NOTICIA
Ese microcosmos llamado cocina
El cine sobre el mundo culinario, también llamado por muchos “gastrocine” detenta una abultada y diversa tradición que ha generado todo un canon, desde los filmes “hambreados” protagonizados por Chaplin hasta recientes y aclamados títulos como la serie The Bear, Hierve, Cocina con química, A fuego lento, Hambre o El menú , sin olvidar esa recurrida tendencia conocida como foodporn y donde la antigua confluencia entre lo erótico y lo culinario puede trascender desde momentos refinados y sutiles (aquella escena de la comida entre los potenciales amantes en Tom Jones (Tony Richardson, 1963 ), o la orgía de platos que preludian la de otro tipo en Nueve semanas y media (Adrián Lyne, 1986).
Basada libremente en la obra homónima del dramaturgo Arnold Wesker, La cocina (compite en largos de ficción) se ambienta en The Grill, un ficticio restaurante que persigue atrapar turistas en una céntrica zona de Manhattan - pleno Times Square-, y donde labora un heterogéneo grupo de cocineros indocumentado al frente del cual está el mexicano Pedro , quien trata de escapar de la agobiante rutina diaria con una actitud en la que se mezclan un cinismo rayano en el descaro, agresividad y provocación.
Hastiado y al límite, encontrará cierto oasis en Julia , camarera estadounidense que le atrae, le atrapa y en quien cifra esperanzas que su colega , con sus propios y nada pequeños conflictos, no podrá satisfacer, al menos a la medida que aspira el irreverente chef.
The Kitchen fue dirigida por el realizador azteca Alonso Ruiz Palacios (Una película de policías, Güeros, Museo…) quien estuvo al frente de su adaptación para el teatro en 2010 y aunque partiendo del libro de Wesker, se inspiró según declaraciones suyas , en cocineros reales que conociera cuando trabajó en bares y restaurantes durante su etapa estudiantil en Londres.
Rodada casi toda en inglés, también lo fue -impecable trabajo del fotógrafo Juan Pablo Ramírez- en blanco y negro, tonalidad esencial para comunicar el ambiente turbio, alienante y hostil de la cocina, un microcosmos donde se resumen, como en el aleph borgiano, los diversos estratos y estamentos que integran la amplia migración internacional en Estados Unidos: nacionalidades, idiomas y etnias de lo más diversas, pero todas con el elemento común de perseguir, resistir o incluso sobrevivir (al) cacareado “american dream”, que el relato fílmico se encarga de poner en entredicho , cuando no de pulverizar, durante casi todo el metraje. De ahí la importancia diegética de la escena en la que el protagonista pide a un grupo de colegas, durante un break, expongan un sueño, pero que no tenga que ver precisamente con aquel, sino sueño “en grande”, de y para vida.
Tan variopintos como los países de procedencia, los trabajadores “sin papeles” del filme muestran las más diversas personalidades y matices , que se complementan , colisionan – y a veces explotan- en medio de la agitada vida que se desarrolla entre fogones y vajillas, también emblema de la agitación y complejidad del american way of life, sobre todo para quienes se han insertado -o al menos lo intentan- en sus inextricables madejas. Y dentro de la plataforma simbólica del núcleo dramático, sobresale en este sentido otro momento significativo: la invasión “acuática” al recinto que deben vadear los indetenibles trabajadores los cuales ni en medio de algo así deben ni pueden interrumpir su faena.
Claro que la obsesión de Ruizpalacios por la hipérbole a la hora de atrapar la alucinante realidad que trata de reflejar (y que en términos generales consigue ) le lleva a sacrificar bastante la continuidad y la lógica en pos del gesto desmedido, la ausencia de control y el caos que inundan no solo el ritmo y carácter de esa historia sin más historia que la histeria cotidiana, empezando por el personaje de Pedro, sobre todo con su actitud final -desenlace del filme- sacrificando un tanto la lógica por tal desmesura que signa tanto el relato como la estructura narrativa.
Dentro de los bien elaborados perfiles del “dramatis personae” sobresalen también las diferencias sociales, no solo entre representantes del poder (el dueño, con su paternalismo y mal disimulado desprecio hacia los subordinados , algo aun más vehemente en la actitud de sus adláteres y “eslabones” intermedios con cierto poder que los hace considerarse superiores) sino entre los propios empleados, donde el dominar mejor o peor el inglés puede constituir ya un motivo discriminatorio o de cierta jerarquía.
Para dar vida a esos complejos caracteres, se contó con un extraordinario elenco tan cosmopolita como la plantilla en The Grill, encabezado por el mexicano Raúl Briones y la norteamericana Rooney Mara, y que encuentra en Ana Díaz, Motell Gyn Fostyter, Odel Fehr, Laura Gómez y un largo et. al, desempeños notables.
Sólida, deslumbrante en visualidad y concepto, aunque deliberadamente exagerada y delirante, La cocina es no solo otro título sobresaliente del cine gastronómico, sino del cine contemporáneo todo, más allá incluso del que enmarca la región.