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(Re)descubrir a Guillén Landrián: una aventura irrepetible
Una trascendente obra legó a nuestro patrimonio cultural el importante documentalista Nicolás Guillén Landrián (1938-2003), sin la cual es inconcebible el esplendor adquirido en los años 60 del «Siglo de Lumière» por la «Escuela documental cubana», como la definió, sorprendida de su resonancia, la crítica internacional. La edición primigenia de la Fiesta por el Cine Cubano no puede prescindir de rendirle tributo con las copias restauradas de una decena de títulos de su filmografía y la presentación especial del largometraje Landrián (Cuba-España, 2022), que le dedicara Ernesto Daranas, de quien somos deudores por emprender a través de un fructífero convenio suscrito con la firma Aracne Film, esta cruzada para restituirles la imagen ¡y el sonido! originales. Para el miércoles 27, en la función de las 5:00 p.m. del cine 23 y 12, están previstos los documentales, en tanto el largometraje ocupará la tanda de las 7:00 p.m.
Con el nombre de Nicolás Marcial Guillén Landrián nació en Camagüey el 30 de junio de 1938. El sobrino del autor de Motivos de son, estudió pintura, antes de que el cine deviniera el centro de sus inquietudes y lo condujera a ingresar en el ICAIC apenas cuatro años después de su fundación, en 1962, en una plaza de asistente de producción. Ese mismo año, desempeña las funciones de asistente de dirección de Manuel Octavio Gómez en su documental Historia de una batalla. Prosigue su período de aprendizaje en la Enciclopedia Popular, a la que nutre con las notas «Congos reales» y «Patio arenero». Por esta época fundacional tiene el privilegio de formarse en la práctica con las enseñanzas nada menos que del célebre cineasta holandés Joris Ivens y del danés Theodor Christensen, invitados por el naciente ICAIC para entrenar a los noveles creadores. La destreza evidenciada en el curso posibilita ser promovido a realizador. Para redondear su economía, Nicolasito, como era conocido, labora como locutor en la radio.
La edición del Noticiero ICAIC Latinoamericano difundida el 8 de octubre de 1962 incluye entre sus notas: «Atletas y cineastas arriban para participar en los I Juegos Universitarios Latinoamericanos, junto con críticos cinematográficos mexicanos invitados por el ICAIC». Este fue el origen de Un festival (1963), su primer documental, que trasciende el género de reportaje, y para el cual contó con tres camarógrafos, el mismo año en que escribe para Roberto Fandiño la narración de su crónica sobre el festival mundial juvenil de Helsinki, y dirige El Morro, que se da por perdido.
En un barrio viejo (1963), estrenado en la sala La Rampa el 13 de septiembre, revela su talento para aprehender la atmósfera y los habitantes de una zona de La Habana Vieja con prodigiosa síntesis y sin recurrir a entrevistas o a una narración reiterativa y le proporciona una Mención de Honor, en el I Festival Internacional de Cortometrajes de Cracovia, Polonia. Le sorprende la habilidad de la editora Caíta Villalón para editar los planos registrados por la cámara del novel fotógrafo Livio Delgado, quien lo rememora así: «Le gustaba mucho salir a la calle con un trajecito y una corbata y filmaba así. Era un negro alto, con una voz muy fuerte, pero con una sonrisa y una manera de hablar con la gente que enseguida producía risa y le daba confianza a la gente, en la calle.»
«Yo trataba de hacer un cine que no fuese igual a lo demás, que no coincidiera con lo demás, que fuera un cine muy personal —declaró el cineasta—. La imagen era más importante que la palabra en sí. Me interesaba elaborar la imagen a través de un lenguaje nuevo, un lenguaje atrevido, interesante para el espectador.»Como poseedor de «un estilo demasiado personal para adscribirlo a escuela alguna» lo define el crítico Dean Luis Reyes, estudioso de su obra, en la que algunos advierten ecos del free cinema y la Nueva Ola francesa, entre otras corrientes a la moda. Como «cine-ensayo sobre el mundo de los bailes populares contrapuesto al universo subjetivo de los bailadores», es descrito Los del baile (1965), dominado por la presencia de Pello el Afrokán, y de advertir el realizador, a través de rostros y cuerpos, su vocación etnográfica.
