Santiago Álvarez en filme Adorables mentiras

Santiago, el eterno inconforme

Jue, 03/14/2019

Como casi todo el mundo, primero conocí su obra. Todas las semanas iba al cine Cuba un pequeño grupo de santiagueros aficionados para ver su Noticiero. Yo entre ellos. Iba a descubrir qué cosas nuevas había en el montaje o en la música —casi siempre— o en la manera de presentar una información que a veces ya conocíamos.

Me parece que la “manera” de montar las informaciones, de relacionarlas, de entrelazar cosas diversas o de revelar otra arista, fue su sello más característico. Lo convirtió en un estilo, lo perfeccionó, fue capaz de usar los más diversos recursos para alcanzar lo que se proponía explicar, denunciar o simplemente dejar constancia de que existía. Expresaba siempre un punto de vista claro.

El ejemplo de esto que digo está expresado de forma brillante —cinematográfica— en su reportaje Despegue a las 18. Una secuencia memorable: vemos cómo desplegó una línea interminable de macheteros que corrían al asalto del cañaveral y de manera insólita el órgano de Manzanillo está usado como banda sonora, pero también en el cuadro, en medio de aquella toma. Era su manera peculiar de testimoniar la batalla del año 70 por los 10 millones de toneladas de azúcar.

Muchos años después me convertía en una de sus colaboradoras permanentes. Ya el Noticiero ICAIC era un templo de sabiduría y el un consagrado. Iván, Luminito, Dervis, Raúl, Tuto y Rosalina, Pepín y Puchaux, conocidos en todos lados. Los editores sabían que su sueño era tener un “perchero” circular, del tamaño del cuarto de edición, donde pudiera colgar cada plano. Necesitaba verlos, manosearlos. En los ocho años que trabajé a su lado —y me hice su amiga— descubrí que mientras él no sabía cómo iba a llamarse lo que estaba por editar, no avanzaba. Daba vueltas en torno a una idea, marcaba los puntos o giros donde creía que la emoción y la complicidad con el público se lograrían o eran posibles; luego ya era una vorágine. Pero necesitaba el título y cuando lo encontraba se convertía en un factor desencadenante que nos contagiaba y envolvía a todos.

Santiago tuvo muchos oficios, intereses y curiosidades, cosas diversas, desde el desempeño del oficio de minero en los EE.UU. hasta el de linotipista —allí conoció a Jesús Montané, luego combatiente del Moncada—. Santiago fue creador de un programa de educación sexual en la radio —lo escribía, lo hacía y no sé si hasta lo pagaba—. Militaba en el Partido Socialista Popular —antiguo Partido Comunista— como activista en el barrio Marte-Arsenal, de La Habana, fue mimebro de la sociedad cultural de izquierda Nuestro Tiempo, era un inconforme total y revolucionario a toda prueba.

Pero fue en el cine donde pudo reunir todas esas inquietudes y experiencias, aparentemente dispersas, que tomaron cuerpo con coherencia. Había estallado su talento, sus búsquedas se hicieron orgánicas. Trabajaba con cerebro y con pasión. El Noticiero y los documentales le permitieron hacer una síntesis creadora que ha vencido el tiempo. Fue un antes y un después, plenos.

Tomado de La Jiribilla de papel. No. 59, abril, 2006.