NOTICIA
Jorge Perugorría: del hechizo a la mesura
Recuerdo a Jorge Perugorría en las aventuras televisivas Shiralad y en aquella serie que tuvo por nombre Retablo personal. Su participación en el mediometraje Boceto, de Tomás Piard, sería su primera experiencia en el cine que pude advertir mucho tiempo después. Jamás lo vi en el teatro, pues no tenía yo la edad conveniente para apreciarlo, por ejemplo, en Las criadas, de Jean Genet, que dirigiera Carlos Díaz en los años noventa. Sin embargo, sí pude colarme en una sala de video para ver Fresa y chocolate cuando fue estrenada en La Fe, mi pueblo de la Isla de la Juventud. Mis quince o dieciséis años me impidieron reparar en lo que la película significaba en el contexto nacional. Me quedé solo con algunas escenas que se me figuraron chistosas y atrevidas para la época.
Cada año vuelvo a ver el clásico de Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío. No es mi película cubana preferida, pero sí una de las que más disfruto. Ahí está el amor no correspondido más que la tolerancia, la amistad por encima de ideologías y miserias humanas; ahí está mi primer Lezama Lima; constan esas conversaciones inolvidables sobre cultura entre el David de Vladímir Cruz y el Diego de Perugorría. Siempre me simpatizó más Diego por cuanto representa y por haberlo explotado en todas sus aristas un actor como Perugorría. Ese personaje lo subiría en una locomotora casi imparable que, desde 1993 hasta esta fecha, sigue su marcha.
Acaso sea su Diego de Fresa y chocolate su mejor trabajo en el cine. Para algunos, Perugorría reprodujo el típico gay intelectual e irreverente de Cuba. Mas, ¿el atrevimiento tiene un sello exclusivo? ¿Hay una única manera de representar a un intelectual gay cubano? Dígase lo que se quiera, esta es una de sus interpretaciones más honestas y memorables. Aunque luego tuviera la oportunidad de destacarse en coproducciones (Dile a Laura que la quiero, Bámbola, Volavérunt, Tierra del Fuego, Che…) y realizaciones nacionales (Guantanamera, Miel para Oshún, Barrio Cuba, El cuerno de la abundancia…), merece recordarse en La pared de las palabras, su primer trabajo con Fernando Pérez, y en Viva, del irlandés Paddy Breathnach, donde encarna a un boxeador retirado que vive con un hijo queer. Su personaje de Ángel en Viva, enfrentado al Jesús de Héctor Medina, es de un laconismo desgarrador que le gana el maratón a muchos de esos roles donde no siempre pudo sobresalir o al menos defenderlos con mayor rigor. A veces eran incursiones de peso en tres o cuatro películas por año. Ello supone un fogueo para algunos actores; para otros es un desconcierto. Entre personajes y personajes, si bien próximos pero diferentes, era preciso respirar. La fama tiene su precio y él decidió asumir casi todo lo que le ofrecieron.
Del joven atractivo de Bocetos y Fresa chocolate, pasando por el macho codiciado de Guantanamera y Amor vertical hasta llegar a la mesura de Lista de espera, Miel para Oshún, Barrio Cuba, Boleto al paraíso, El cuerno de la abundancia, Vuelta a Ítaca y su interpretación de Mario Conde para las adaptaciones de Félix Vicarret de las novelas de Leonardo Padura, Perugorría, Pichi, ha madurado progresivamente en pantalla.
(Tomado de Cartelera Cine y Video, no. 182)