NOTICIA
Hielo y fuego en la infancia del mundo
En los Alpes Ötztal, hace más de 5 300 años, se estableció un clan neolítico, cuyo líder, Kelab, era el guardián del santuario sagrado, Tineka. Un día, mientras Kelab se marcha a cazar, el asentamiento es atacado y los miembros de la tribu brutalmente asesinados, incluyendo la esposa de Kelab y su hijo. El santuario es robado y el único superviviente es un bebé recién nacido… De modo que Otzi, conocido como “el hombre de hielo”, es una de las momias más antiguas del mundo.
Es la muy breve síntesis de uno de los estrenos que, sin dudas, acarreará asistencia numerosa a nuestras salas en este primer mes del año: Ötzi, el hombre de hielo, filme alemán que aun cuando se terminó hace ya dos años no es hasta ahora que conoce su estreno en varias partes del mundo. Felix Randau (Northern Star) escribe y dirige esta película que describe el primer caso de asesinato sin resolver en la historia de la humanidad; de modo que pudiéramos definirlo como una suerte de “thriller prehistórico”, línea genérica como se sabe apenas tratada.
La obra impresiona desde sus inicios por la rigurosa dirección de arte, auxiliada por una fotografía que pareciera haber sido realizada en esos umbrales de la historia humana, de haber existido una cámara entonces. Jamás pensamos en actores disfrazados, en pieles impostadas o pasajes reconstruidos: Randau y sus colaboradores semejan documentalistas, quienes solo hubieran plantado sus cámaras en aquella infancia del mundo.
También se agradece un relato que, bajo su aparente simplicidad, comparte reflexiones en torno a sentimientos y pasiones tan antiguas y, sin embargo, presentes en cualquier tiempo y lugar como la venganza, la soledad, la valentía en situaciones límites, el odio y el amor paterno.
Resulta igualmente muy motivador el diálogo del protagonista con una divinidad que considera sorda, y hasta inexistente, con lo cual se comparte un emplazamiento a la religiosidad que no resulta muy común en una etapa primigenia donde, por el contrario, nació junto con mucho el descubrimiento naif, elemental y primitivo de un ser supremo que comenzó con una intuición encaminada al politeísmo; el texto fílmico parece afirmar que también entonces nació el ateísmo o, al menos, el escepticismo.
Pero ciertamente la obra no se limita a una especulación historicista, sino que conecta su drama con el presente, y nos invita a meditar y cuestionar aspectos muy latentes en el mundo contemporáneo, que con matices diferentes son los mismos. Aunque predecible y a veces lenta, el director maneja muy bien el cine de género sobre todo teniendo en cuenta su raro contexto cronotópico. El actor Jürgen Vogel (El lugar del crimen) en el papel protagónico descuella, como el resto de sus colegas, por un meritorio desempeño.
Jesús Palacios, de la prestigiosa Fotogramas, resume sus criterios en torno al filme de modo muy gráfico: “Con su sencilla retórica de supervivencia, iniciación, venganza y redención, hablada en una variante del lenguaje rético, concisa, directa y tan sencilla como potente, la película de Randau es esto y, también, algo más: metáfora del fanatismo y la mentalidad mágica que sigue anidando en el hombre actual, nos cuenta la trágica aventura del primer ateo de la Historia y su no menos trágico descubrimiento de la falacia religiosa. Un mensaje nada desdeñable en tiempos de poshistoria sospechosamente puritanos e irracionales”.
Criterio que suscribimos, y seguramente muchos de ustedes también.
(Tomado del periódico Cartelera Cine y Video, nro. 171)