Fidel, Corrieri y Graziella

Sergio desde la cercanía

Vie, 07/10/2020

Aquella tarde, cuando me invitaron a conocer el trabajo del grupo Escambray, no imaginé que esa visita conduciría a un vuelco en mi vida y a un cambio en mi visión de la cultura. El azar unió varios acontecimientos de distinta naturaleza. Emprendería el viaje con la antropóloga franco-mexicana Laurette Séjourné. Los teatristas estaban en vísperas del estreno de La Vitrina, la primera obra resultante del método adoptado para establecer un diálogo productivo con espectadores que asistirían por primera vez a una representación escénica. No se trataba de la habitual práctica de paracaidismo cultural, sino del encuentro entre dos mundos, crecidos en lo más profundo desde una misma raíz, pero sometidos a una experiencia histórica diferente. Los capitalinos disponían de una cosmovisión sustentada en el estudio y en una práctica del teatro de vanguardia forjada en el empeño de asimilar de modo creativo las tendencias de la contemporaneidad. Afrontaban la realidad desde la perspectiva de sujetos críticos aferrados a la posesión de la tierra soñada. Los campesinos conservaban en la memoria la explotación de otrora sumada a la dura experiencia de enfrentamiento a las bandas contrarrevolucionarias en el territorio montañoso del Escambray. Padecían las consecuencias del atraso material y percibían de manera fragmentada los contextos históricos que condicionaban el presente, el pasado y el futuro de su existencia.

Al abandonar los caminos trillados, los teatristas lo arriesgaron todo en un espectacular salto al vacío. En un campamento destinado en su origen a itinerantes trabajadores de la construcción, compartían albergue, cotidianidad y trabajo en prolongadas jornadas. Analizaban entrevistas y, siempre inconformes, limaban los cabos sueltos en los últimos ensayos. Entrenada como trabajadora social, Gilda Hernández —la Tota era el apodo cariñoso que todos compartían— había adquirido conocimientos de técnicas de la investigación social. Sergio cargaba sobre sus hombros una enorme responsabilidad. Con vistas a la preparación de su excelente testimonio sobre el grupo Escambray, Laurette Séjourné había logrado arrancarle algunas páginas de su diario íntimo. El lenguaje es escueto. No por ello resulta menos conmovedor, expresa la angustia de quien ha emprendido una aventura riesgosa, comprometido con quienes se dejaron arrastrar en la empresa, con las autoridades que los respaldaron, con los campesinos que habrían de ser sus interlocutores privilegiados. Era el máximo organizador de la empresa en lo artístico, en lo cultural y en lo político. Para el logro de un resultado efectivo, los tres aspectos resultaban inseparables. Partiendo del respeto mutuo, se estaba efectuando un acelerado proceso de transculturación. Era imprescindible construir un andamiaje conceptual, a la vez que se mantenía, en el transcurso del día a día, el necesario equilibrio en las relaciones del colectivo. El cuidado del detalle imperceptible aseguraba la marcha del proyecto mayor. En un lugar ignoto de los alrededores de Cumanayagua, conocido como El Bedero, se produjo el estreno de La Vitrina. Montadas en caballos, familias enteras acudieron desde lejos. De pie o sentados sobre la yerba húmeda, siguieron en silencio el curso de la representación escénica. Al final, se abrió el debate. Preguntaban, discutían. El sentido de la existencia de cada uno estaba implica- do en la propuesta teatral. La noche avanzaba rápidamente. Sergio planteó entonces la posibilidad de volver a presentar el espectáculo para proseguir el diálogo la noche siguiente. Entonces, el público se multiplicó. Llegaron desde zonas aún más distantes. Al cabo, como lo hubiera deseado Brecht, algo esencial se había removido en sus conciencias. Las imágenes y los textos seguirían animando sueños e ideas. Según el método acordado, cada estreno debía someterse a un análisis colectivo. Después de La Vitrina, la autocrítica fue severísima, subió de tono, hasta que Pedro Rentería, contagiado por la visión antropológica de Laurette Séjourné, preguntó qué sabían ellos del sentido de la muerte de los campesinos. La interrogante abría varias disyuntivas. Podía conducir a considerar que las culturas están separadas por fronteras insuperables o a reclamar la necesidad de abordar estudios más profundos de una realidad humana, mutante, sin duda, a la que apenas comenzaban a acercarse. Luego, las aguas retomaron su nivel. En el largo proceso de preparación, todos habían vivido las tensiones propias de la conciencia del riesgo y de la responsabilidad contraída. El examen de lo realizado desembocaba en una catarsis liberadora. En Sergio coexistían el artista y el intelectual, algo poco frecuente, puesto que hay excelentes actores que visten la piel de los personajes por vía de la intuición. Al proponer la aventura del Escambray, fue percibiendo la complejidad del reto latente en el encuentro entre las culturas coexistentes en el tronco mayor de la historia nacional, noción fundamental para llevar adelante un proceso acelerado de cambio social y económico que condujera a despertar la conciencia y la acción participativa del ser humano. Habían salido a conquistar un público nuevo, pero la investigación y la convivencia en la zona fueron revelando estas realidades subyacentes. La función del artista no consistía en adoctrinar, sino en remover la inteligencia y los sentimientos para favorecer el reconocimiento de sí, descifrar el sentido del presente en un acto liberador de la carga del pasado. La interpretación lúcida y las lecciones de la práctica franqueaban la distancia entre el enfoque sociológico y el antropológico. El alcance renovador de la experiencia del Escambray no fue valorado en su momento. Tampoco ha merecido un análisis pertinente por parte de los especialistas.

