NOTICIA
La Spielberiada o allá quien no entienda los referentes
Steven Spielberg remonta nuevamente la palestra hollywoodense con Ready Player One (2018), una verdadera apoteosis referencial de la pop culture occidental de los años setenta, ochenta y noventa, a la que él mismo contribuyó a prefigurar con definitorias aportaciones bien conocidas. Deviene además esta película no menos que un extrovertido corolario, de entusiastas aires apologéticos, para la considerable corriente revivalista que define importantes zonas del audiovisual contemporáneo más conocido.
Casi se perfila una casi dictadura de mi generación (nacidos entre 1970 y 1983) y sus distintos gurús (como Spielberg, Lucas, Zemeckis, Carpenter, Craven, Tezuka, Honda, Otomo et al) sobre los gustos más extendidos de los milennials. Algo que se cimenta fundamentalmente en la carencia de creatividad entre los gestores contemporáneos de sueños, quienes no han podido articular mitologías sólidas sustitutivas. Lo precedente se torna presente.
Una amplia gama de remakes, precuelas, secuelas y reboots (unitarios, franquiciados o seriados) sobre icónicos títulos del cine de horror (Evil Dead, La cosa, Pesadilla en la calle Elm, Halloween, Predator, Alien, Viernes 13, It, Maniac), ciencia ficción (Star Trek, Westworld, Star Wars, Terminator, Lost in Space, The Planet of the Apes, Total Recall, Robocop) y suspenso (Death Wish, Asalto al precinto 13, Arma letal) de esas décadas “doradas”, viene aparejada por otra línea de contenidos originales con altos niveles de referencialidad a las iconografías y modos de entonces: las cintas Super 8 (J.J. Abrams, 2011), Pacific Rim (Guillermo del Toro, 2013), Turbo Kid (Anouk Whissell, François Simard & Yoann-Karl Whissell, 2014) y Pixels (Chris Columbus, 2015). Además de la excelente serie de Netflix Stranger Things (Hermanos Duffer, 2016-2017). Incluso, varios títulos fílmicos de los X Men ubican sus tramas en estas épocas. Y no obviar la serie Fargo (Noah Hawley, 2014-16) de FX.
Ready Player One en cuestión está urdida alrededor de una frágil(ísima) historia de sello teenploitation y tonos ciberpunk, allanada a golpe de nada disimulados edulcorantes dramatúrgicos que gritan: ¡Apto para todas las edades! Abraza obedientemente la clasificación G de la MPAA, sin siquiera alcanzar las leves violencias de Los juegos del hambre o The Maze Runner. Aunque sí apela a sus contextos posapocalípticos, esta vez de cariz superpoblacional.
Ante el despliegue del catálogo nostálgico de personajes del comic, el videojuego, el manga y el anime, el muy específico kaiju, el cine fantástico y sci-fi, la trama se revela como pretexto para que el viejo Steven garabatee este fresco épico, y sobre todo alegórico a su generación geek y nerd. Desde esta esencialidad (y elementalidad lúdica) de pastiche, la cinta resulta durante la mayor parte de su metraje no más que un verdadero —y mero— juego de identificaciones, reencuentros y remembranzas que casi te obliga a congelar los planos una y otra vez para no perder uno. Una bizarra apelación a El resplandor (1980) de Kubrick parece de momento ampliar el espectro alegórico y los niveles de riesgo creativo, convirtiéndose en el momento más auténtico y curioso de toda la película. A la vez que una invitación nítida a los públicos bisoños a consumir este “otro” cine.
Recurro a una imagen ya sugerida por Pacific Rim: Spielberg (como Guillermo del Toro) es un niño que vuelca anárquicamente su cajón de juguetes sobre el piso. Y sin reparar en los cánones de sus figuras de acción, las mixtura a su antojo, generando nuevas anécdotas y universos. Tal es la base del mundo virtual “Oasis”, donde transcurren casi todas las acciones fundamentales, a cargo de doppelgängers o avatares de poderes solo limitados por la imaginación, acorde los mismos principios de la Matrix. Solo que diluidos al 1 %. Así, desde su intenso abigarramiento icónico y la envergadura de su director, Ready Player One se (auto)propone como joya-manifiesto de la corona ceñida por mi dictatorial generación.