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Las voces en un mismo lenguaje: nuestro cine cubano
Con el proyecto de documental El peso de la quietud, el joven realizador Manuel Ojeda Hernández estuvo entre los beneficiados de la segunda convocatoria del Fondo de Fomento del Cine Cubano (FFCC), luego de que un comité de selección ―integrado por Amílcar Salatti, Mario Masvidal, Carlos de la Huerta, Magda González Grau y Narciso Jorge Fuentes― lo eligió para el otorgamiento de todo el financiamiento solicitado en la modalidad de “Producción de proyectos de cortometrajes de ficción, documental y animación”.
Graduado en 2008 de Pintura en la Academia de Artes Vicentina de la Torre, en Camagüey, Manuel estudia Dirección de Fotografía en la Facultad Artes de los Medios de Comunicación Audiovisual (FAMCA) de la Universidad de las Artes (ISA) y es miembro del Registro del Creador de Artes Plásticas y del Registro del Creador Audiovisual y Cinematográfico (RECAC).
Asimismo, ha trabajado, en diferentes roles, en varios largometrajes de ficción y documentales cubanos y extranjeros, entre ellos, Omega 3 (Eduardo del Llano, 2014), Skin (Guy Nattiv, 2018), Yuli (Icíar Bollaín, 2019), The Cuban (Sergio Navarrete, 2019) y La Red Avispa (Olivier Assayas, 2020). Como director de fotografía trabaja en el proyecto de documental El patio (ganador del FFCC) y en el cortometraje de ficción Temporada, ambos dirigidos por Josué García, y en otros proyectos como el corto de animación No binario y los cortos de ficción Parece sangre y La noche de los visitantes.
Conversamos con este realizador para Cubacine sobre su experiencia con el trabajo del Fondo de Fomento, sus expectativas, la importancia del mismo para el cine cubano y el proceso de El peso de la quietud.
¿Cómo ha sido tu experiencia con el FFCC?
Soy fotógrafo de formación y el proyecto surge, en sus inicios, por la necesidad de abordar un fenómeno desde mi especialidad; en ese entonces todo era puramente formal. Una vez visibilizado el fenómeno descubrí que se hacía cada vez mayor la necesidad de contar una historia. Fue de esta manera que me acerqué poco a poco al género documental y me distancié un tanto de la fotografía para adentrarme en un proceso completamente narrativo.
La convocatoria del Fondo de Fomento fue un impulso para terminar el proceso de desarrollo e investigación de mi proyecto. Supe de él porque en su primera convocatoria se presentó en la modalidad de posproducción el largometraje documental Hacia la luz, de Aracelys Avilés, que fue beneficiado con el cien por ciento del presupuesto solicitado. Tuve la suerte de ser parte del equipo creativo de este proyecto y de su filmación, en la que asumí la responsabilidad de la fotografía.
Cuando se lanzó la segunda convocatoria con la modalidad de desarrollo de cortometrajes de ficción y documentales, me presenté con la carpeta de producción del proyecto. Meses después tuve la grata noticia por partida doble: mi proyecto El peso de la quietud y El patio, de Josué García Gómez, en el cual soy el fotógrafo, fueron seleccionados y apoyados con el cien por ciento del financiamiento para su producción.
En lo personal esta oportunidad significó un gran compromiso, sobre todo porque tuve que asumir la responsabilidad de producir y dirigir el documental. Esto marcó una experiencia completamente diferente ante todo lo que había hecho desde mi perfil como fotógrafo. Producir ha sido todo un reto para mí, por la situación actual que atraviesa el país debido a la COVID-19 y el reordenamiento monetario tuvimos que ajustarnos a un diseño de producción lo más práctico posible y de esta manera sacar el proyecto adelante.
