La hoja y el cuerno

Entre guiones u otras piezas literarias

Mié, 07/15/2020

Recuerdo que la sorpresa comenzó en Facebook. Por una imagen de portada del nuevo libro de Arturo Arango, publicada en las redes sociales por él mismo, se sucedían los comentarios: “Un milagro”, “¡Qué buena noticia!”, “Felicidades, Arturo”…

En la segunda semana de este junio aún pandémico, La hoja y el cuerno (Ediciones ICAIC, 2019) había logrado imprimirse en un poligráfico. Boquiabierto por saber también de la escasez de papel en el país, le pregunté: “¿Salió ahora?”, “Acaba de salir de imprenta”, me respondió. “Pero… ¡Es algo increíble! ¿Y qué género es, Arturo?”, “Son dos relatos a partir de sendos guiones”. “¡Qué buena noticia!”

Pocos días después, sin sospecharlo, pude acceder al documento PDF. Lo leí de un tirón. Te quedas con los personajes, acoges las atmósferas y, para colmo, se atreve el autor a mostrar, dentro de la escritura (en el caso de “En la hoja de un árbol”), opiniones supuestamente ajenas de quien reveló las primeras anécdotas, el germen del relato. Pero en los inicios, notamos dos cartas: una de Arturo, la otra perteneciente a un personaje llamado Roberto. Al parecer, no se ha quitado ni añadido nada. Ambas evidencian verosimilitud.

En “Idas y vuelta”, lo que vendría siendo el preámbulo del volumen, Arango declara de “En la hoja…”: “Escrito como un cortometraje que debía dirigir Gerardo Chijona, al rechazarse el proyecto le di la forma de un cuento (o de un guion envuelto en comentarios). Apareció por Ediciones Vigía en 1994, en una preciosa edición manufacturada que ya es una rareza (creo que la tirada no sobrepasó los doscientos ejemplares)” (Arango, 2019, p.7).

Al leer las primeras páginas de “En la hoja…” pensé que se trataba de una historia sobre adolescentes. El ambiente de tensión y hasta ciertas actitudes de los personajes me recuerdan más lo vivido en la secundaria y hasta en el preuniversitario que los estudios y las becas de la universidad. De hecho, hay momentos que me conectan con la violencia psicológica y física de Camionero (Sebastián Miló, 2012), cuya historia transcurre en una escuela al campo. Me hubiera gustado la intimidad corpórea de esos chicos que, en definitiva, se desean como en la malograda La partida (Antonio Hens, 2013), pero Arturo insinúa que el peso epocal de las circunstancias nacionales eran tajantes con las relaciones homosexuales.

Cuando se toman decisiones que desunen y malogran la amistad, el amor, una etapa…, duele ese cierre no porque sea una ineptitud del guionista, sino porque nos ha implicado en una historia ya familiar de trabas conductuales y emociones doblegadas, en la que la hoja de un árbol aventaja en connotación simbólica la etiqueta de una botella.   

Ahora, las anotaciones de Roberto ―en las que lo ficcional puede pugnar con porciones autobiográficas― son incluidas por Arturo en el guion y podrían asimilarse como intermitencias de un narrador casi testigo, sin llegar a serlo en realidad. Más bien figura él como un entrometido sedicioso que, voz en off mediante, pudiera asociarse asimismo con el Grillo que habla de Las aventuras de Pinocho. Aunque aquí, no dialoga con ningún protagonista. ¿Acaso cuanto busca Roberto es coartar la independencia “total” del relator omnisciente, cuando sabemos que, por la generosidad de este último, es que aquel puede hacer de las suyas? ¿Cómo podría lograrse esta suerte de contrapunteo narrativo en el cine?

Un ejemplo sería: “Esta tiene que ser una película de muchas miradas. ¿Te has fijado cómo nosotros nos miramos? ¿Te has sentido alguna vez mirado por un gay? Claro que sí, aunque no me lo confieses. Lleva eso a tus personajes, que no solo tienen que mirar, sino también sentirse mirados. Por cierto, ¿ese Asdrúbal Cícero es gay? ¿Tan siquiera de clóset?” (Arango, 2019, p.26).

¿Tendría que ser por necesidad un personaje intradiegético el acotador? Obviemos este detalle. Las acotaciones de Roberto representan la autocrítica de Arturo a su guion.

Por su parte, “El Cuerno de la Abundancia”1 es una suerte de crónica y libro de viaje, como lo es además el cine y antes cualquier texto cinematográfico respetable. Camino entre lo autobiográfico y un previo ¿a las cámaras? (y hasta al guion mismo), está más en el perfil y tono de las memorias, pues se presenta “bajo la apariencia de un testimonio”. Uno asiste al probable proceso originario, al punto de partida para el hallazgo y posterior encuentro del argumento.

La incursión en el pasado, repleta de vivencias de dos colaboradores (Arango y Tabío como personajes), vertebra lo extracinematográfico que, no obstante, repercute en la capacidad de atender lo mejor de un argumento. Discernimiento y voluntad de asociación en beneficio de la posterior historia. En el “El Cuerno…” importa tanto la incipiente imagen de un proyecto como su progresiva metamorfosis: “Toda sustitución ¿no implicaba ya una desviación, acaso un deterioro, sucesivas infidelidades a eso que buscábamos como ‘el argumento’, y que escribiríamos, venderíamos a los productores, Juan Carlos filmaría?” (Arango, 2019, p.80).

De todos modos, ni siquiera el guion impreso tiene “la última palabra”. El guion terminante no es el que se escribe, sino el que queda en la película. Para decirlo como Howard Hawks: “¿Qué demonios cree que hace un director? ¿Cómo piensas que vamos a coger una historia que se escribe en una habitación, ir al lugar del rodaje, y hacerlo todo al pie de la letra? Nunca he encontrado un escritor capaz de imaginar algo de forma que lo puedas utilizar tal cual. Y a alguien le dio por decir que eso era ‘improvisación’” (en McBride, 1998, p.45). 

Con “El Cuerno…”, Arango arma un relato muy detallado que puede casi asimilarse como un making of e incluso una posible precuela del largometraje El cuerno de la abundancia (Juan Carlos Tabío, 2008).

Las observaciones han recaído sobre la experiencia de un literato que concibe guiones, la de un guionista que hace literatura. ¿Caben esperarse las ocurrencias del homo ludens? En efecto, la de escribir y conectar con las imágenes en movimiento. Pero primero, la del desafío que, como miscelánea textual, supone para cualquier director La hoja y el cuerno.

Referencias bibliográficas:

Arango, A. (2019). La hoja y el cuerno. La Habana: Ediciones ICAIC.