NOTICIA
La Gomera: El cine es silbar y sacar la lengua
Corneliu Porumboiu, uno de los directores claves de la conocida como “nueva ola rumana” —nacida con el siglo XXI—, estrenó en la edición 2019 del Festival de Cannes su quinto largometraje de ficción, La Gomera. Conocida en inglés como The Whistlers (“los silbadores”), la cinta se sumerge sin cortapisas ni remilgos en las aguas del neo-noir, articulando una historia de corrupciones policiales, dobleces, traiciones, seducciones y, sobre todo, una extrovertida reivindicación de una cinefilia donde florece el cine de género estadounidense y rumano de décadas pasadas. Por supuesto, deriva hacia las previas y más autorales incursiones de los hermanos Coen (Sangre fácil, 1984), David Lynch (Terciopelo azul, 1986) y David Cronenberg (Promesas del Este, 2007).
El relato obedece rigurosamente —y se divierte obedeciendo— las reglas y cánones del cine negro nuevo y viejo, incluida la despampanante y enigmática femme fatale que interpreta la supermodelo rumana Catrinel Marlon, cuyo personaje luce desenfadadamente, para más señas, el nombre de la Gilda que interpretara Rita Hayworth para la cinta homónima (e icónica) de Charles Vidor (1946). Los hampones desalmados, los policías, el estafador, el sólido Macguffin al estilo de No es país para viejos (Joel y Ethan Coen, 2007) que justifica todas las peripecias, y a la vez es justificado por estas. Todos muy bien ubicados en sus puestos para jugar este ajedrez de traiciones con una pizca de amor bien kitsch.
Director del clásico moderno Policía, adjetivo (2009) donde ya se advierten discretos aires noir, Porumboiu se mantiene a su vez fiel a las líneas conceptuales del cine rumano contemporáneo: una puesta en escena áspera, parca, esencial, distanciada; una narrativa concreta, exacta, gélida, sin oropeles; la postura siempre sardónica hacia unos personajes que nunca serán seres queridos para el creador, sino meros fantoches, caricaturas, bocetos trazados en la arena; y la ironía velada, perenne, que revela al cine como un gozoso juego de abalorios… sobre todo en momentos tan hilarantes como el arriesgado y satírico homenaje que hace a la famosísima (y referenciada hasta el cansancio) escena del apuñalamiento en la ducha de Psicosis (Alfred Hitchcock, 1960), hacia las postrimerías de la película de marras.
Consecuentemente, para encarnar al personaje protagónico de Cristi se vale del actor Vlad Ivanov (Policía, adjetivo; 4 meses, 3 semanas, 2 días; Historias de la Edad de Oro), cuya intensa circunspección de sujeto cerebral, calculador y misántropo es marca ya de la nueva ola rumana. La implosiva serenidad que le confiere al policía corrupto de La Gomera, quizás busque esta vez dialogar antitéticamente con la impavidez mordaz con que Humphrey Bogart caracterizó el abanico de personajes interpretado en una decena de clásicos noir. De cierto, Ivanov es mucho más convincente que el circunspecto sargento Colin Sullivan interpretado por Matt Damon para una cinta tan fallida e inútilmente enrevesada como Los infiltrados (Martin Scorcese, 2006).
Cristi es prácticamente el único personaje complejo de la película, alrededor de quien danzan todos los preciados estereotipos congregados, y dedicados fervorosamente a cumplir los roles que se esperan de ellos, con los desenlaces igualmente predeterminados. Porumboiu lo decide y prefiere así, para lograr esta mascarada entretenida, que revela además la consciente naturaleza transaccional que tiene, sobre todas las artes, la relación del cine con sus espectadores. Todo es puro cuento, y por eso es tan adorable.
(Tomado de Cartelera Cine y Video, nro. 174)