Frida naturaleza viva

Frida, siempre naturaleza viva

Jue, 09/26/2019

Más que por cualquier otro de sus filmes, la consagración internacional del director mexicano Paul Leduc Rosenzweig ―y con él la de la actriz Ofelia Medina― llegó con Frida, naturaleza viva (1984).

Si bien Leduc había dirigido en 1970 Reed, México insurgente, su primera película de ficción, basada en Insurgent Mexico, libro del reconocido periodista norteamericano John Reed, que le valiera la mirada atenta de la crítica internacional y el premio Georges Sadoul de Francia al Mejor filme extranjero, sería Frida, naturaleza viva quien le diera múltiples premios, influyendo, al mismo tiempo, en el “redescubrimiento” de la obra de la famosa pintora mexicana.

A manera de preámbulo, Paul Leduc nos asegura en su multipremiado filme que “la gran pintora, reconstruye acorde a las auténticas palpitaciones de la memoria, es decir, de una manera inconexa y fragmentada, únicamente a través de las imágenes, su vida y su obra, que fue medular en la época del muralismo mexicano. Recuerda así su desgarrada condición humana: poliomielitis, fracturas, abortos, operaciones, amputación de una pierna. Evoca también sus andanzas políticas, siempre cerca de Marx, de Zapata y de la Revolución Mexicana, siempre lejos de la férrea voluntad estaliniana. (…) De pronto, mientras ella daba vivas a la vida y a la libertad, interrumpe la muerte aquel caótico torrente de imágenes-recuerdos”.

No es casual, pues Leduc nos anticipa varias cuestiones claves para adentrarnos en el ritmo y la poética de su filme: la memoria de “manera inconexa y fragmentada, únicamente a través de las imágenes, su vida y su obra”, será el hilo conductor del mismo. No hablamos de clásico biopic, sino de una reconstrucción o recreación de la vida de Frida Kahlo (1907–1954) a través de ciertos recuerdos: la memoria como excusa, anclaje de determinados momentos y personas.

Filmada con bajo presupuesto, Frida, naturaleza viva logra, sin embargo ―y en esto, el propio Leduc insiste en ello, no hay ningún tipo de contradicción―, narrar poéticamente momentos de la vida de la artista, la mayoría filmados en el interior de la Casa Azul, hoy Museo Frida Kahlo: inicia con su velatorio en el Palacio de Bellas Artes, y termina, cerrando así el ciclo, con escenas similares, cuando su esposo, el reconocido muralista Diego Rivera, retira la bandera del Partido Comunista Mexicano que cubre el féretro; pasando además por la relación con su padre, Guillermo Kahlo, con el propio Diego, con el político y revolucionario ruso León Trotsky, el también muralista y pintor David Alfaro Siqueiros y su participación en la vida política mexicana.

Pero los pequeños momentos, esas acciones cotidianas, a veces claustrofóbicas, génesis de sus creaciones, son las que engrandecen el filme, acercándonos a la cosmogonía de Frida Kahlo: la cotidianidad de la Casa Azul; los detalles íntimos; la atención médica que recibía a diario; la dependencia a las enfermeras, a su hermana menor, Cristina; las relaciones lésbicas; las infidelidades; las adicciones; la estrecha relación que mantuvo con su padre y el propio Diego.

Leduc se acerca a símbolos importantes en el arte de Kahlo, como el espejo ―la vemos varias veces sola, mirándose en su espejo― y el folclore mexicano. El espejo fue un objeto que le permitió aceptar su cuerpo herido, mutilado; se dice incluso que su madre colocó uno en el techo, encima de su cama, para que pudiera reflejarse y pintar sus cuadros, no más de 125 piezas, la mayoría autorretratos, porque, decía, que pasaba mucho tiempo a solas y ella era el motivo que mejor conocía. Por otra parte, la tradición mexicana: el Día de los Muertos, la acentuada religiosidad, la permanencia de la cultura azteca… son constantes en su obra y en el filme. Desde el título del filme, Leduc nos recuerda, además, que Frida, amante de las naturalezas muertas, nombró una de sus últimas piezas, en 1954, con el título Sandías. Viva la vida.

Otra peculiaridad de Frida, naturaleza viva ―y en consecuencia del guion, escrito por el propio Leduc y José Joaquín Blanco― es la casi ausencia de diálogos (similar como sucede en Barroco, de 1988), pero donde la música sí juega un papel esencial: desde el clasicismo del francés Camille Saint-Saëns hasta el cubano Ernesto Lecuona. Además, los silencios son para Leduc otra manera de expresar la soledad y la angustia que, en gran parte de su vida, experimentó Frida.

Aunque se han realizado otros acercamientos desde la ficción a la obra de la pintora: la hollywoodense y multipremiada Frida, de Julie Taymor, interpretada y producida por Salma Hayek, y la onírica Dos Fridas, de la costarricense Ishtar Yasin, interpretando ella misma a Frida y la portuguesa María de Medeiros como la enfermera Judit Ferreto, es Frida, naturaleza viva el primer filme que se aproximó a la vida y la impactante obra visual de la artista mexicana. También se realizó un documental, Frida Kahlo-Art Documentary (2009), producido por Art Haus Musik/Eila Hershon & Roberto Guerra y varios reportajes televisivos y programas.

Frida, naturaleza viva consiguió nueve Arieles, premio otorgado por la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas a lo mejor de la producción cinematográfica anual en el país: las cotizadas mejor película y mejor director, pero, además, los lauros a mejor actriz, obtenido por Ofelia Medina, magistral en su interpretación, a base de sugerencias y brillantez para asumirla, edición, fotografía, por Ángel Goded, ambientación, co-actuación femenina, co-actuación masculina y mejor argumento original; algo que si bien no es un record, bien cerca está de serlo. También ganó diversos premios en Festivales de Cine como el de Bogotá; La Habana, donde obtuvo el de Mejor filme y Actriz; Estambul, con el premio Especial del Jurado, entre otros, y ocupa el lugar 50 dentro de la lista de las 100 mejores películas del cine mexicano, según la opinión de 25 críticos y especialistas del cine en México, publicada en 1994.

Desde la vigorosidad de las imágenes, que repasan, incluso, muchas de susobras, pero también desde una mirada sensible, íntima, lírica, como si fuéramos observadores participantes del lento y agonizante vivir de la artista, hervidero al mismo tiempo de creación, Frida, naturaleza viva es necesaria para “mirar” a la autora de Allá cuelga mi vestido o Nueva York, Autorretrato con mono, La columna rota y Lo que vi en el agua o lo que el agua me dio, y nos reafirma, además, a Paul Leduc ―sobre todo el de este y otros filmesrealizados en las primeras décadas de su carrera― como uno de los grandes y originales directores de Latinoamérica.