NOTICIA
Para Alicia Alonso, presentando su libro Diálogos con la danza
La danza es un ritual nacido con los dioses, para el dios más antiguo la ofrenda de los hombres, que se descubren dioses, imagen de los dioses, caídos de los cielos, de una patria perdida, tan frágiles, tan frágiles en la selva del mundo, que ante el dios más antiguo se rinden aterrados.
Y aterrados, rendidos, implorando el retorno, descubren en su cuerpo, en el dios que residen, en la belleza inmensa de su propia persona, la perfección del otro, del dios y el semejante, y entre los tres se funde el ritual del retorno. El que mira y descubre y fascinado ama, el que amado responde con amor la mirada, y esa doble mirada con la que dos se vuelven hacia aquel que se oculta en el cielo o la tierra, en el roble o la ceiba o la palma o la espiga, en el rayo, en la muerte, en la vida, en el mar, las estrellas.
La trinidad fundada solo queda soñarla, inventar sus destellos, descubrir las señales, romper el sortilegio. Es el amor; la magia que resulta poema; el ritual de los cuerpos en que su alma reside; la ofrenda que hacen dos, repetida en los miles, la comunión del hombre con el otro, los otros, reclamando señales, que así va diseñando.
La danza es comunión de persona y persona, ritual en que despliega la perfección humana, de esa obra, su cuerpo en que el dios se deleita, de su acción que es la vida, el movimiento eterno, la creación de formas que resumen su esencia.
Crear, crear, crear sin tregua, esa es la ley divina, si quieres la del arte, la de la ciencia, aquella que mejor te parezca para decir lo mismo. Que la vida es crear, crear, crear. Ese es el Universo, unos le llaman Dios, otros le llaman Ley y otros lo ignoran. Crear, crear, crear, el quehacer del artista. El hombre es un artista que no siempre lo sabe, es un dios pequeñito, desamparado y solo, caído de los cielos, tan dios como los otros y su misión, si es que artista se sabe, resulta revelar al hombre semejante que él es también artista, y que crear le toca, crearse, descubrirse, descubrir en sí mismo, la escultura más bella de la naturaleza, el diamante más puro, la condición humana, el dios en su conciencia. No hay más excelsa obra de arte que la mujer, el hombre, el pleno ser humano.
Pero el ritual requiere, y requiere su danza, del sacerdote guía, que el símbolo revela, y que descubre, explica, al neófito y al joven, develando secretos con rigor y con pausa, para que signo-símbolo inmerso y accionante vaya forjando el precioso entramado del conocer. ¿Del conocer? Que conocer no es el haber llegado. “Conocer” es saberse el inicio de esa ruta que jamás se termina, y aprender del timón la regla del manejo.
El sacerdote entonces no es otro que el maestro. El maestro no es otro que aquel que nos inicia. Iniciar no es tarea del poder, es tarea del saber, del amor, de la entrega. De aquel que ha decidido prolongarse en los otros.
Y es la sacerdotisa que tengo ante mis ojos la que supo decir “prolongarse en los otros”, aquella que en sus textos nos revela la esencia de una vida vivida cual si fuere un poema, poema de rigor, conciencia y trascendencia.
Y esa fase que bien pudiera ser mística evocación de algún sacerdotal destino refleja que la entrega a los otros pasa, y ha pasado, por la realización en plenitud, en rigor, perfeccionista y fina, de sí misma. La persona ha de ser y la persona artista, si ha de sermaestro-sacerdote, encarnación modélica de la ofrenda que hace, ofrenda la más pura.
Alicia es el embrujo racional de la magia, que revela en la danza la maravilla oculta, que en el órfico vaso de sí misma realiza, hace del sortilegio, lección de poesía.
¿Por qué de poesía? Solo la danza, el cuerpo esculpido en la danza, solo el canto que encanta, quiero decir, la música; solo el poeta, no el rimador, quiero decir aquel que en éxtasis vive, apresan en instantes fugaces o pautados el Misterio supremo que el Universo guarda, la voz del Infinito, ilímite mensaje que acaso, si lo logra, el artista trasmite y por eso al artista le toca descubrir al humano, lo que en él es cosmos, la divina armonía.
Hay un gene invisible, un código sagrado, que la conciencia guarda y el artista señala. Alicia Alonso sabe del código secreto, sembradora incansable del saber más profundo, nos dijo con su cuerpo, instrumental, orquesta, que en cada movimiento que del rigor emana, brota la poesía, que refina, humaniza, despierta en cada ser lo mejor de sí mismo.
Culto de la belleza, culto de la verdad y de lo justo culto. Culto del hombre pleno, plenitud humanista. La cultura, decimos, la “cultura” es resumen de ese culto ejercido, de la ofrenda y el rito, que verdad y belleza reclaman y que, por ser ofrenda, es amor, acción de amor, el amor simplemente.
Por eso la cultura no se siembra en el arte, el modelo logrado tras siglos y milenios de búsqueda y rigor, nos dice su mensaje.
Cuba les ha tenido desde edad muy temprana, enlazando sin brechas sus símbolos modélicos, en números que dicen de pitagórica cábala. Varela, José Martí, Carpentier, Lezama, Alicia Alonso, Harold Gramatges y Leo Brouwer, Wilfredo Lam y Portocarrero, y en arte otro, Fidel Castro.
La cábala es el arco y la flecha. El arco que se tensa y la flecha que recorre el espacio, pero es también el blanco que la atrae. Es el 3, es el 5, que invertidos recuerdan, la muerte de Varela, de Martí el nacimiento, y en Siglo que les sigue, la fecha en que se inicia la gesta del Moncada.
Solo dije de algunos, no es que olvide, se trata de tomar unos nombres que subrayados dicen, y ya sin más, de un país fabuloso. Y tanto que pudiera subrayar otros muchos, pero que subrayando excelsos sacerdotes, modélicas figuras de esta, nuestra cultura, habrá un nombre que exige presencia inevitable y es el de nuestra Alicia, Alicia Alonso, sacerdotisa y mito, divina exorcizante, y algo tan simple y simple, maestra en el ejemplo, ejemplo de maestra.
Ella que es poesía, que es el poeta ella, ella que el instrumento, ella que desde siempre supo que su destino era “prolongarse en los otros”, darse en amor, ofrenda que a los jóvenes dice: “Ustedes son los dioses. ¡Os invoco!”.