NOTICIA
Encuadre: Alfred Hitchcock
Cuando a principios de marzo de 1939 el cineasta británico Alfred Hitchcock aceptó el contrato propuesto por la compañía Selzknick International, tras resonantes éxitos en su patria, ignoraba que cruzaba el Atlántico para siempre. En Hollywood lo esperaron con los brazos abiertos para que emprendiera su proyecto Rebecca. Solo que antes de ser atrapados en los engranajes de la voraz industria, Hitchcock y su esposa Patricia decidieron disfrutar de unos diez días de descanso para visitar la Florida y Cuba. El 16 de marzo salieron en un tren hacia Nueva York, desde allí un avión los condujo a Miami, y en otro se trasladaron a La Habana. Quizás algunos de los invitados a la cena de honor que le ofrecieron en el Club 21 de Los Ángeles les incitó a conocer la capital de la mayor de Las Antillas, considerada por esta fecha “la ciudad de moda entre la gente de la alta sociedad internacional”.
La Habana los acogió con un calor que les resultó insoportable, pero que no les impidió recorrer todos los sitios sobre los cuales tanto les habían hablado y figuraban en las guías turísticas. Mientras su esposa descansaba en el hotel de las caminatas, el rollizo director de Los 39 escalones se daba sus escapaditas por La Habana Vieja y en una de ellas descubrió algo que lo marcaría para siempre: una tienda de tabacos. Le habían insistido en que, además de excelente café —que le haría olvidar el infernal preparado que consumían en los Estados Unidos—, no se resistiera a probar uno de los aromáticos tabacos de la isla. Compró uno, lo encendió y le bastó comenzar a fumarlo para que el habano ejerciera su magia. Ignoramos la cantidad de cajas con las que se pertrechó para el regreso, pero desde entonces devino un empedernido fumador.
Esos días habaneros, Hitchcock descubrió en la arquitectura de la urbe lugares ideales para situar a los personajes y tramas de algunas de sus futuras películas. Pronto se convirtió en una de sus costumbres que a cuanto lugar viajara le concediera un espacio en sus guiones. Cuba no fue la excepción y trocaría la isla —aunque nunca filmara en locaciones nuestras— en el refugio de los fascistas en los argumentos de Saboteador (1942) y en Notorious (1945-46), una de sus mejores obras. En medio de la Segunda Guerra Mundial, Hitchcock estuvo a punto de regresar a La Habana para contactar al escritor Ernest Hemingway con el fin de que colaborara en el guion de Náufragos (Lifeboat, 1943). Le enviaron un largo telegrama a la finca Vigía; la propuesta no prosperó.
En plena Guerra Fría, no pudo desdeñar la filmación de dos thrillers que contribuían de algún modo: Cortina rasgada (1966) y Topaz (1968-1969), que figuran entre sus cintas menos estimables. La segunda, adaptación de una mediocre novela de Leon Uris, es una insostenible intriga de espionaje ubicada en la Cuba de 1962, el año de la Crisis de Octubre. Los cinéfilos y los estudiosos de su obra, coincidimos en que lo único salvable en este descalabro hitchcockiano es el plano del asesinato de Juanita (la actriz germana Karin Dor), examante del protagonista (Frederick Stafford). Según Donald Spoto, biógrafo del cineasta, se le ocurrió tomarlo desde arriba, por encima de las cabezas de quien dispara y la víctima. Ella cae sobre el piso de mármol sobre el que se extiende la bata que vestía. En una enésima prueba de su inventiva, el veterano realizador insertó hilos alrededor de la bata y varios asistentes tiraban de estos en el momento de desplomarse. Hitchcock intentó ese efecto con el vestuario de Joan Fontaine en una escena de La sospecha (1941), pero no resultó efectivo por no situar la cámara sobre ella. Para colmo, la productora obligó al director a filmar tres finales, ninguno convincente.
(Tomado de Cartelera Cine y Video, no. 176)