El enfoque cultural adoptado por el grupo Escambray se emparentaba con el modo de abordar las expectativas del desarrollo de una sociedad socialista derivado del pensamiento del joven Marx acerca del tema de la enajenación; coincidía también con las formulaciones del Che sobre el impulso paralelo de la producción y la conciencia. La lucha por la justicia social conducía, en última instancia, a la plenitud del crecimiento humano liberado de las ataduras impuestas por la sociedad clasista. En dirección similar se habían movido las ideas del cubano Pablo Lafargue. Estos conceptos tienen hoy una vigencia más apremiante ante las contradicciones que afronta la izquierda latinoamericana. El reformismo progresista mejoró los niveles de vida de millones de ciudadanos, pero no concedió la atención necesaria a los cambios de mentalidad indispensables para contrarrestar la influencia de la seducción consumista y la manipulación de la opinión pública a través de las tecnologías de la comunicación. Artista e intelectual, movido en lo fundamental por principios éticos, Sergio Corrieri se entregó por entero a la causa mayor de la resistencia y la formación revolucionaria del país. Llamado a otras responsabilidades, abandona la práctica teatral. En una ocasión le señalé que la nota informativa sobre su designación a una importante responsabilidad aludía al pasado en su condición de actor. ¿Y no es verdad?, me respondió en un tono que dejaba traslucir un trasfondo de tristeza. Volvimos a encontrarnos en el día a día cuando su final se aproximaba. No adivinaba yo en aquel momento que el desenlace llegaría tan pronto. Le habían encargado la organización del Congreso de la UNEAC. Regresaba a un medio que había sido el suyo con total desprendimiento, libre de prejuicios y de compromisos. Intercambiábamos con total libertad acerca de los obstáculos que se interponían. En ocasiones se trataba de mezquindades inspiradas en minúsculas vanidades y ambiciones que se manifestaban en algunos seres humanos. Cada problema requería la atención debida. Sergio los afrontaba con serenidad y lucidez. A medida que las semanas transcurrían, su situación se iba agravando. Se sobreponía al dolor para atender la tarea. Se derrumbó a mitad del camino. Obra colectiva de sus familiares, de sus amigos, de sus colaboradores y compañeros, este libro nos devuelve al Sergio persona, oculto tras la figura pública, tras la biografía del jovencito que se estrenó con Largo viaje de un día hacia la noche en la presentación del renovador Teatro Estudio, del fundador del Teatro Escambray. En nuestra historia mal contada, queda por situar en el sitio que le corresponde al protagonista de la transformación de la cultura cubana en su etapa más fecunda. Silvio Rodríguez evoca sus visitas inesperadas en horas tardías. Silencioso, sentado en el portal fumaba algunos cigarros mientras contemplaba la noche. De acuerdo con la tradición martiana, su patria era también la noche, vale decir la poesía en el sentido más amplio de la palabra, ese aliento que no puede faltarnos en los instantes de euforia y en las horas difíciles, fuente de vida, tan necesaria ahora mismo. Desde la cercanía, Sergio viene a estar entre nosotros. Nos convoca a revisitar con provecho su acción y su tiempo.

Prólogo del libro Sergio Corrieri, más allá de «memorias...», Ediciones ICAIC, 2019.