Las relaciones con el Fondo siempre han sido muy favorables, desde el comienzo me recibieron con mucha amabilidad y respeto. El trabajo ha sido sobre la base de la comunicación y se mantiene de cerca un interés por el desarrollo y el estatus del proyecto; no solo se le da seguimiento a los recursos productivos y financieros, también se visibilizan los proyectos desde la promoción por diversos canales de comunicación. En lo particular tengo mucho que agradecer a todas las personas que trabajan allí, en especial a Helda [Calvo], por su paciencia y los consejos que me ofrece cada vez que me acerco con alguna inquietud.
¿Expectativas?
Estas se resumen a los deseos de que se mantenga esta iniciativa. El Fondo de Fomento es una plataforma necesaria para el desarrollo de nuestro cine cubano. Por muchos años se luchó por algo como esto y hoy, más que disfrutarlo, debemos cuidarlo para seguir avanzando.
Espero que a partir de ahora se lance su convocatoria con mayor frecuencia, y que se desarrolle según las inquietudes del propio lenguaje. Que a su vez se visibilicen más proyectos y que surjan otras plataformas similares para oxigenar nuestra cultura. Que sirva para establecer un precedente y crear una conciencia colectiva entre la industria y el cine independiente.
¿Cuánto crees que apoya el FFCC al desarrollo del cine cubano y al independiente en particular?
Para nadie es un secreto que en los últimos años en nuestro país las producciones cinematográficas han sido insuficientes. Realmente no creo que el problema radique en la falta de exponentes o en la ausencia discursiva de estos; durante mucho tiempo la voluntad de crear ha mantenido viva una voz y muchas han sido las estrategias que han surgido para hacer cine de manera independiente.
Hasta hace muy poco tiempo existía cierto divorcio entre el cine independiente y la institución, ya sea por falta de reconocimiento, apoyo o negación o, tal vez, un poco de todo. Lo cierto es que había un desbalance; por un lado, el ICAIC realizaba muy pocas producciones y prácticamente eran los mismos directores; mientras que a los más jóvenes les costaba mucho trabajo poder completar todo el ciclo, para esto tenían que acudir a otros fondos, que por suerte existían pero que, a su vez, no cubrían la mayor parte de la producción.
Pienso que el FFCC llegó como una respuesta que era necesaria para rescatar el cine nacional; por suerte para todos, hoy es un hecho. Es la posibilidad de poder contar con recursos para materializar los proyectos, también se ofrece como un puente entre las producciones independientes y las instituciones; para que los cineastas jóvenes realicen sus filmes y de esta manera afirmar que se amplían las opciones de hacer cine desde cualquier parte de Cuba y el mundo, visibilizando y sumando todas las voces en un mismo lenguaje (nuestro cine cubano).
¿En qué crees que puede mejorar el trabajo del Fondo y su relación con los cineastas cubanos?
En estos momentos creo que hay que esperar un poco para ver cómo se comportan los primeros resultados; todo esto es muy reciente, pero hay que seguir con el impulso y llevarlo aún más lejos. Siempre hay cosas que modificar, es parte del desarrollo y no podemos negarnos a eso. Ahora tenemos el Registro del Creador Audiovisual y Cinematográfico, es algo que nos respalda, sobre todo a los independientes, pero todavía falta mucho por hacer. Pienso que podemos avanzar más en términos de información y educación sobre los procesos de la ONAT, el banco y todos los trámites legales que conllevan esta nueva etapa.
También creo que, en un futuro no muy lejano, el Fondo debería proponerse cubrir los otros procesos de la producción cinematográfica, que también son importantes para completar el ciclo, hablo de la distribución y la exhibición. Muchas veces no tenemos en cuenta estas etapas y resulta que es algo que debemos considerar desde el principio. El Fondo debería crear su propia plataforma y de esta manera las películas desarrolladas con su apoyo tendrían un recorrido mucho más largo y garantizado.
Creo que es necesario destinar recursos a la restauración patrimonial, es responsabilidad nuestra preservar nuestra memoria cultural. Si hoy no tenemos en cuenta esto, es muy probable que mañana las mismas películas que son apoyadas por el Fondo padezcan este mal.
