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La memoria infinita: Una apuesta por la historia y la sensibilidad

Mié, 08/21/2024

Esperar del documentalista la mayor veracidad y objetividad frente a una realidad específica es una actitud de la que no escapa ningún espectador del género. No obstante, detrás de cada encuadre, de cada selección sonora y visual latente en el documental, está la percepción propia del autor, sus intenciones, explícitas o no, ideologías, prejuicios, todo un sistema de valores que sustentará el producto audiovisual.

En el documental La memoria infinita, producido por Micromundo Films y la compañía Fábula, bajo la dirección de la chilena Maite Alberdi los motivos no son ambiguos. La historia del periodista Augusto Góngora y su esposa, la actriz Paulina Urrutia no solo es construida desde el intimismo de la pareja, atravesado por la enfermedad del primero, sino que es reforzada con los recursos necesarios para apelar a la sensibilidad del público mayoritario. Alberdi, como había hecho en otras ocasiones, decide “infiltrarse” en las complejidades de la vida íntima de aquellas personas que sufren determinada situación de vulnerabilidad. Sin embargo, su postura es clara: narrar las verdades de estas vidas no lleva exponer los pormenores de su crudeza, pero sí alcanzar la empatía y la conmoción del público.

La elección de hacer visible una etapa de la vida de Augusto Góngora en la que el Alzheimer que le fuera diagnosticado en el 2014, ya había opacado el 80 por ciento de sus habilidades cognitivas fue, a lo menos, arriesgada. Esta representación del periodista, autor del libro Chile. La memoria prohibida, porta en sí el testimonio de sitios de memoria importantísimos para la historia latinoamericana y global. Por un lado, los años de la dictadura de Augusto Pinochet tras el golpe de estado militar al gobierno de Salvador Allende, seguidos de la recuperación sociocultural de la nación y, por otro, casi 50 años después, la crisis sanitaria provocada por la pandemia COVID-19. Alberdi se aproxima acertadamente a un hombre marcado por la supervivencia en tales circunstancias, en pugna por hacer perdurables sus recuerdos.

Según los comentarios de Paulina Urrutia, quien estuviera en dialogo con el público cubano en la pasada presentación del documental, existe de fondo una relación sólida entre Maite Alberdi y Augusto Góngora, en la que la directora, que trabajaría bajo la autorización de Góngora cuando aun sus facultades no habían mermado, explora con dignidad y confidencialidad el testimonio más audaz que puede dar una persona, aquel que escapa de su control. En este sentido, la habilidad de la directora radicaría en hacer confluir la ironía trágica que subyace en el deterioro mental de alguien que había sido un procurador de la memoria nacional, con la resistencia familiar y la imposición del amor frente a ese deterioro, aun en las adversas circunstancias de la pandemia.

De ahí que Alberdi analice con sutileza los sucesos de los años dictatoriales, pero haga especial énfasis en las labores de Góngora durante la recuperación del país. Sus reportajes, entrevistas y el libro anteriormente mencionado. Pero, aun cuando la condición de Góngora nos mueve a pensar en la ironía de la pérdida de la memoria, explotada por Alberdi desde el mismo título del documental, lo más relevante será la convivencia matrimonial.

En contraste con las múltiples filmaciones caseras que Alberdi incluye en su documental como recurso para narrar la vida de Góngora, este quedará expuesto a la cámara fija en la mayoría de las escenas. Lejos de Urrutia, quien se desdobla en actriz y testimoniante, la espontaneidad del anciano es ajena a cualquier guion, y queda reflejado el comportamiento de una persona que sufre tal condición. Por momentos se nos revela tierno, los destellos de su memoria cobran una agudeza que nos sorprende, y en otros, la agitación de un miedo activado ante la soledad y el pasado, aparece sin filtros, solo la realidad de Góngora frente a nosotros. Es en esos momentos, cuidadosamente seleccionados, en los que el documental alcanza su mayor verosimilitud.

Por otra parte, las vivencias de Paulina Urrutia, responsable del cuidado de su esposo y de gran parte de la filmación, revelan un actuar cotidiano que, si bien queda registrado en función del documental, deviene la representación positiva del cuidador en sus tareas habituales. Tanto su agotamiento y tristeza como la necesidad de darle vitalidad a su matrimonio e incorporar al esposo en la cotidianidad laboral -vemos a Góngora asistir a los ensayos teatrales de Urrutia o participar de las coreografías- revelan la rutina en la que Alberdi ha decidido enfocarse. Una vez más, su peculiar apuesta va por la representación saludable, aunque sincera, de un conflicto que esencialmente surge de la enfermedad y el dolor.

La memoria infinita, que al cabo alcanzaría el Premio del Jurado a Mejor Documental tras su primera presentación en el Festival Sundance (2023) y el Premio Goya a Mejor Película Iberoamericana, otorgado este año; se convirtió en una experiencia de intercambio comunitario. En los cines nacionales su apertura superó en espectadores a las hollywoodenses Barbie y Oppenheimer, dando muestras de un éxito que han solido alcanzar los documentales de autor en el cine chileno. La conexión con un público heterogéneo a través de la sensibilidad y la conmoción lograda por su narrativa, le permitió al filme obtener también el Premio del Público en el certamen del Festival de Cine de Berlín, 2024.

Aquí en nuestra Isla, la presentación del documental en el mes de junio estuvo acompañada por la presencia de Paulina Urrutia quien, luego de las proyecciones del filme, conversó con el público cubano acerca de sus relaciones con el tipo de experiencia que ella misma vivió durante tanto tiempo. Desde el auditorio fluyó el agradecimiento tanto hacia ella como a la directora por visibilizar de manera transparente y sin romanticismos, la realidad de la enfermedad en medio de difíciles procesos que, de un modo u otro, nos han afectado a todos.