NOTICIA
Las dos caras de Elpidio Padrón
Aunque rubio, rosado y de ojos azules, sé que este que tengo delante no es otro que Elpidio Valdés. Juan Padrón es una pista falsa, puesta acaso para engañar al coronel Resóplez.
Llevado de una maliciosa curiosidad, busco alrededor y veo un sospechoso manejo de hierbas sobre su mesa. “Es para 'Palmiche', seguro”, pienso. Y son demasiadas las coincidencias de su modo de hablar y caminar para no pensar que Juan Padrón es una entelequia, alguien que no existe. Es un espejismo tras el que se oculta ese picarón de Elpidio Valdés. Por eso, a pesar de todo lo que me dice, escribo estas notas como estoy seguro que las haría si no se empeñara en ocultar su identidad, quizás para que la gente por la calle no rompa ese mundo simpático de su meditar y “chistear”, última barricada levantada por Juan Padrón para esconder a Elpidio.
“Nací en 1970 y tengo para esta fecha 13 años de edad. Mi alumbramiento tuvo lugar en el Semanario Pionero, ya con el nombre de Elpidio Valdés, aunque no me parecía mucho a como soy en la actualidad. No dejaba de ser un personaje de aventuras sin la carga histórica de ahora”. El simpático mambí fuma su veguero y continúa: “Por rara ocurrencia de ese sujeto que me oculta tras el nombre de Juan Padrón, fui a caer en sitios muy singulares: combatí contra los 'ninjas' del Japón —tipos muy raros que caminan por las paredes de una forma que da mareos— y hasta por Marte. Con todo y sus cosas, prefiero el Coronel Resóplez a los marcianos. Pero mi ambiente, hermano, es Cuba, y mi época, la de las guerras por la independencia”.
“Me fui transformando con el tiempo, —continúa Elpidio—. Me hice adulto, como personaje. Pero fue un proceso largo. En un principio, yo era una prolongación de las ideas preconcebidas que existían —y algunas aún existen— sobre los mambises. Mi asociado —Juan Padrón— después de estudiar diarios de campaña de la época, grabados, fotografías y de visitar varios museos —entre ellos el del Ejército, en Madrid— fue obteniendo imágenes de la época: uniformes, equipo militar… Los libros sobre las armas de esos tiempos le brindaron buena información, para saber cómo disparaban entonces, que era preferiblemente con un rifle de tiro lateral o una tercerola. Por eso, fui cambiando de ropas poco a poco y mi armamento se iba acercando a la realidad del momento; en fin, evolucioné a medida que aumentaba el estado de conocimientos sobre el panorama”.
Elpidio se arrellana sabrosamente en un sillón, se abanica y prosigue. “Mira, el asunto de la comida fue muy peculiar. La alimentación del rancho mambí era especial, obtenida con los productos de la época, como abundantes salados y curtidos. Asimismo, mi vestimenta y calzado fueron copiando los que en realidad llevaron los combatientes de la independencia. Igual pasó con los grados militares y los distintivos de cada cuerpo guerrero, de forma similar a la manera en que operaba cada ejército”. Padroncito, tímidamente, levanta un dedo desde el rincón donde se refugió desde el principio de la conversación y acota: “Ese estudio sirvió para muchas cosas. Elpidio, ya lo ves ahora, tiene vida propia gracias a ello. El estudio y la investigación aportaron también ideas para algunos guiones. Dentro de ese material surgieron temas para aventuras con cañoneras, heliógrafos y cañones de cuero, que son rigurosamente históricas. Es decir…”
“Bien, bien, Padrón, déjame seguir a mí”, interrumpe Elpidio con una gracia que desarma. “En verdad, ya me reventaba ver siempre en todas las historietas a los mambises eternamente vestidos de blanco, y a los españoles, permanente e inmutablemente enfundados en sus uniformes de gala con gorritas y entorchados, en plena manigua. Todo ese material que recopilamos juntos Padroncito y yo lo formamos en una obra: El libro del mambí, con más de 100 ilustraciones sobre los ejércitos cubano y español”.
“Los otros personajes de las aventuras también fueron depurándose en razón de esto, y todos recibieron provecho de la investigación en las fuentes, hasta mi buen 'Palmiche', aunque parezca que no, pues cambió su montura por otra más de época”.
