NOTICIA
Manuel Octavio, el olvidado, en Fiesta por el Cine Cubano
Como parte de la Fiesta por el Cine Cubano, la Cinemateca de Cuba incluye en la programación una retrospectiva consagrada al realizador Manuel Octavio Gómez (La Habana, 1934-1988) que ocupará la función de las 2:00 pm en su sede, el cine 23 y 12, a partir del 22 de marzo. Cursó seminarios de dramaturgia, dirección de actores y otras materias relacionadas con el teatro y el cine y dos años de sociología en la Universidad de La Habana. Su formación cinematográfica procede de los cineclubes Visión y el de la Sociedad Cultural Nuestro Tiempo, además del ejercicio de la crítica en secciones fijas de dos diarios capitalinos y en revistas en las que publicó algunos cuentos y artículos sobre radio y televisión.
En 1959 se vincula al cine como integrante de la sección fílmica de la Dirección de Cultura del Ejército Rebelde como asistente de dirección en Esta tierra nuestra, de Tomás Gutiérrez Alea y La vivienda, de Julio García Espinosa, los dos primeros documentales producidos después del triunfo de la Revolución; colabora al año siguiente con estos cineastas en Patria o muerte y Asamblea General. Es miembro del grupo fundador del ICAIC y su nombre aparece como asistente de Gutiérrez Alea en Historias de la Revolución. Colabora como crítico en la revista Cine Cubano y participa en cine debates y seminarios. Durante algunos años presidió la sub-sección de cine de la sección de Cine, Radio y TV de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba.
Desde el inicio, su obra se caracteriza por la variedad temática y estilística, las búsquedas formales y su comprensión dialéctica de la cultura popular, que el cineasta atribuyó a su gusto por la sociología. Sus primeros documentales didácticos y descriptivos (El agua, Cooperativas agrícolas…), no anticipaban que ya en 1962 aportaría Historia de una batalla, una pieza mayor del reportaje acerca de la campaña de alfabetización, seguido de otro rico testimonio, Cuentos del Alhambra, en el que veteranas actrices narran sus experiencias en una atmósfera de nostálgica evocación. Su filmografía de ficción abarca un mediometraje y una decena de largometrajes, unos basados en adaptaciones de piezas teatrales (Tulipa, Patakín) u obras literarias (La tierra y el cielo, El señor presidente, Gallego), cuyos resultados distan enormemente de aquellos en que reelabora con una irrefrenable imaginación, entera libertad y originalidad la historia: La primera carga al machete (1969) y Los días del agua (1971), dos genuinos clásicos del cine latinoamericano.
La plena madurez alcanzada en ambos títulos y el progresivo declive en su trayectoria posterior, tornan capital el aporte del inquieto fotógrafo Jorge Herrera para imprimirle al primero una pátina de documento antiguo, que lo tornó estéticamente polémico, pero indiscutiblemente audaz en el orden creativo, y al segundo, un no menos osado tratamiento expresivo del color que alguien definió como “delirio glauberiano”. En los logros de algunas de sus películas (Tulipa, Los días del agua) es decisivo el vigor interpretativo de su esposa, musa y actriz fetiche, Idalia Anreus (1932-1998).
Amerita la pena volver a admirar o redescubrir el legado de este cineasta, generalmente olvidado al citar los más relevantes en el devenir del cine cubano al cual contribuyó con varios títulos imprescindibles.