NOTICIA

Jorge Luis Sánchez: Un cineasta inconforme y algunas de sus huellas
Nunca pude suponer, ni en las más oscuras premoniciones sobre el cine cubano, que a mí me tocaría escribir sobre la obra del cineasta y guionista, promotor cultural y profesor Jorge Luis Sánchez pocos días después de su deceso. Nos conocimos personalmente en un Taller de la Crítica en Camagüey, al cual asistían numerosos cineastas: recuerdo a Juan Carlos Cremata, Manuel Rodríguez, Patricio Wood, entre otros. Una de las sesiones teóricas desplegó un duro intercambio de criterios entre Rufo Caballero, quien había subdividido el cine cubano del ICAIC entre obras eximias, medianas y otras muy menores, folcloristas y fáciles. A Jorge Luis Sánchez le pareció improcedente tal catalogación y protestó airadamente, en tanto comprendió, con razón o sin ella, que le estaban colgando la etiqueta de «cineasta charanguero» desde cierto elitismo que consideraba reductor y contraproducente.
Como suele ocurrir en toda discusión entre personas inteligentes, algo de razón había en ambas posiciones: Rufo cumplía con su función crítica de exigir rigor y altura al cine cubano, y Jorge defendía las irreductibles posiciones de un cine popular, entendido en el mejor sentido. Yo comenzaba a escribir sobre cine, y para ser sincero, desconocía por completo la filmografía de Jorge, y sabía poco sobre la trayectoria de este apasionado hombre del cine, que se graduó en Pedagogía, pero que se había iniciado como cineasta aficionado a los dieciocho años. Jorge Luis Sánchez fue fundador de la Federación Nacional de Cineclubes, junto con Jackie de la Nuez y Tomás Piard, y luchó denodadamente por crear un movimiento de cine aficionado que el ICAIC no reconoció hasta 1978, cuando surge un círculo de interés para jóvenes que atiende directamente el Centro de Información del instituto y que coordinaban los críticos José Antonio Rodríguez y Mario Piedra.
En 1987, organizó el Taller de Cine de la Asociación Hermanos Saíz, espacio que nucleó a numerosos jóvenes cuya entrada al ICAIC parecía imposible, al igual que ocurría con otros que soñaban con hacer cine con los mejores profesionales, los del ICAIC, mientras trabajaban en los Estudios Cinematográficos y de Televisión de las FAR (ECITV-FAR) y los Estudios Cinematográficos de la Televisión. Estos centros productores les cedieron a los jóvenes del taller materiales no aptos para ser usados por el cine profesional: cámaras, moviolas, rollos, luces. Así, con película vencida y cámaras imperfectas realizó Jorge Luis Sánchez sus primeros documentales, dentro del taller que llegaría a presidir en 1992.
En 1981 comienza su vínculo profesional con el cine en el oficio de asistente de cámara y luego llegó a ser asistente de dirección en películas muy reconocidas de los años ochenta como Baraguá (José Massip, 1986), Clandestinos (1988), con cuyo director Fernando Pérez forjó una larguísima relación profesional y personal, y las coproducciones Un señor muy viejo con unas alas enormes (Fernando Birri, 1988) y El verano de la señora Forbes (Jaime Humberto Hermosillo, 1988). Después participa en el proceso creativo, también como asistente de dirección, de dos de los cineastas más importantes de esta época: Orlando Rojas (Papeles secundarios, 1989) y otra vez Fernando Pérez, con Hello Hemingway (1990).
Como parte de las acciones de los cineclubes a las que aludíamos antes, Jorge Luis Sánchez realizó en 1985 su primer documental, Los ríos de la mañana. En 1991 trabajó con Santiago Álvarez en el Noticiero ICAIC Latinoamericano como subdirector y llegó a participar en la realización de la edición número 1 987. En 1992 lo nombran, luego de su incesante batallar por el cine aficionado, presidente del Taller de Cine de la Asociación Hermanos Saíz (porque el cine independiente no surgió, como aseguran algunos mal informados, en los años dos mil con la Muestra Joven). Unos años antes había realizado Amigos, en 1987, y Un pedazo de mí, en 1989, documentales donde ya se develan dos de las características esenciales de su obra posterior: la sensibilidad para la dramatización de la cotidianidad y la ficcionalización de la realidad.