“Creo que soy un personaje de pueblo y que llego al pueblo, pues he venido a ser algo así como un símbolo de lucha y rebeldía aunado con una gran dosis de humor. De ahí que cuando salgo me saluden con igual afecto niños y adultos, lo cual indica la identificación del público con mi personaje. Y he oído decir por ahí, por esas calles, para hablar de un hombre de raíz cubana, que es un 'Elpidio Valdés', entendido ello como criollez suma”.
En ese momento, Padroncito aprovecha y toma (casi le arrebata a Elpidio) la palabra:
“A veces el dibujo animado es considerado un arte menor… Se suele decir 'muñequitos' con tono paternalista. Esto se resolverá cuando los cineastas del llamado 'gran cine' entiendan el proceso de elaboración que requiere un filme de animación. Por ejemplo, las películas de Spielberg empiezan con una estructura narrativa que procede del dibujo animado, lo cual demuestra que el cine de animación no es nunca un cine menor. Ironizando sobre este tema, me decía hace algún tiempo el director de dibujos animados soviético, Jitruk: 'el gran cine es como un caballo grande galopando por una pradera. El rabo del caballo es el dibujo animado…”
Inquieto por la interrupción, pero sin perder la tabla, Elpidio continúa luego de aspirar largamente su veguero:
“Creo que he trabajado algo, no mucho, pero sí algo. Me he visto envuelto en diversas andanzas por 11 cortos de 7 a 9 minutos de duración cada uno, y un largometraje de 72 minutos. Han sido muchas las aventuras por las que hemos pasado mis compañeros, mi buen 'Palmiche' y yo. Actualmente, ya estoy en la recta final de mi segundo largometraje, y ando con poco resuello de tanto trajín. Creo que, de sobrevivir al rodaje, podré ver sus casi ochenta minutos de duración. Claro, el cine no es mi única comunicación con el público, pues gracias a la complicidad con Padroncito, salgo cada semana en las historietas de Pionero y en el mensuario de Zunzún.
'Padroncito', que despertó al oír su nombre, aprovecha la pausa para meter baza: “¿No crees que pudieras hablar un poco de nuevo largometraje que terminamos?”.
“Claro, claro, a eso iba”, le tranquiliza Elpidio. “Se titula Elpidio Valdés contra dólar y cañón. En esta historia, los cubanos van a la Florida para conducir a Cuba un cargamento. Hay espías españoles y problemas con los traficantes de armas, que hacen trampa, persecuciones por parte de un 'sheriff' muy maloso, refriegas en alta mar e infinidad de otras aventuras”.
“No sé bien qué cree mi asociado 'Padroncito', pero en general me parece estar quedando mucho mejor que la primera película, la cual nos sirvió de base y como experiencia fructífera. El trabajo de documentación fue más cuidadoso y se trabajó el color con mayor rigor. Sin embargo, surgieron problemas nuevos. He oído rezongar varias veces a Padroncito sobre la animación de los barcos, los trenes tomados en perspectiva y la pretensión de lograr una tormenta en alta mar que, cuando se planteó, los tuvo a ellos —los animadores— muy preocupados. No te puedo decir mucho de esto, pues no es mi negocio. Allá ellos que se metieron en camisa de once varas… parece que salieron. A mí me gusta”.
“Sí, he visto que han sudado la gota gorda todos ellos: los camarógrafos, que estaban siempre al borde del derrumbe, los fondistas que luchaban día a día contra la postración nerviosa y los dibujantes, quienes consumieron imponentes cantidades de calmantes —galones de cocimiento de tila, entre ellos— y sobre todo mi creador que ha quedado así como lo ves ahora y creo que no hay más que decir”.
Así concluye Elpidio, señalando al apartado Juan Padrón. Lo miro y es cierto: bastante maltrecho por los meses de trabajo intenso, parece pedir un descanso a voces. Nada queda de él, salvo una chispa risueña en la mirada que se funde con otra chispa —cómplice y también risueña— que anida en los ojos de ese criollo Elpidio Valdés al cual, a pesar de cualquier disfraz, tanto se parece. Sí, seguro, no me engañan. Son uno, ellos dos.
(Tomado de Revista Cine Cubano, no. 107)