Eduardo Manet

Mirarnos en el espejo pintado de Eduardo Manet

Jue, 02/25/2021

Ediciones Oriente rescató para el lector cubano, con el título El espejo pintado, las críticas de cine que el novelista, dramaturgo y cineasta Eduardo Manet (Santiago de Cuba, 1930) publicó en el periódico Granma, en la segunda mitad de la década de 1960.

El investigador cubano radicado en España Carlos Espinosa Domínguez (Granma, 1950) realizó la selección de los textos con paciencia y dedicación casi detectivescas, como lo hizo en Con ojos de espectador (Ediciones ICAIC, 2018), compilación de los artículos que con la firma de Manet aparecieron en la Revista Cine Cubano en similar fecha.

A diferencia de los trabajos publicados en Cine cubano, en estos textos “Manet asume el rol del crítico como cinéfilo que escribe no pensando en los especialistas y en la gente de la profesión, sino en el lector común. Es consciente de que ejerce una función mediadora entre las películas y su público, y expone de la manera más sencilla posible lo que un filme podría ofrecer a un espectador mínimamente interesado. Como vehículo para realizar este cometido, utiliza un lenguaje claro, fluido, directo, en el cual se advierte una manera de ver el cine. Asimismo, los suyos son textos que, aparte de cumplir la triple tarea de la crítica ―informar, evaluar y promover―, realizan una labor formativa desde el periodismo. A esto se suma el mérito de que Manet contribuye a educar sin petulancia, como hacen los buenos maestros”, asegura Espinosa en el prólogo.

Aunque de muchos de estos filmes escribió más extensamente para RevistaCine Cubano, como de La vieja dama indigna, Comercio en la Calle Mayor, La caza y Tom Jones, en los artículos para Granma Manet supo amoldarse al perfil y las limitaciones de espacio del periódico, que no son los mismos que en la revista. Aquí va a lo esencial desde la concisión del periodismo y las posibilidades comunicativas de la crítica de cine.

Es interesante lo que apunta Espinosa: el hecho de que los textos informan, evalúan y promueven ―tríada necesaria y no siempre lograda― desde el periodismo, en un medio de gran circulación como Granma, lo mejor de la cinematografía contemporánea estrenada en La Habana, además de otros clásicos que programaba la Cinemateca. Desdoblamiento difícil y admirable, pues quien escribe es también un realizador, un hombre que ha visto mucho cine, asiduo a los estrenos en París, en los años que estudió y vivió allí, colaborador de varios medios, actor también, y director de los documentales El negro y Napoleón de gratis (1960), En el club (1962) y Portocarrero (1963) y los largometrajes Tránsito (1964), Un día en el solar (1965) y El huésped (1966).

Agudas siempre, las críticas para Granma están destinadas a un público amplio, general, que lee el periódico de prisa y necesita, por tanto, menos especialización y más información o, al menos, más orientación de lo que puede ver en cartelera en los cines. Esa “orientación” no se reduce a decirle si la película o es mala o no, si debe ir a verla. Esa no es la función de la crítica, o así no la entiende Manet. Lo hace sin caer en didactismos innecesarios, aprovechando, incluso, las posibilidades de la norma popular.

Como bien apunta Espinosa, Manet sabe que el cine es un espectáculo popular y que “el buen afán de divertir” de muchas producciones no tiene que estar en desacuerdo con su calidad. Aunque encuentre varios defectos, e incluso los subraye, Manet siempre busca un motivo para recomendar la película, para decirnos que algo vale la pena.

Manet dedica varios artículos a la obra de directores ―algunos entonces clásicos, pero muchos todavía jóvenes― que hoy son paradigmas de la cinematografía mundial: Alfred Hitchcock, Miloš Forman, Akira Kurosawa, Luis García Berlanga, Ingmar Bergman, Orson Welles, Pier Paolo Pasolini, Federico Fellini, Carlos Saura, Andrzej Wadja, entre otros.