En medio del cine generalmente «sinflictivo» que realiza el ICAIC en los años ochenta se levanta Un pedazo de mí como importante indagación sociológica, que jamás pierde el rastro humano, sobre las inquietudes, preocupaciones y conflictos de aquel sector de la juventud conocido como los frikis. Un pedazo de mí significó la consagración temprana del cineasta, pues fue laureado con el premio especial del jurado en el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana y seleccionado por los críticos entre los mejores documentales exhibidos ese año.
1990 y 1991 fueron fundamentales en su currículo, pues además de participar en la realización del Noticiero ICAIC Latinoamericano, número 1 987, dirigió dos de sus mejores documentales, ¿Dónde está Casal? y El Fanguito. Laureado con el premio Caracol de la UNEAC al mejor documental, el cortometraje de 13 minutos y en blanco y negro ¿Dónde está Casal? fue coescrito por el director junto con la poetisa Mariana Torres, con fotografía de Rafael Solís y edición de Félix de la Nuez. El realizador y coguionista se inspira en la búsqueda de los restos de Julián del Casal para proponer un acercamiento a la vida del desdichado e incomprendido poeta. Hay que decir aquí que la idea de este filme sirvió de base, casi treinta años después, al largometraje de ficción Buscando a Casal.
También en blanco y negro, con guion del director junto con Alexis Núñez Oliva, Félix de la Nuez y Benito Amaro, dirección de fotografía de Rafael Solís y edición de Félix de la Nuez, El Fanguito, con 12 minutos de duración, se acercaba a la insalubridad del barrio apostado en las márgenes del río Almendares, en pleno corazón de La Habana y al lado de El Vedado. El cineasta selecciona testimonios llenos de contradicciones, dramas y esperanzas que revelan la humanidad de sus protagonistas. En la Revista Cine Cubano, número 148, el cineasta asegura que quiso liberar al espectador de especialistas, narradores objetivos, intertítulos, voces en off, etcétera:
«Mi apropiación de la convencionalidad del documental quedaba reducida a la austeridad de encuadres fijos, sonido sincrónico y una concepción musical más cerca del efecto sonoro que de la música. En la oscura sala, los recursos expresivos facilitarían mostrar, más que demostrar. Preguntar, más que responder. Y yo estaba ahí firme. Más como testigo que como fiscal o defensor, sin permitir intermediarios entre mis personajes reales y el espectador».
El periodista Raciel del Toro, en su tesis de graduación «Desenlace de la Suite…», dedicada al análisis de los documentales más relevantes del período 1990-2005, escribe que «el realizador se proponía rejuvenecer una documentalística nacional que en aquellos tiempos se encontraba estilísticamente en declive dentro del ámbito oficial. Al igual que los cineastas del free cinema inglés a principios de la década del sesenta, Jorge Luis Sánchez participa en una reacción ante el cine cómodo que se estaba haciendo a finales de los años ochenta en Cuba». El Fanguito fue seleccionado por la crítica nacional entre los mejores documentales cubanos del año, alcanzó el segundo premio Coral en el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano y el premio de dirección en el Festival Latino de Nueva York.
La década del Período Especial, los años noventa, encuentra a Jorge Luis Sánchez esperando para acceder a la ficción, en un intervalo de parálisis para el cine cubano. No obstante, siguió produciendo, dirigiendo documentales como El cine y la memoria (1992), Atrapando espacios (1994), sobre la personalidad artística del trovador Raúl Torres, y el hermoso homenaje a Elena Burke que es Y me gasto la vida (1997), que descubrí porque el mismo Jorge me invitó a verlo en una pequeña sala de video, durante el Taller de la trifulca teórica que relaté antes. Lo mejor del documental era la atmósfera de complicidad que lograba crear el cineasta con la entrevistada, que nunca fue demasiado propensa al diálogo cuestionador delante de la cámara. Por otro lado, en la insistencia en el falso documental se percibía la ansiedad del cineasta por incursionar de una vez en la ficción.