Hablemos un poco de El peso de la quietud…
El peso de la quietud es un documental sobre la persistencia de la memoria, la eterna espera en un desvelo y el silencio del olvido. Es una historia que se cuenta a través de un objeto (la silla), un fenómeno que se hace común e invisible ante la rutina de una ciudad que aparenta estar detenida en el tiempo. Sus tímidos rostros se ocultan entre el agitado paisaje habanero. Abandonadas a su suerte, a la intemperie de una de las esquinas de cualquier basurero, a la orilla del muro del Cementerio Colón o simplemente bajo la sombra de un árbol en las afueras del Teatro Nacional descansan algunas de estas sillas, frágiles e inservibles.
Es por ello que surge la necesidad de encontrar en la memoria de estos objetos los testimonios que atesoran. Sus historias pueden ser simples o poco atractivas, pero el fenómeno surge cuando se establece un diálogo entre la silla y su nuevo contexto, cuando se transforma su apariencia formal por la sustitución y el reciclaje de un material por otro, o por la relación que existió con su antiguo protector y ahora con su nuevo custodio. Claro está, se adquiere un nuevo significado, pero en la mayoría de los casos no se modifica su función objetual.
¿Cómo crees que tu formación como artista de la plástica ha influido en la creación audiovisual?
Cuando me gradué de la Academia de Artes Vicentina de la Torre, en Camagüey, tenía 18 años y mis aspiraciones se resumían a entrar al ISA. Con los años, en el 2012, me mudé para la casa de mi padre en La Habana y enseguida comencé a cursar un taller de foto still que se impartió en el ICAIC; fue de esta manera que vi en la fotografía una herramienta para contar una historia. Con anterioridad, en mi formación plástica solo había empleado la fotografía para documentar los procesos creativos (una instalación, un performance o un videoarte). En aquel entonces no tenía en cuenta los recursos expresivos que se podían aprovechar, solo cuando tuve ese acercamiento fue que descubrí este universo.
De dicho taller surgió la idea de una serie fotográfica titulada Sumergidos en la orilla. Las piezas que la componían eran un fotograma en sí y cada una de ellas contaba su propia historia. Luego de cursar varios talleres, me fui acercando cada vez más al audiovisual y al mismo tiempo comencé a estudiar en el ISA en la especialidad de Dirección de Fotografía; desde ese momento dejé de pintar para dedicarme completamente al estudio de este nuevo lenguaje.
Tener una formación plástica ha influido mucho en mi creación cinematográfica, me reencontré con principios que ya conocía (el comportamiento de la luz, el color, la composición, entre otros) y simplemente tuve que reinterpretar estos conceptos y explorar otros, pero el fin es el mismo: comunicar, ya sea una idea, un sentimiento o transmitir una emoción.
El peso de la quietud surge en parte como una necesidad por retomar el camino de la plástica. En principio me lo pensé como una serie fotográfica, pero con los primeros acercamientos a este fenómeno descubrí que era necesario contar una historia. Por supuesto, hoy día todo se mezcla y en este caso siento que la narración del documental se construyó a partir de símbolos, elementos conceptuales y referentes plásticos.
Uno de los principales objetivos que me tracé fue desprenderme de mi formación como fotógrafo, pensar solamente en el cómo contar la historia y no dejar que la visualidad la contaminara. Siempre había pensado en cómo contar desde la puesta en cámara y desde sus recursos expresivos, pero en este caso dirigir ha sido una experiencia completamente diferente.
Creo que todavía me falta mucho por aprender, pues va a ser complicado desprenderme por completo de la fotografía, no creo que eso suceda. Pero con cada obra descubrimos algo, y precisamente con El peso de la quietud he tenido la posibilidad de reencontrarme con procesos creativos similares a los que sentía cuando pensaba o realizaba una obra plástica.
(Fotos: cortesía del entrevistado)