Percatarse de que en fecha tan temprana no se le ocurría ningún tema para abordar, lejos de asustarlo, decidió apelar al experimentado Christensen, quien le empujó a buscarlos lejos del ámbito citadino. Guillén Landrián marcha en compañía de Livio Delgado y del sonidista Rodolfo Plaza a la zona de Baracoa donde con la belleza del entorno y de su gente, halla la inspiración. Surge así la «trilogía de Baracoa», que integran: Ociel del Toa (1965), laureado en Valladolid; Reportaje (1966), conocido también como Plenaria campesina, y Retornar a Baracoa (1966). Livio recuerda aquellas experiencias imborrables: «Completamente vírgenes, fuimos al Toa a ver el río, y nos maravillamos con la idea de Ociel, aquel muchacho cayuquero. Entramos en ese Toa a filmar esa maravilla que se va encontrando».
Desde La Habana ¡1969! recordar es considerado un resumen subjetivo de la historia de Cuba desde el autor y su participación cotidiana en la realidad originadora de la estructura en un documental de realización colectiva por sumar a otros cinco directores, entre estos Juan Carlos Tabío y Luis Felipe Bernaza. Aquí prescinde de Livio y busca la complicidad de Raúl Rodríguez, Pepe Riera y Lupercio López. Acudir a la foto fija, la inserción de letreros y la fotoanimación se tornan una constante estilística que estalla en el clásico Coffea Arábiga (1968), modélico ejemplo de cómo una obra de encargo del Departamento de Documentales Científico-Populares, sobre un asunto que no le interesaba en lo absoluto, pudo convertirla en una obra maestra por el inagotable despliegue imaginativo.
La riquísima banda sonora es otro elemento distintivo con el cual experimenta y reelabora al máximo en los títulos sucesivos, en particular Taller de Línea y 18, apoteosis de su empleo como recurso expresivo. Interrumpida su filmografía en la Isla, se refugia en la pintura en Miami, hasta que Inside Downtown (2001), codirigido por José Egusquiza Zorrilla, le permite satisfacer una necesidad suya de demostrarse que «podía realizar cine todavía».
Al tiempo de incitar al público a (re) descubrir la obra de Nicolás Guillén Landrián en este renacimiento que alientan el ICAIC y su Fiesta del Cine Cubano, es ineludible citar a Livio Delgado, testigo de primera fila de su proceso creativo:
«Nicolás Guillén Landrián era un cineasta bandido y un bandido cineasta. Era un personaje extraordinariamente mentiroso. Nicolás era de una vida diaria que lo llevó a esa locura. Yo hablé un buen rato con el siquiatra cuando ingresó la primera vez, después nos hicimos amigos: Nicolás estaba loco, efectivamente, ido... pero igual que estaba loco Van Gogh, y estaba loco Toulouse-Lautrec, que se pasaba la noche en un prostíbulo, el tipo estaba arrebatado. Y Nicolás tenía esa intuición mágica. Hice con él varios documentales, los fotografiamos y fue una aventura maravillosa.
Él era así. Entonces chocaba con la «nomenclatura». No creo que Alfredo Guevara tuviera nada que ver, sino los subalternos esos que siempre hacen tanto daño.[…] Nicolás, por su personalidad, también era de cuidar, por toda la complejidad que tenía... A mí no me importaba eso, sino que me importaba trabajar con un individuo así. Imagínate pasearte un día por La Habana Vieja con una cámara junto con Nicolás y con el pintor Acosta León describiéndote lo que él quería. Aprendí muchísimo de él».