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Locos por Anita Ekberg
Más de un suspiro provocó Anita Ekberg a los espectadores de medio mundo. Nacida en Malmö, Suecia, en septiembre de 1931, y fallecida el 11 de enero de 2015, en Rocca di Papa, Roma, Italia, país que la acogió buena parte de su vida, esta actriz, modelo y sex symbol es conocida por su papel de Sylvia en La dolce vita, de 1960, el clásico filme de Federico Fellini.
Antes de Fellini, Anita había ganado el concurso Miss Suecia y viajado posteriormente a Estados Unidos para competir por el título Miss Universo 1951. Aunque no lo obtuvo, el hecho de ser finalista le abrió las puertas de la Universal Studios, y su hermoso físico ―unido a romances con galanes de Hollywood como Frank Sinatra, Tyrone Power y Errol Flynn― la convirtió en una importante pin-up de la década de 1950 y apareció en revistas como Playboy.
Después de trabajar en televisión y en secundarios en el cine, Anita participó en Artistas y modelos y Loco por Anita (Frank Tashlin, 1955 y 1956, respectivamente), ambas de Paramount Pictures, fue incluso publicitada como “la Marilyn Monroe de Paramount”. Loco por Anita, una comedia con su poco de road movie, lleva a los personajes que interpretan Dean Martin y Jerry Lewis, uno de los dúos cómicos más exitosos de la historia del cine, hasta Hollywood para conocer a Anita. Le seguirían filmes como Guerra y paz (King Vidor, 1956) con Mel Ferrer y Audrey Hepburn; Back from Eternity (John Farrow, 1956), y Nel Segno di Roma (Guido Brignoni, 1959).
Llegaría La dolce vita en 1960 y con ella una de las escenas más emblemáticas del cine: Anita Ekberg y Marcello Mastroianni bañándose en las aguas nocturnas de la famosa Fontana di Trevi, en Roma. Sin embargo, la película de Federico Fellini es algo más que una imagen icónica.
Mucho se ha escrito de esta clásica película, una de los más conocidas de su director, con guion original del mismo cineasta y varios de sus guionistas habituales: Tullio Pinelli (La strada, 1954; Otto e mezzo, 1963), Ennio Flaiano (Luci del varietà, 1950; Lo sceicco bianco, 1952; I vitelloni, 1953; Le notti di Cabiria, 1957; Boccaccio 70, 1962; 8 e ½, 1963; Giulietta degli spiriti, 1965), Brunello Rondi (Boccaccio 70, 8 e ½,Giulietta degli spiriti) y aunque no acreditado, Pier Paolo Pasolini.
Rodada en escenarios reales en Roma, Ciudad del Vaticano y Viterbo, y en los platós de los archiconocidos Cinecittà Studios, La dolce vita obtuvo en 1960 el Premio Óscar al mejor diseño de vestuario (Piero Gherardi) y fue candidata a los premios a la mejor dirección, al mejor guion original y a la mejor dirección artística; mientras en Cannes mereció la Palma de Oro.
Dividida en episodios narrativos inconexos, La dolce vita es el primer largometraje (el séptimo de su amplia carrera) en el que el director se aleja de los estándares estéticos y temáticos que había tomado del neorrealismo italiano. El personaje principal, Marcello, en la piel de Mastroianni, es un periodista encargado de una columna de chismes que vive el desencanto existencialista que dejó el final de la Segunda Guerra Mundial no solo en una Roma que había convivido con el eje fascista, sino en Europa y buena parte del resto del mundo. La vida nocturna de esta ciudad es una suerte de fiesta perpetua sin sentido. Roma, la ciudad abierta de Rossellini, es también una urbe cosmopolita, mundana, delirante. La aparente incoherencia que hay entre una secuencia y otra ―la llegada a Roma de la superestrella americana de cine Sylvia Rank (Anita); una falsa aparición de la Virgen en las afueras; el suicidio frustrado de una joven; el suicidio consumado de un intelectual; una fiesta en un club nocturno y una sesión de espiritismo en un castillo― obedece al propósito de Fellini de hacer de la cinta “una escultura picassiana [para] despedazarla y recomponerla”; pero también es una forma de subrayar la falta de significado en la vida de los protagonistas, recurso que han desarrollado directores como el David Lynch de Blue Velvet (1986) y Mulholland Drive (2001), para alcanzar objetivos comunes a los de Federico Fellini: reconstruir la realidad, no reproducirla, mediante la percepción de un personaje que se encuentra en distintas dimensiones.