Mientras realizaba los documentales mencionados, Jorge continuaba trabajando, entre el tesón y la impaciencia, como asistente de dirección. Volvió a laborar con el siempre fiel Fernando Pérez en Madagascar (1994), que lo marcó decididamente en el empleo de la metáfora visual sin renunciar al contenido crítico. Luego trabaja en publicidad en Venezuela, en la teleserie Culto a los orishas (1999) y dirige el making of de Kleines Tropicana (Daniel Díaz Torres, 1997). Estas dos delimitan también la zona de interés temático del cineasta en cuanto a la racialidad, la cultura cubana profunda y la música.
Inicia los años dos mil con la realización del documental Las sombras corrosivas de Fidelio Ponce, aún, con producción general de Carlos de la Huerta, fotografía de José Manuel Riera (que lo acompañó también en algunos de sus más importantes filmes de ficción), edición de Pedro Suárez, música de Frank Fernández y un reparto liderado por Teherán Aguilar en el papel de Fidelio Ponce. El documental representa otra de las obsesiones del director: la relación entre alta y baja cultura, entre marginalidad y arte, porque el pintor es recordado como irreverente, incluso marginal. La película también muestra cómo los valores de autenticidad presentes en su pintura son manipulados por el turismo y por mercaderes falsificadores.
Como una continuidad muy coherente con su pasado de figura esencial en el desarrollo del cine independiente en Cuba, Jorge presidió la recién nacida Muestra Nacional de Nuevos Realizadores, luego llamada Muestra Joven. Algunos ingratos recuerdan su mandato solo por la censura de Fuera de liga, el documental de Ian Padrón, pero en esa etapa el evento creció conceptualmente, y en cuanto a su trascendencia y alcances, como lo demuestran los premios a obras inconformes y estéticamente relevantes. Recuerdo, por ejemplo, los premios de 2001, concedidos a La Época, El Encanto y Fin de Siglo, de Juan Carlos Cremata; los de 2003 para La maldita circunstancia, de Eduardo Eimil, y Las manos y el ángel, de Esteban Insausti; o de 2004, cuando los galardones correspondieron a Tres veces dos, de Pavel Giroud, Lester Hamlet y Esteban Insausti; Utopía, de Arturo Infante, y Cucarachas rojas, de Miguel Coyula. En sus primeros años, bajo la conducción de Jorge Luis Sánchez, la Muestra puede ser criticada de muchas maneras, pero sería injusto asegurar que alguna vez propendió al acomodamiento o al conformismo.
Finalmente, en 2006, logra realizar un proyecto largamente acariciado, una suerte de biografía del genial músico cubano Bartolomé Maximiliano Moré en el largometraje de ficción El Benny, que conquistó un clamoroso éxito de público y numerosos premios internacionales en los festivales de Locarno, Caracas, La Habana, Santo Domingo, Oaxaca y Asunción. La investigación que emprendió para realizar El Benny derivó en la realización de una serie documental de cuatro capítulos titulada Benny Moré, la voz entera del son, estrenada también en 2009, que algunos críticos e historiadores de la música, como Rosa Marquetti, consideran el audiovisual más completo y profundo a propósito de la historia y los aportes del biografiado.
La mayor virtud de El Benny consistía en la capacidad de sus hacedores para entregarnos una imagen muy particular, la de Jorge Luis Sánchez y su equipo, de un artista inmortal, una imagen que reaviva en los públicos el recuerdo del eterno creador, y con ello basta para conferirle vivacidad y prestancia a una película. Porque el cine es también un medio de confirmación de los valores culturales propios, y El Benny es una muestra de la capacidad del cine cubano para ratificar y recrear uno de los iconos más complejos y notorios de la música popular cubana.
