezas, e incluso con simplonas y grandilocuentes declaraciones de principios.
(Tomado de Cartelera de Cine y Video, no. 168)