La dolce vita nos lleva al hastío existencial de Marcello, que, a pesar de ser un joven apuesto, elegante y educado, vive embargado por la desilusión, la desesperanza y el tedio. Así, Fellini cartografía una clase burguesa en completa decadencia en una película que suma drama y crítica social y marca la división de su filmografía en dos segmentos: el de las obras neorrealistas y el de los trabajos caracterizados por el festín visual que ofrecen. De la mano de Mastroianni, el espectador recorre los ambientes romanos en una peregrinación variopinta por lugares situados en el subsuelo (clubs nocturnos, habitación de una prostituta, antigua cripta), en posiciones elevadas (cúpula de San Pedro, lujoso apartamento de un intelectual), a nivel de calle (Via Veneto, Fontana di Trevi) o vistos desde un helicóptero (escena inicial).
Muchos críticos aseguran que es una de las mejores películas jamás filmadas y una de las obras claves en la obra de su director; en cambio, otros piensan que La dolce vita vive más de lo que fue en su momento, que de lo que es hoy día. A esto añaden que no alcanzó la belleza visual o poética suficiente para subsanar la aparente falta de una línea argumental, como sí lo hicieron en esos años Viridiana, de Luis Buñuel (1961), o Plácido, de Luis García Berlanga (1961). Aun así, forma parte de la mayoría de las listas publicadas por críticos y medios especializados de las mejores películas de todos los tiempos, aquellas que no puedes dejar de ver.
A propósito, La dolce vita sería una de las películas, junto a Accattone (Pasolini, 1961) y Alias Gardelito (Lautaro Murúa, 1961), que provocaron una álgida polémica en la Cuba de los 60, recopiladas en el libro Polémicas culturales de los 60, selección y prólogo de Graziella Pogolotti.
Más allá de la cierta revolución temática y formal, muy aclamada entonces, dentro de un panorama dominado aún por reminiscencias neorrealistas en el ámbito italiano; del clásico baño entre Anita y Mastroianni en la Fontana di Trevi; de acuñar el término paparazzi para designar al fotógrafo de prensa perseguidor de famosos, a partir del personaje de Paparazzo, interpretado por Walter Santesso, un fotógrafo de noticias que trabaja con Marcello; de influir en numerosos directores: el Paolo Sorrentino de La grande belleza (2013) es un ejemplo de ello; de dejarnos elocuentes imágenes, como aquella del Cristo sobrevolando Roma colgado en un helicóptero y que nos remite al viaje de la estatua de Lenin en La mirada de Ulises (1995)de Theo Angelopoulos; La dolce vita sigue siendo una película que enamora al espectador, pues posee esa suerte de intemporalidad deslumbrante que solo el buen cine atesora.
Después de La dolce vita, Anita repetiría con Fellini en Boccaccio 70, junto a Sophia Loren y Romy Schneider; I clowns (1972), e Intervista (1987), filme en el que se interpretó a sí misma en una escena que la reunió con Mastroianni. Aparecería también en filmes como Call me bwana (Gordon Douglas, 1962), Cuatro tíos de Texas (Robert Aldrich, 1963), junto a Frank Sinatra, Dean Martin y Ursula Andress; The Alphabet Murders (Frank Tashlin, 1965), y Sette volte donna (Vittorio De Sica, 1967), pero ninguna la haría tan conocida como el clásico de Fellini.
Los años pasarían y, con su indetenible transcurrir, las secuelas en el cuerpo y el rostro antes perfectos de la sueca que enamoró a medio mundo. El tiempo entre un filme y otro se iría prolongando. Ya de la sex symbol que posaba provocativamente para revistas y campañas publicitarias quedaba poco o nada. Aun así la vemos, con 65 años, en Bámbola (Bigas Luna, 1996).
Hasta su muerte en 2015, Anita no volvería a aparecer en otro filme. Esa sería su última película, interpretando brevemente a una campesina italiana que, con destreza sin igual, descuartiza cabritos y anguilas para el restaurante familiar que lleva junto a la también seductora Valeria Marini (Bámbola) y su hermano. Nada más lejano a aquella rubia, imagen que los cinéfilos guardan en su memoria y que hoy, gracias al cine, podemos ver una y otra vez bañarse en la Fontana di Trevi. Más de un suspiro seguirá provocando su cuerpo y sus ojos deslumbrantes, para hacernos recordar los años en que todos aseguraban estar locos por Anita.