NOTICIA
La violencia que sigue siendo
En Soy lo que nunca fui , ópera prima del mexicano José Rodrigo Álvarez Flores que concursa en tal categoría , las historias individuales de una madre y sus dos hijos implican una proyección de la violencia que involucra y afecta no solo a esas personas individualmente y a otras que los rodean, sino que carcome el núcleo familiar desde adentro al punto de hacerlo implosionar y literalmente destruirlo.
Si en Sujo, también de México, que comentaremos pronto y se mueve también en el inframundo de la violencia , la narración es lineal, hacia adelante en el avance cronotópico de la historia, aquí asistimos a un relato parcelado, pletórico de retrospectivas y anticipaciones, en una constante quiebra del tiempo no solo mediante la estructura capitular del relato, sino en las convergencias y coincidencias de los sucesos dentro de capa episodio (que personaliza cada integrante de la familia) de modo que van atándose aparentes cabos sueltos, repitiéndose sucesos desde la perspectiva de los tres personajes, en esa estructura más que cíclica, circular, y que el director maneja de manera brillante.
El recurso no es nuevo (dentro del cine mexicano, Ciudades oscuras y otros títulos lo han empleado) pero no por ello impide un desarrollo multiangular, un enfoque enriquecedor de la diégesis y una proyección tan audaz como certera en la evolución narrativa.
En Soy lo que… , la violencia se manifiesta desde diversas proyecciones en la interrelación de los personajes, no solo entre/por ellos como ejecutores y/o víctimas sino entre ellos y los otros, lo cual incluye asalto a mano armada, asesinatos, homofobia, (des)encuentros familiares, pero también gestos aparentemente pacíficos -chantaje emocional en la relación fallida del patrón y la asistente sanitaria del padre-, todos coadyuvantes a la desestructuración familiar, social y personal.
Los ácidos frutos derivados de tales acciones tienen tanto de derivaciones kármicas como de resultantes llenas de tristes ironías: el dinero mal habido, producto de las primeras acciones delictivas, va a parar a manos de quien menos se esperaba, y si bien sirve al personaje de soporte para su huida, no logra evitar el desastre: el “regreso del hijo pródigo”, tratando de enmendar el error del progenitor, de expiar la culpa personal y de rescatar la familia, se estrella contra la destrucción de esta última justamente por la violencia que ha gravitado sobre ella, como sujeto y objeto indistintamente.
Soy lo que nunca fui, entonces, y siendo una primera obra, resulta una excelente lección de cine tanto morfológica como conceptualmente. Las brillantes actuaciones de Ángeles Cruz, Giancarlo Ruiz y Andrés Delgado , complementos de las bondades de la puesta -sobre todo su rigurosa y exquisita edición – conforman un extraordinario texto fílmico que denota la salud del cine azteca en sus mejores momentos.