Comprende, además, la necesidad de disímiles propuestas en cartelera, que sirvan para balancear cinematografías y gustos, sin satanizar el éxito comercial. Son ejemplo de ello los textos que dedica a filmes como No besar rubias el sábado, Los misterios de París, La llamada fatal, Las tribulaciones de un chino en China y Un disparo en la niebla. En todos ellos encontramos palpable el respeto a quienes leen la crítica de cine, al no escatimar los elogios que estas películas merecen como “obras de entretenimiento que no desdeñan la inteligencia y el buen gusto del amplio público”.

Coincidimos completamente con Carlos Espinosa cuando escribe: “La claridad meridiana con que están escritos permite al lector seguir el desarrollo de su discurso, dotado de pasión y agudeza. En primer lugar, la suya es una crítica razonada, que se preocupa más en proporcionar argumentos que en administrar adjetivos. Trata de demostrar por qué las películas son buenas o por qué no lo son. (…) Asimismo, es notoria su obsesión por apoyar lo que expresa con ejemplos que lo ilustran y lo avalan. Demuestra también estar bien informado, poseer un sólido bagaje cultural y haber visto mucho cine. Sin embargo, esa cultura no sepulta su estilo transparente. No se parapeta en teorías, ni agobia al lector con una montaña de informaciones. Todos esos valores se materializan en una mirada enriquecedora, que nos descubre aspectos y detalles que no supimos ver, y en unas críticas que incitan y ayudan a entender el cine”.

A la hora del abordaje crítico, compara filmes anteriores, cinematografías locales y regionales, y no solo se refiere a actores y directores, siempre los más visibles al público, sino también a los guionistas y directores de fotografía, y a la importancia de la producción media de un país y la tradición teatral existente en este para el buen cine (Manet se había formado como actor en la compañía de mimos del maestro Jacques Lecoq).

Los textos de El espejo pintado ―que toma su título de una frase de Ettore Scola que sirve como pórtico: “El cine es un espejo pintado”― nos sirven para conocer lo que se proyectaba en los cines cubanos en ese período (1966-1967), principalmente filmes de la URSS y del campo socialista, además de Francia y España, aunque encontramos también clásicos del cine hollywoodense y algunas producciones de América Latina; y cómo esto pudo influir en nuestros realizadores (es interesante, además, los textos que Manet dedica a los estrenos de obras de sus colegas cubanos, pocos en comparación con otras cinematografías: Pesca brava, de Tucho Rodríguez; Análisis, de Héctor Veitía; El ring, de Óscar Valdés; Pequeña crónica y Manuela, de Humberto Solás).

Eduardo Manet formó parte del grupo inicial de los fundadores del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC). Paralela a su labor como realizador realizó una actividad regular como crítico, aunque desde finales de los años 40 escribía sobre cine y teatro en la revista Prometeo y, ya estando en Francia, colaboró con regularidad en Alerta. Fue subdirector de Revista Cine Cubano desde su fundación hasta su número 5, y hasta el 48 (septiembre de 1966) se mantuvo como su colaborador más asiduo. A partir de enero de 1966 pasó a ocuparse de la crítica de cine en Granma, espacio que compartía con Mario Rodríguez Alemán, Alejo Beltrán y Bernardo Callejas. Siguió haciéndolo hasta mediados de 1967 (incluso mientras realizaba El huésped, filmado en Gibara, se mantuvo publicando artículos en las páginas de este medio de prensa).

Detenernos en las páginas de El espejo pintado ―y, si pudiéramos, ir conociendo o revisitando los filmes a la par― nos ofrece la posibilidad de descubrir uno de los críticos de cine más interesantes no solo de esos años, sino de la cultura cubana; un autor “lúcido, diáfano, abierto en gustos, generoso y con una crítica exenta de dogmatismos”, como asegura Espinosa, que confía en la capacidad de pensar por sí mismo, y para quien la crítica, además, es una necesidad, una forma de crecimiento; alguien para quien el cine es un espejo pintado para encontrar el arte y también la vida.