También en 2009 estrenó, con motivo del aniversario 50 del ICAIC, los documentales Nunca será fácil la herejía y Dentro de cincuenta años. Ambos dedicados al rescate cultural, el primero contiene una revisión de la historia del ICAIC y de la política cultural de la Revolución a lo largo de esas cinco décadas. El segundo está alentado también por la celebración del medio siglo de existencia del ICAIC. A través de un taller, figuras relacionadas con la institución narran importantes experiencias a cuatro cineastas jóvenes que analizarán la complejidad de las obras creadas por sus predecesores en torno a la animación, la producción, el público y el documental, respectivamente.
La consagración de Jorge Luis Sánchez como teórico e historiador del cine cubano, que también lo fue, y de los mejores y más rigurosos, llegó en 2010, cuando Ediciones ICAIC publica Romper la tensión del arco, que llenaba un vacío tremendo en la historiografía del cine documental nacional. Poco después, se atreve a tratar de llenar otro vacío y presenta el musical antirracista Irremediablemente juntos (2012), que bien analizado contiene algunas de las lecciones de lo que debe hacerse, o no, mientras se concibe un musical en Cuba, y luego vuelve a incursionar en el cine histórico para abordar un tema tan complejo como el nacimiento de la república en Cuba libre (2015).
Con fotografía de Rafael Solís, edición de Luis Ernesto Doñas, música de Juan Manuel Ceruto, sonido de Osmany Olivare, y con las interpretaciones de Jo Adrian Haavind, Isabel Santos, Adael Rosales y Manuel Porto, entre otros, Cuba libre habla sobre «dos niños que, tras la derrota y salida de España, al final de la Guerra de Independencia, viven intensamente el momento en que los norteamericanos se comportan como un ejército de ocupación». Según la periodista y escritora Marilyn Bobes, el filme «posee del mérito de ofrecer una visión nada maniquea sobre el triste episodio que impidió al Ejército Libertador de los mambises cubanos disfrutar una victoria enajenada por la intervención de una potencia cuyo verdadero propósito era convertir la isla en una colonia o neocolonia, hecho del que no todos los cubanos fueron conscientes, como es posible apreciar en la película. (…) El guion de Jorge Luis Sánchez rezuma un aliento patriótico que solo un cubano pudo haberle impregnado. Rara avis es Cuba libre en el contexto de una cinematografía donde la crítica a la actualidad desplaza a la historia de la nación. Especialmente, cuando esa historia se nos muestra en todas sus difíciles contradicciones, incluyendo las de la racialidad, tan presente desde el punto de vista de los personajes, y la identificación que se produce entre los soldados estadounidenses negros y la población y los mambises cubanos del mismo color».
En 2019, Jorge estrenó la biografía Buscando a Casal, un proyecto que el cineasta estaba preparando desde hacía muchos años. En el momento de su estreno, escribí que se trataba de un «filme importante en la tradición del cine cubano inclinado al historicismo, en tanto recupera algunos temas imprescindibles en cualquier biografía del siempre controvertido poeta, a saber: la libertad del artista, la rebelión contra el poder dictatorial del gobierno español y la validación de la amistad».
Incansable, Jorge Luis Sánchez también ejerció la docencia en el ICAIC, en la Escuela Internacional de Cine y Televisión (EICTV) y en la Facultad de Arte de los Medios de Comunicación Audiovisual (FAMCA). Además, escribía sin parar artículos sobre el documental, el cine independiente y los creadores más relevantes y los menos reconocidos del ICAIC, especialmente aquellos con los que había trabajado, como José Massip, Fernando Pérez, Fernando Birri y Orlando Rojas, entre otros, relatando sus vivencias con ellos, con la misma pasión con que emprendía todo, en las páginas de la Revista Cine Cubano. La muerte lo sorprendió mientras escribía, daba clases, preparaba otra serie documental e incursionaba en la preproducción de su nueva película, Performance.